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válido exclusivamente hasta el Viernes 29/11/2019
***Hermosa jornada de Miércoles para todxs.
Si hubiera presentado las credenciales que no tengo y mucho de lo escrito aquí se hubiera transformado en un libro, probablemente habría recibido algunos premios.
Pero en ésta vida hay premios que son invisibles, intangibles, inmateriales.
Así, los premios dejan de concebirse como tales y pasan a ser tesoros, y muchos tesoros que no valoramos están a la vista especialmente cuando nos cruzamos por la vida con personas que no conocemos pero que increíblemente...llegan a conclusiones idénticas a las nuestras.
Uno dice entonces;
*No estaba yo tan loco*, ni tan solo, ni tan desquiciado.
No lo estuvieron hace 2.000 años tampoco, aquellos ya no están pero siguen presentes.
Presentes como Don Miguel Catalán González que se nos fué de éste mundo en el mes de Septiembre pasado.
Don Miguel decía;
*Nuestro mundo ya aparecía como una ficción ejecutada por los dioses, esos trasuntos celestes de los padres humanos que con tanta frecuencia ocultan la verdad a sus hijos.
Bajo la sospecha de que los señores del cielo hubieran fingido el mundo, la Tierra se transformaba entonces en un laberinto donde nos habían dejado caer para divertirse
a nuestra costa.
Seres literalmente abyectos o arrojados abajo, los mortales atribuimos nuestras erráticas andanzas por los falsos caminos a una expiación de la culpa por haber atormentado en la infancia tantas lombrices, hormigas o cucarachas, o quizá por el espectáculo adulto con gallos, perros o toros que siguen muriendo a nuestro placer.
Sólo que ahora éramos nosotros los perseguidos por el voraz tauro de Minos.
Los dioses, cercados por el tedio en su vida eterna, nos tomaban otras veces como conejillos de Indias en un experimento colectivo e instigaban por diversión la guerra entre tirios y troyanos o entre kauranas y pandavas.
Las matanzas del sitio griego de Troya y de la guerra india de Kurukshetra no obedecían a razones de humana pasión, sino al juego que en las alturas se traían entre manos los Sempiternos con sus piezas de ébano y marfil*.
Miguel Catalán González nació en Valencia-España un 29 de enero de 1958, y partió el 23 de septiembre de 2019, fue un Filósofo y Escritor español.
Cursó estudios primarios en el Patronato de la Juventud Obrera.
Trabajó un año como aprendiz en la imprenta Sucesores de Vives Mora antes de ingresar en el Instituto Luis Vives de la capital valenciana.
Las lecturas de sus años bachilleres Bertrand Russell, Schopenhauer y Nietzsche le llevaron a matricularse en la licenciatura de filosofía.
En esos años empezó a escribir ficciones influidas por Thomas Mann y Marcel Proust, lecturas juveniles que dejaron huella en su estilo narrativo.
Se licenció en filosofía.
En 1984 realizó su tesis doctoral sobre la teoría moral del pragmatista estadounidense John Dewey, que se publicó posteriormente con el título de Pensamiento y acción, su primer libro.
Tras unos años impartiendo clase como profesor de enseñanza secundaria tras la oposición ganada en 1985, en 1993 pasó a ejercer la enseñanza universitaria como profesor de pensamiento político y de ética de la información en la Universidad CEU Cardenal Herrera.
Catalán siguió ejerciendo su labor docente en la Facultad de Ciencias de la Información de esta universidad.
Tanto en sus obras de ensayo como de ficción, Catalán investiga la naturaleza humana desde una perspectiva que pudiéramos denominar indirecta o negativa a partir de un enfoque interdisciplinar de las ciencias humanas basada en su interés por el error, el engaño y la ilusión.
Tras publicar el *Diccionario de falsas creencias*, el cual pone de relieve su interés por la dimensión cognitiva del prejuicio, su actividad filosófica se centra en torno a la construcción de un amplio tratado general sobre el engaño y la mentira titulado *Seudología*, del cual hasta el momento se han publicado los tres primeros volúmenes.
La primera de estas tres obras, *El prestigio de la lejanía. Ilusión, autoengaño y utopía*, obtuvo el premio Juan Gil-Albert de ensayo y después el de la Crítica Valenciana. *El prestigio de la lejanía* sostiene la tesis de la universalidad del autoengaño y, hasta cierto punto, su conveniencia, así como la necesidad de establecer límites a su imperio mediante un ejercicio de introspección crítica destinado no obstante a obtener un éxito limitado.
La segunda parte del libro desarrolla una documentada tesis sobre la naturaleza compensatoria de las utopías literarias.
El segundo volumen, *Antropología de la mentira*, saca a la luz las raíces antropológicas de las artes del engaño desde las dimensiones del lenguaje, la inteligencia y la libertad de elección humanas.
El tercer volumen, *Anatomía del secreto*, estudia el engaño defensivo de los individuos ante la necesidad del grupo social de controlar la conducta de sus miembros. Temas como la culpa y el castigo, el crimen y la mancha moral, el pudor y la vergüenza, el interrogatorio, el juramento, la ordalía y la tortura, desembocan en un análisis diacrónico de la transición que se produce desde las acciones asociales al secreto, y de estas a la virtud de la discreción y al derecho a la intimidad.
En el cuarto volumen de *Seudología*, que apareció con el título de *La creación burlada*, Catalán se ocupa del engaño metafísico, a saber, la sospecha humana de que este mundo no es real, sino un universo impostado por una voluntad superior.
El autor sugiere que la vieja sospecha expresada en diferentes culturas sobre la falta de veracidad de los dioses obedece a una idealización de experiencias psíquicas propias de las fases iniciales del desarrollo subjetivo:
los adultos trasponen a la figura de los dioses falaces, ocultos, trapaceros o crueles la penosa experiencia del descubrimiento de la falsía adulta por los infantes y adolescentes.
En capítulos separados trata el autor las diversas concepciones seudológicas del mundo como teatro, como juego de los dioses que inventan guerras o matanzas para divertirse, como sueño en la mente de Dios, como laberinto en que se ha dejado caer a los mortales para observar su desorientación;
como experimento realizado con la humanidad por un demiurgo incompetente, al modo de los gnósticos alejandrinos, o bien por un ordenador hipercomplejo, al modo del *cerebro en la cubeta* del filósofo Hilary Putnam.
El quinto volumen, *La sombra del Supremo* estudia el mismo problema de la simulación del mundo desde una perspectiva no ya politeísta, sino monoteísta.
El sexto volumen, *Ética de la verdad y de la mentira*, está dedicado al problema propiamente ético de la falsedad y el engaño, y en especial indaga en la prohibición absoluta de mentir, una interdicción que proviene según Catalán de la religión monoteísta que a partir de la tradición irania llega a las tres religiones del Libro a través del judaísmo tardío.
La parte prescriptiva del tomo propone una ética naturalista de la veracidad que deje a un lado la prohibición rigorista para aplicar un cálculo felicitario de intenciones y consecuencias.
Este volumen sexto, *Ética de la verdad y de la mentira*, ha obtenido el V Premio Juan Andrés de Investigación y Ciencias Humanas.
Junto a este amplio tratado sobre el engaño, Catalán cultiva el género del pensamiento breve y misceláneo en sucesivos tomos de aforismos y paradojas titulados *El sol de medianoche*, *La nada griega y La ventana invertida.
En el apartado de ficción, ha publicado las novelas *Te morirás sin saberlo* y *El último Juan Balaguer*, que obtuvo el Premio de la Crítica Valenciana, los libros de relatos *Sólo por si acaso* y *Breve historia*, entre otros títulos que desafían los límites entre los géneros, como el libro de paradojas *El sol de medianoche* o *El manuscrit cremat*, publicado originalmente en catalán.
Pues bien, ha sido en esta quinta entrega en forma de libro donde el autor desentraña, de una forma precisa y exhaustiva, las implicaciones filosóficas de la falsedad divina.
Lo primero que llama la atención en este texto es la equilibrada utilización epistemológica de tres recursos que pocas veces los ensayistas saben combinar.
Aquí, erudición, investigación y creación, corren parejos, formando un todo coherente queda como resultado una obra paradigmática muy difícil de superar.
Pocas veces, a mi juicio, se ha escrito con tanta lucidez y penetración sobre la raíz teológica del mal y la mentira.
Me atrevería a decir que éste será el libro definitivo sobre la materia.
Por Mario Pérez Antolín
Pues les voy a regalar o compartir la antología del ensayo de Miguel Catalán González titulada;
*El gnosticismo.
Una perspectiva seudológica*.
Los griegos llamaban *demiurgo* al artesano, al trabajador manual.
Platón empleó este vocablo en el Timeo para nombrar al artífice u obrero del universo, una especie de Dios secundario que modeló nuestro mundo al copiarlo del orbe de las esencias eternas.
El demiurgo que nos compete no es, sin embargo, el platónico, sino el Gnóstico, especialmente en lo que tiene de falsario.
Aunque el demiurgo falsario y falsificador no es original del gnosticismo, pues también asoma en figuras como la americana indígena del Coyote o la paleosiberiana del Cuervo, los gnósticos le dieron su característica hondura y riqueza de significados.
El gnosticismo fue un movimiento religioso-filosófico que fructificó en los primeros siglos de la era cristiana.
Herederos tanto del platonismo como del cristianismo, los gnósticos pretendían alcanzar la vida eterna no mediante la fe, sino por el conocimiento =gnôsis= de la realidad oculta de las cosas, y, más en concreto, de la realidad secreta de Dios.
En esta preeminencia del sabio conocer =gnônai= sobre el cándido creer, el gnosticismo se asemeja a todas las doctrinas que han sospechado de los dioses creadores del universo.
Este mundo no ha sido creado por el verdadero Dios.
El verdadero Trascendente habita en perfecto silencio, remoto y desconocido por los hombres.
Ese Dios Supremo produjo en su día unas emisiones espirituales que a su vez proliferaron dando lugar a númenes intermedios, ángeles, potencias, arcontes.
Uno de ellos fue el demiurgo, creador de este falso mundo material en que vivimos.
El dualismo gnóstico distingue entre el mundo espiritual superior, el pleroma =Plenitud=, donde habita el Dios desconocido, y el mundo material inferior, el kenoma o histeroma =Vacío=, habitado por los hombres.
En correspondencia, también distingue entre el Ser Supremo =el verdadero Dios= y el Creador del Universo =el demiurgo o alguno de sus ayudantes=.
El responsable de la catástrofe de la creación y del aborto de la materia fue este demiurgo.
La falsedad y la miseria de nuestro universo se explican justamente por la naturaleza degradada de su creador, según ramas doctrinales un espíritu, según otras ángel, genio, arconte o demonio, a veces bajo nombres propios como Arconte, Ialdabaot, Saklas, Samael o el propio Yahveh.
La materia que forma el universo aparece definida en la biblioteca de Nag Hamadi como un aborto de la divinidad.
El cuerpo de que estamos hechos no es para los gnósticos esa parte integral del hombre que aparenta ser, sino un vestido que nos cubre, un cadáver que llevamos a cuestas, una tumba en la que moramos, una prisión en la que gemimos, un fardo que tira de nosotros hacia abajo, un intruso que envenena nuestra voluntad y un enemigo que guerrea contra nuestra alma.
El cuerpo se levanta por obra del mal como una casucha sin ventanas que perpetúa nuestra ignorancia.
Satornilo sostiene que siete ángeles crearon al hombre con tal incompetencia que el pobre engendro ni se podía tener en pie.
En un profético relato de la evolución de nuestra especie, Satornilo explica así la pifia angélica del hombre, este ser rastrero que el Libro secreto de Juan define como *Protoplasto*, y su reforma o corrección llevada a cabo por el verdadero Dios:
*Lo hicieron =al hombre=, pero su obra no se podía tener de pie a causa de la poca destreza de los ángeles y se arrastraba como un gusano.
Entonces la Potencia superior se apiadó de él, pues había sido hecho a su semejanza, y envió una centella de vida, que enderezó al hombre, lo puso en pie y lo hizo vivir*.
Recordemos que ya el demiurgo platónico, después de crear los cuerpos celestes y los dioses inmortales, delegaba la fabricación de la humanidad en unos dioses jóvenes.
Más adelante, el gnóstico Basílides imputó la chapuza del mundo a la inexperiencia de esos ángeles aprendices y Simón el mago afirmó que su jefe, el arquitecto angélico que dirigió las obras del universo, fue condenado por los graves defectos de fábrica.
En el corazón de ese engendro que es el hombre, no obstante, se intenta abrir paso una especie de centella celestial.
Una minutísima señal del verdadero Dios fulgura en nuestro interior.
Ese destello divino brilla al margen o por encima del universo tan defectuosamente creado, y, sobre todo, por encima del cuerpo, obra calamitosa del demiurgo.
Por tal razón, los gnósticos mantienen que nunca veremos la resurrección de la carne prometida en las Escrituras, pues la materia oscura no tiene otro destino que pudrirse.
Sólo un ángel malvado pudo añadir a la abominación de la materia unos medios tan atractivos para multiplicarla:
*El matrimonio y la procreación*, afirma el gnóstico Satornilo, *proceden de Satanás*.
Todo cuanto hasta ahora creíamos verdadero, denuncian los gnósticos, proviene de una creación fantasmal.
El demiurgo es, en tanto hacedor aberrante, el inductor de las falsas creencias.
Valentín lo llama también Diablo, Príncipe de este mundo, Beelzebul y Príncipe de los demonios.
Falsa es asimismo la historia sagrada de los judíos.
Nada de lo que cuenta el Antiguo Testamento es cierto, sino mixtificación deliberada, como el homicida *Creced y multiplicaos* que alienta la propagación de la materia y la oscuridad, es decir, del mal absoluto.
De ahí que, según algunos, Yahveh sea el nombre propio del demiurgo.
Este llamativo antisemitismo obedece a que el gnosticismo fue, más que una secta judía, una secta cristiana opuesta al judaísmo en diversos frentes, por mucho que recibiera influencias de los primeros místicos judíos.
Así pues, sólo el Salvador Cristo, enviado por el verdadero Dios, hará saber a algunos hombres que el Antiguo Testamento es obra del creador infame de la materia.
Por tal motivo, afirman los gnósticos peratas, Jesús reprende a los judíos en el Evangelio de San Juan:
*Vosotros sois de vuestro padre el diablo*.
Las almas de los hombres han recibido en su interior una chispa de luz del Dios genuino, el Sumo Trascendente.
Tal partícula luminosa se encuentra cautiva desde la calamidad de la creación en un cuerpo mortal que ha olvidado su origen.
Los humanos viven en estado de amnesia, es decir, de olvido de su hogar eterno, porque así lo ha querido su Progenitor al hacerles nacer en ignorancia.
Los mortales arrostramos un simulacro de existencia, material y caduca, porque el demiurgo y sus arcontes fabricaron nuestro mundo no a partir de la luz, sino de la sombra.
Todo ello explica que el Libro secreto de Juan denomine al demiurgo *gobernante penumbroso*.
La penumbra en que los hombres se ven obligados a vivir refuerza la imagen gnóstica del mundo como laberinto.
Alguien nos ha dejado caer en las revueltas de un laberinto para que erremos en perpetua zozobra, sin conocer la salida ni presentir el camino que a ella lleva.
Para acrecentar más aún su significado seudológico, al Demiurgo le corresponde también la creación del Diablo, el Kosmokrâtor o Soberano del mundo y padre de la mentira, así como la formación del cuerpo humano a partir de la substancia del diablo.
No es extraño, pues, que en este valle de lágrimas los hombres que atesoran su centella psíquica encuentren el camino sembrado de trampas tendidas a fin de cautivarlos.
He aquí una ilustración de las celadas del diablo, algún arconte principal o el propio demiurgo:
*El adversario nos vigila, acechándonos como un pescador que quiere capturarnos y que se alegra ante la perspectiva de devorarnos.
Pues pone ante nuestra vista muchos alimentos, que son los bienes de este mundo.
Quiere que deseemos uno de ellos, que los probemos tan sólo un poco, y luego nos derriba con su veneno escondido y nos arranca de una libertad para arrastrarnos a una esclavitud*.
Abundando en el cariz seudológico de la creación del mundo entre los gnósticos, el Libro secreto de Juan destapa la trampa que ocultan las hojas del árbol de la vida plantado por el capcioso Creador en el centro del paraíso.
También el Pensamiento trimorfo nos advierte sobre la sombra de las ramas de ese árbol que ha plantado el Hacedor en el Jardín, pues sus hojas proyectan oscuridad y sus frutos provocan ignorancia.
El hombre espiritual o neumático deberá, pues, eludir la trampa del olvido.
Habrá de sortear esos lazos tendidos por la oscura materia para acceder así, por la Gnosis, a la verdad oculta tras el remedo del mundo.
Para ello hará falta que el auténtico Padre Primordial o Dios desconocido envíe a su hijo Cristo a la tierra.
Su palabra será la señal de la verdad tanto tiempo oculta a los mortales.
El Dios auténtico, del que no tenemos noticia en tanto *deus absconditus*, decide un día, en efecto, salvar a los hombres de la aterradora Creación del dios subalterno.
Ese Padre verdadero no es el edificador del mundo *opifex aedificatorque mundi*, lo llama Cicerón, sino El verdadero Supremo, el Dios desconocido o *Théos ágnostos* de quien por sucesivas emanaciones procede el aciago artífice del cosmos.
El motivo de esta decisión liberadora varía según autores:
para Marción, el Dios desconocido remitió a su Hijo para salvar a los hombres porque llegaron a sus oídos, desde la armonía y el silencio perfectos en que vivía, los lacerantes alaridos de la tierra.
Cuando constata el dolor y la pesadumbre del universo creado por el inicuo demiurgo, El Pre-padre decide levantar el velo:
mandará entonces al Salvador para recordar a los hombres que son en realidad hijos del espíritu y no de la carne, así como para destruir las obras del Creador .
Con el descenso de Cristo al mundo se ejecuta un asombroso segundo engaño, esta vez del Ser Supremo hacia los hombres materiales.
Según los docetas gnósticos y ebionitas, el Salvador fue una especie de fantasma que bajó a la tierra con un cuerpo aparente.
Los docetas mantienen, en efecto, que Cristo y Jesús son dos personas distintas.
Cristo es el hijo del Dios Desconocido y Verdadero enviado por este para salvar a la afligida humanidad;
Jesús, en cambio, era un hombre entre tantos cuyo cuerpo eligió el Dios verdadero como depositario del Ungido.
Para los gnósticos, el Dios Universal oculta o falsea a los hombres la identidad de su Hijo Perfecto, Cristo, el cual toma posesión transitoria del cuerpo de Jesús de Nazaret para revelar a algunos hombres que su alma divina sufre cautividad en la cárcel de la materia creada por el demiurgo.
La herejía gnóstica y ebionita conocida como docetismo =de dokéo, parecer= mantuvo así que el Redentor de los electos engañó a los hijos de Adán al menos en dos ocasiones distintas presentándose ante sus ojos como algo distinto de lo que era.
La primera de esas imposturas la cometió Cristo al venir al mundo como hijo de José y de María, es decir, como vástago de la carne pecadora, cuando en realidad era nacido del Espíritu Santo =el Verbo del Padre= insuflado en el cuerpo de María.
En consecuencia extraída por algunos docetas, la Virgen sólo tuvo un alumbramiento aparente o virtual:
el hijo del Padre Eterno no tomó de María carne ni sangre, sino sólo pasó a través de su cuerpo.
Ireneo de Lyon constata que para algunos gnósticos el espíritu de Cristo pasó por el cuerpo de María como agua a través de un canal.
Según Satornilo, el Salvador no nació de mujer y carece de cuerpo y figura, pero adoptó la apariencia de hombre.
En opinión de Saturnino, el Salvador =Cristo para los gnósticos cristianos= se abstuvo deliberadamente de nacer, rehusó investirse de un cuerpo, pese a que pareció un hombre a sus contemporáneos, incluyendo los apóstoles, en realidad era un fantasma divino.
El Redentor, siendo incorporal, aparenta tener un cuerpo que en realidad no es el suyo, sino el de un hombre nacido en Belén;
es un Salvador fantasma =putativus, en voz de Ireneo=.
Cristo no podía aparecer sino como fantasma en un medio material, pues no ya al Salvador, sino a nadie excepto al inepto o perverso demiurgo se le habría ocurrido mezclar el espíritu con la materia para crear el mundo.
Ireneo mantuvo con sana razón que si los gnósticos creían que el Hijo no había tomado sustancia carnal en el vientre de María, entonces tampoco podían creer que lloró ante la tumba de Lázaro o sudó sangre en el Monte de los Olivos.
Toda su vida no habría sido sino un drama fantástico.
Un segundo procedimiento de esta primera simulación del Redentor se produce no al nacer a través del cuerpo de María, sino al introducirse en el cuerpo de un adulto treintañero que resultó ser el hijo de María.
La posesión del cuerpo de Jesús de Nazaret tuvo lugar bien en Cafarnaúm, bien durante el bautizo del Jordán en forma de Espíritu Santo.
Los gnósticos interpretan el pasaje evangélico del bautizo de Jesús en el Jordán, así como el hecho de que Cristo no hiciera milagros hasta ese momento, como una prueba de que el Espíritu del Dios Desconocido en forma de paloma bajó a encarnarse en el galileo a sus treinta años de edad, así como de que lo abandonó tres años después, justo antes de la crucifixión.
Las palabras de Jesús en la cruz *Señor, señor, por qué me has abandonado* confirmarían la desencarnación de Cristo en el último momento, una vez ya cumplida su tarea.
De un modo u otro, Cristo tomó la apariencia de carne pecadora cuando en realidad era sin pecado, en tanto Hijo consustancial del Padre.
Los padres latinos de la Iglesia hubieron de admitir este engaño a los hombres.
En un comentario a Gálatas, San Jerónimo describe el cuerpo del Salvador como una simulación:
*et ipse Dominus noster non habens peccatum, nec carnem peccati, simulationem peccatris carnis assumpserit*.
San Ambrosio, por su parte, reconoce en un comentario a Lucas que, en su lucha contra el Demonio, Jesucristo escondió su divinidad bajo la carne.
La segunda maniobra de encubrimiento vino en forma de suplantación de personalidad antes de que pudieran crucificarlo, cuando intercambia el cuerpo con Simón de Cirene.
Pues el crucificado no fue Cristo, sino el labrador Simón de Cirene, o bien una especie de fantasma.
Tomamos la historia completa del gnóstico Basílides:
*el Dios desconocido, el verdadero Dios Supremo, al comprobar la perversidad de los arcontes que han perpetrado un cosmos de dolor y miseria, envía a su primogénito Cristo a liberar a los hombres.
Los hijos de los arcontes, determinados a frustrar la misión de Cristo, pretenden prenderlo y crucificarlo, pero el hijo de la Inteligencia, más sabio que ellos, convierte la Pasión entera en una burla divina hacia los hijos materiales del demiurgo:
los judíos.
Los israelitas, esos instrumentos deicidas de los arcontes, creen estar crucificando al Redentor cuando en realidad han clavado en la cruz a Simón de Cirene.
Cristo, en efecto, se había transfigurado en la figura de Simón y estaba contemplando del mejor humor, ya de vuelta en el Pleroma, su propio supuesto suplicio:
Y Jesús, a su vez, asumió la figura de Simón, y estaba allí mofándose de ellos.
Jesús adoptaba la forma que le placía.
De este modo regresó junto al que lo había enviado, burlándose de ellos, ya que era inaprensible e invisible para todos*.
El Segundo tratado del Gran Set describe en primera persona esta suplantación de personalidad.
El Redentor aprovechó su encuentro, ya camino del Calvario, con Simón de Cirene para burlar a los judíos y a los cristianos no gnósticos:
*Yo Cristo Salvador visité una casa corpórea =somatikón=.
Arrojé al que estaba antes en ella.
Y entré en su interior.
Mas yo que estaba en ella =dentro de la imagen= no me asemejaba a aquel que estaba en ella, pues era =el anterior= un hombre mundano =kosmikós=.
Yo era visible como un extraño en las regiones inferiores.
Yo =Cristo= no morí en realidad, sino en apariencia.
Pues mi muerte, que ellos creen que acaeció, les acaeció a ellos en su error y ceguera, ya que ellos clavaron a su hombre hasta su muerte.
Fue otro, su padre, quien bebió la hiel y el vinagre;
no fui yo.
Fue otro, Simón, quien portó la cruz sobre sus hombros.
Fue otro al que pusieron la corona de espinas.
Pero yo me regocijaba en las alturas sobre todas las riquezas de los arcontes y de los vástagos de su error, de su vacía gloria.
Y yo me reía de su ignorancia*.
Con el eco de las altas carcajadas en el cielo concluye el proceso de redención humana.
Los poderes de este mundo han sido burlados.
Para Simón el Mago, Cristo aparece como hombre entre los hombres sin ser él mismo hombre.
Para Foción, discípulo de Marción, las pisadas fantasmales de Cristo no dejaban huella siguiendo acaso el evangelio joánico, en el que Jesús camina sobre las aguas.
La venida del Eón Salvífico recordó a los hombres que su padre no era el chapucero dios creador, sino Aquél que habita el Silencio.
La distancia entre uno y otro comprende la diferencia entre el Yahveh falsario del Antiguo Testamento que inspira las palabras:
*Porque Yahveh juzgará a su pueblo* y el Padre verdadero del evangelio joánico que hace decir a su Hijo:
*Porque el Padre no juzga a nadie*.
Sólo los prudentes pueden comprender la verdadera misión de Cristo.
Esta doctrina gnóstica del conocimiento por encima de la crédula fe rehabilita a Judas el traidor.
Entre todos los apóstoles, ignorantes y sencillos hombres del pueblo, Judas Iscariote es el único que conoce la misión de Cristo en la tierra.
Y por ello, a fin de que se cumpla lo previsto por el Señor verdadero, entrega al Redentor.
Pero antes es preciso traicionarlo, pues sin el acto desencadenante de la traición se habría malogrado la tarea liberadora del Hijo de Dios.
Para que pudieran sus enemigos prender a Cristo era preciso que uno de los suyos lo traicionara.
Y Judas es el único que lo sabe.
Heroicamente, decide entonces convertirse en la mano ejecutora del Dios desconocido:
*Sostienen*, afirma Ireneo de los heresiarcas gnósticos, *que Judas el traidor conocía con precisión estas cosas, siendo el único entre los apóstoles en poseer esta gnosis. Por esto obró el misterio de la traición, por el cual fueron disueltas todas las realidades terrenas y celestiales*.
Pseudo Tertuliano es más explícito en lo concerniente a la inversión seudológica de Judas:
*Las potestades de este mundo no querían que Cristo sufriera la pasión, para que al género humano no se le ofreciera salvación por medio de su muerte;
entonces, velando por la salvación del género humano, Judas entregó a Cristo.
Así la salvación, obstaculizada por las potencias que se interferían para que Cristo no sufriera pasión, no pudo ya impedirse en absoluto*.
El atractivo intelectual que aún hoy ejerce el gnosticismo obedece a su convicción de que el simulacro del mundo se debe a un engaño cósmico, así como a su propósito de redención no por la fe en el Padre Creador, trasunto de la confianza en el padre natural, sino por el Conocimiento a través de la sospecha.
La falsedad de todas las cosas visibles del mundo es una consecuencia de la maldad del Demiurgo, pero también a veces, simplemente, de su imperfección, uno de sus peculiaridades más marcadas.
Para ciertos gnósticos, el demiurgo es malvado y falaz;
para otros, necio y engreído.
Pero también este último produce un mundo mentiroso y delusorio, como advierte el heresiólogo Hipólito de Roma:
*al demiurgo se le escapó la Verdad, y de ello se siguió la mentira universal*.
Gnosis;
cucharada amarga que endulza al Espíritu.
Fuerte abrazo.
Gilgamesh***
Fuentes;
-books.google
Plus One.
ResponderEliminarCuando la mente "empieza a dudar....", una cucharada amarga como esta, le produce una hemorragia de satisfaccion a la "Chispa".....
Gracias.
Fuerte abrazo.
Hola mi querido amigo, que difícil vivir en este mundo... Lleno de mentiras. Y más encima cuando dejas este mundo ahí están esperándote para engañarte y vuelta aló mismo.. Lo triste es que la materia tiene miles de años... Y yo con suerte voy a vivir 70 años jajaja, un gran abrazo querido amigo
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ResponderEliminarLEHAIM; así es querido amigo, gracias por valorar.
Néstor González; hola amigo querido, así es con respecto a éste mundo, pero permíteme darte una buena noticia.
Del otro lado nadie podrá engañarte si aquí ya has tomado consciencia de todo ésto.
Cuando la chispa se ha encendido en tu interior, nunca olvides que somos sin pecado concebido y que el Maestro y el Padre, todo lo perdonan, sólo esperan que nos pongamos a trabajar y a vivir en la Vera Luz, no hay demasiada ciencia ni misterio, ellos no lo iban a hacer tan complicado.
Fuerte abrazo, gracias, y no te permitas decaer.