***Muy buena noche para todos.
Clima espacial y actividad solar sin novedades.
Pomés nos sigue contando sobre su investigación.
Por ejemplo, veamos este texto de San Pablo en el Nuevo Testamento =Corintios=: *Conozco a un hombre en Cristo que hace catorce años =si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe= fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre =si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe= que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar*. Muchos estudiosos del Nuevo Testamento afirman que la frase *Conozco a un hombre en Cristo* se refiere al propio San Pablo, que es incapaz de explicar su propia experiencia extracorpórea. No solo esto.
Si leemos cuidadosamente el resto de la frase, observaremos que también San Pablo, al igual que muchas personas que han sufrido una ECM, tuvo visiones celestiales y que, una vez más, al igual que las ECM, presenta la característica de inefabilidad. Es decir, una intensa dificultad para explicar lo experimentado por lo complejo de la experiencia, que excede a las sensaciones físicas habituales. En el islam la idea de un alma con existencia separada del cuerpo es un denominador común. Según el Corán: *Aquellos que pregunten sobre el espíritu deben decir: el espíritu se encuentra bajo las órdenes de mi Señor; pero de su conocimiento poco nos es dado*.
También llama la atención la asociación de estas experiencias extracorpóreas con visiones de seres celestiales. Por ejemplo, un testimonio relata que durante el procedimiento quirúrgico de un accidente cerebrovascular llegó a encontrarse con un ser al que identificó con Jesucristo: *Durante ese tiempo de intervención mi cuerpo se elevó hacia el techo. Estaba situado en un ángulo donde veía mi cuerpo y el de los médicos. Me encontraba agarrado a las espaldas de Jesucristo =yo le decía: Déjame en la Tierra, no me lleves contigo, tengo que ver a mi hija vestida de colegiala, ella me necesita, solo tiene tres añitos=. Permanecí agarrado a Jesús hasta que terminó la intervención y Él me habló: *Ya puedes volver a tu cuerpo*.
Finalmente desapareció y desperté metido en mi cuerpo. Solo pude comunicarme con Jesús, a los médicos no pude escucharlos, tan solo verlos. Todavía hoy me cuesta creer que me sucediera, siendo tan escéptico como soy*.
La existencia de un alma que convive junto a nuestro cuerpo de manera más o menos independiente, es un denominador común a muchas religiones, también en la época de Descartes o en la actual New Age, Era de Acuario que nace de la creencia astrológica de que cuando el Sol pasa un período =era= por cada uno de los signos del zodíaco, se producen cambios en la Humanidad..
Este dualismo ha sido explotado hasta la saciedad por innumerables chamanes que confunden el efecto disociativo de una droga, subrayando este hipotético dualismo mente-cuerpo. Sin embargo, la sensación de salir del cuerpo también ocurre durante algunos casos de ataques epilépticos. Incluso disociaciones más leves nos ocurren a la mayor parte de los mortales en nuestra vida diaria. Por ejemplo, conducir un automóvil mientras pensamos en otra cosa. Podemos llegar al destino casi sin habernos dado cuenta y sorprendernos de lo breve del trayecto. Es como si la mente hubiese ido por un sitio y el cuerpo por otro.
Una mujer llamada Isabel lo expresaba así: *Mientras me encontraba fuera de mi cuerpo choqué con una mesita de metal en el quirófano. Escuché el ruido. Lo que no sé es si lo escucharon los demás. Debería haber preguntado al médico y a las enfermeras*. En teoría, para que se produzca una EEC debe existir un estado de consciencia que lo permita. Entonces, ¿cómo es posible que ocurra bajo anestesia? *Podía ver tanto el interior del quirófano como el exterior, todo desde arriba. Vi cómo me estaban reanimando*, afirma Ana, una mujer que sufrió una cesárea de urgencia.
Podemos observar el denominador común de cómo ciertas situaciones estresantes podrían desencadenar experiencias extracorpóreas. Parece ser el caso de una mujer llamada Rosa: *Mi experiencia ocurrió durante una situación de estrés máximo de la cual dependía mi vida. De manera súbita pude ver todo a mi alrededor y desde arriba de mi cuerpo. No tenía ningún tipo de sentimiento, tan solo tranquilidad. Me veía a mí misma como un objeto inanimado. No fueron más de dos minutos. Luego, repentinamente, regresé a mi cuerpo. Lo que más me llamó la atención fue la ausencia de sentimientos*.
Un tal Jordi relata una experiencia que no tiene que ver con una enfermedad, sino con un acontecimiento súbito: *Conducía por los alrededores de Barcelona a unos noventa kilómetros por hora cuando un coche negro se saltó el disco rojo, y me estampé con él. En ese preciso instante no sentí ningún tipo de dolor por la brutalidad de la colisión. Sin embargo, me vi ascender rápidamente mientras me veía en el suelo, allá abajo. Ves la escena pero no te preocupa. Cuando ya empezaba a estar muy alto, a unos doscientos metros, pude ver una gran mano blanca que me dio un golpecito en la cabeza, como si de una pelota de baloncesto se tratase, al mismo tiempo que decía: *¡Todavía no!*.
Y volví a bajar rápidamente hasta encajar otra vez en mi cuerpo como un resorte, y al entrar en él aspiré una gran bocanada de aire. Hasta ese momento no había podido percibir que tenía un fémur partido por la mitad, las rodillas rotas, la espalda y también la barbilla, así como una mano y otras cosas más. Los de la ambulancia no paraban de decirme: *¡Has vuelto a nacer!*. Me llevaron al hospital de San Pablo. Me operaron varias veces y, hoy por hoy, estoy totalmente restablecido y sin ninguna secuela, excepto las cicatrices de las operaciones*.
Varios autores plantearon la posibilidad de que ciertas personas posean una personalidad que favorezca la aparición de una ECM.
Visto de otra manera, estos sujetos poseerían una capacidad de consciencia que les permitiría el acceso a realidades no ordinarias asociadas a fuertes tendencias de su propia absorción psicológica. Es decir, por un lado facilidad para la disociación y, en segundo lugar, la capacidad de vivirlo como real. Es una experiencia que se repite en muchas culturas. Por ejemplo, entre los maoríes de Nueva Zelanda, Michael King describe cómo los aborígenes eran capaces de volar hasta el Rerenga Wairua, el lugar desde donde se lanzan los espíritus.
Algunos llegaban hasta el mismo borde para, posteriormente, volver a sus cuerpos. En la Melanesia, Dorothy Counts describe el caso de una persona que, supuestamente, estuvo muerta durante varias horas: *Caminé por el haz de luz, a través del bosque, por un camino muy estrecho. Volví a casa, reentré en mi cuerpo y ya estaba vivo otra vez. Me levanté y le conté la experiencia a mi padre que, por supuesto, no se había dado cuenta de nada. Fallecí al mediodía y volví a las seis de la tarde*. En Australia, Keith Basterfield observó que de doce pacientes que habían sufrido una ECM, nada menos que diez también habían notado que se separaban de su cuerpo físico.
Incluso seis de ellos llegaron a flotar por encima del mismo. En uno de los casos, el paciente describió la existencia de un cordón blanco conectando los dos cuerpos. Asimismo, nueve de los doce describieron la sensación de viajar durante la experiencia y seis de ellos relataron haber llegado a algún tipo de límite o frontera.
Respecto a las supuestas diferencias del ECM en cada una de las religiones, es de sumo interés el comentario del Dr. Kenneth Ring, de la Universidad de Connecticut, en 1984: *He tenido la libertad de investigar muchas religiones y la única cosa que he llegado a ser capaz de comprender es que cada religión, la religión pura en sí misma, es exactamente la misma respecto a las demás. No existen diferencias*.
Quizás esta esencia única en todas las religiones es lo que produce que las personas que han sufrido una ECM se acerquen más a un pensamiento universal que a la diferenciación que las separa. Son también numerosos los autores que hacen énfasis en la importancia de las expectativas culturales respecto a las interpretaciones de las ECM. Según explica el doctor Henry Abramovitch, de la Facultad de Medicina de Tel-Aviv, en 1988, una persona judía, llamado Ralbag, habitante de un pequeño pueblo de Israel, sufrió un infarto de corazón.
Comenzó a sentir que se alejaba de su cuerpo y entraba en otra dimensión. Una fuerte sensación de caída empezó a invadirle y la oscuridad a rodearle. Paulatinamente, la velocidad de la caída fue disminuyendo hasta llegar a un lugar desconocido para él: *Comencé a alargar la mano para intentar tocar algo, pero no había nada*. Posteriormente se encontró con una figura celestial que le espetó: *¿Qué haces aquí?*. Lo curioso del caso es que Ralbag provenía de una facción judía ultraortodoxa que niega este tipo de fenómenos. Una vez recuperado, el protagonista tuvo que recibir tratamiento espiritual y psicológico para poder elaborar dicha experiencia y entroncarla con sus más profundas creencias religiosas.
La idea de la inmortalidad del espíritu es un denominador común en la mayoría de las religiones, y uno de los conceptos más antiguos de la historia humana. Tanto los egipcios como los tibetanos disponían de su Libro de los muertos, que no son otra cosa que instrucciones para que el alma se dirija hasta su destino final. En la Europa medieval, asolada por enfermedades y pestes, se publicó el Ars moriendi =Arte de morir=, que explicaba, entre otras cosas, la interferencia del diablo a la hora de raptar el alma. Probar la inmortalidad del alma ha sido el objetivo de numerosos filósofos, teólogos y científicos.
El propio Sigmund Freud postulaba que, desde el punto de vista psicoanalítico, podríamos decir que nadie cree en su propia muerte y que la inmortalidad forma parte de cada uno de nosotros. Sin embargo, El Dr. Raymond Moody alertaba, ya en 1980, que los estudios médicos y los consecuentes hallazgos no deberían utilizarse como una excusa para la contaminación del pensamiento científico por parte del espiritismo, ni tampoco para su utilización por parte de ciertos falsos chamanes que tratan de ponernos en contacto con los espíritus que ya han partido.
Ciertamente, las historias de vida después de la muerte se encuentran en sujetos de prácticamente todas las religiones: budistas, judíos, cristianos, hinduistas, musulmanes, etc.
Gilgamesh***
Continuará...
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