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martes, 26 de enero de 2016

* Disidencia y poder en la edad media: la historia de los Cátaros-parte 3 *

***Bella noche de Martes para todos.

Voy a continuar compartiéndoles sobre la zaga de los Cátaros, a cargo del magistral Profesor Don Abel Ignacio López.
Antes, agradecer a Don Ágora Libre por tomarse el tiempo necesario para responder mi interrogante sobre su publicación, y decirle/s que en el comentario que él dejara en mi blog, está también mi respuesta.

-Los Cátaros creían en la transmigración de las almas. ¿Cuál era la naturaleza de esta creencia? ¿Se trata acaso de una transposición del lejano brahmanismo o budismo? Definitivamente no, responde Brenon. En el caso Cátaro, se trata de un desarrollo del tema bíblico del éxodo de Israel. La historia cósmica es la siguiente. Satanás, el príncipe del mal, lanzó con sus legiones un asalto al cielo como resultado de lo cual el maligno logra hacerse a un tercio de las criaturas de Dios. Una vez en la tierra, las almas así robadas son aprisionadas en cuerpos en los cuales duermen en el olvido de la patria celeste. 

Las almas viven en el exilio, a la manera del los Israelitas. Estas almas son transmitidas de un cuerpo a otro hasta que finalmente son devueltas al cielo. El perfecto, al morir su alma, iba directamente al cielo. Esa transmigración no tiene el carácter de *karma* ni de purificación y por lo tanto no tiene nada que ver con el brahamanismo o el budismo.
Que esa creencia no es legado de las religiones hindúes, es bien cierto. No se puede desconocer, empero, toda similitud. La transmigración Cátara sí tenía sentido de
purificación.



En este sentido, Steven Runciman y Jesús Mestre tienen la razón. Prueba de ello es, en primer lugar, que el alma de un no perfecto debe transmigrar antes y cumplir la penitencia para llegar a ser perfecto. Con acierto lo ha establecido el historiador norteamericano Malcom Lambert: la transmigración de los albigenses tenía una función similar a la del purgatorio católico. Había que hacer penitencia, pero aún existe una esperanza final de salvación.
Ni anarquistas morales, ni suicidio colectivo
Los Cátaros, al igual que otros herejes de la Edad Media, fueron acusados de diversos delitos. Historiadores del siglo XX aún hacen eco de esas acusaciones. 

La verdadera historia de los cataros demuestra que son imputaciones sin fundamento. Según sus detractores, los albigenses habrían promovido la anarquía moral al considerar que, no obstante los pecados que se hubiesen cometido, el consolamentum recibido ad portas de la muerte garantizaba sin más la salvación. 
Esta concepción significaba una invitación a delinquir mientras se tuviera salud.



Sin embargo, responde Brenon, sería esta una acusación que se podría hacer a los católicos y su práctica de la confesión in extremis. Además, según la misma doctrina de los buenos hombres, el consolamentum no bastaba: debía ir acompañado de las buenas obras.
La permisividad sexual, las orgías, el libertinaje nocturno eran acusaciones frecuentes por parte de los perseguidores. Aún se repiten. García Navarro Villoslada considera que, para los cataros, el matrimonio era más pecaminoso que el adulterio o cualquier otro acto de lujuria o de incesto. Con ello destruían la familia y se dejaban llevar por graves desórdenes sexuales, al estar seguros de la indulgencia de los perfectos.

Runciman piensa que debe haber algo de cierto y que la regularidad de los cargos hacen necesaria cierta investigación. Y agrega que la desaprobación de los católicos se justificaba, pues los Cátaros preferían el desenfreno casual al matrimonio. Incluso no sólo preferían las relaciones heterosexuales ocasionales, sino que era preferible la relación sexual *antinatural* al suprimir todo riesgo de procreación. Las autoridades de la Iglesia Cátara no desaprobaban tales conductas.




En épocas festivas se llegaba a niveles de orgía. Más aún, estima que la actitud relajada hacia la moral sexual explica el éxito que alcanzaron en la patria de los trovadores.
Brenon demuestra que los perfectos alentaban a sus fieles a contraer uniones estables. La imagen que proyectan los documentos es la de un clero casto y continente y de fieles que viven en parejas y procreando. La descendencia era numerosa, lo que prueba que la Iglesia catara de hecho no prohibía la reproducción de los cuerpos. Se puede saber que la proporción de vírgenes consagradas era claramente inferior a la de los católicos; un fuerte contingente de los castos clérigos eran personas relativamente ancianas, viudas que habían tenido ya varios hijos antes de hacerse perfectas. 

Ahora bien, no prohibían la reproducción de los cuerpos, pero a la vez proponían la abstención sexual como modelo para alcanzar la perfección. 
Como se verá más adelante, tal predicación se puede relacionar con las condiciones demográficas de la región, aspecto que Brenon no tiene en cuenta.


No sobra reiterar que las mejores pruebas en contra de las falsas acusaciones provienen de hallazgos documentales en los que se describen comportamientos de los herejes procesados por el tribunal de la Inquisición. Según estos testimonios, los Cátaros en su vida diaria no diferían en gran manera de lo que se sabe era la conducta de los católicos. Me refiero en especial al registro inquisitorial de Jacques Fournier, publicado por Jean Duvernoy en 1965, que sirvió de base documental para una famosa obra de gran éxito editorial: Montaillou. 

En el registro mencionado se recogen los resultados de 98 expedientes mediante los cuales se encausó a 114 personas, de las cuales 94 comparecieron ante el obispo Jacques Fournier para responder por sospechas de catarismo. Los historiadores admiran en este documento la información minuciosa que proporciona sobre los aspectos diversos de la vida privada e íntima de los aldeanos occitanos.
Que inducían al suicido es la otra acusación. Se dice que se hacían cortar las venas, tomaban bebidas con veneno y acudían a una práctica singular conocida con el nombre de endura. 



Este ritual consistía en la administración del consolamentum a los creyentes moribundos o en peligro de muerte, acompañado de la obligación de ayuno y penitencia severos, independientemente del estado de salud y de la edad. Ha sido interpretada como consecuencia lógica del desprecio que los Cátaros sentían por todo lo material,una forma deliberada de suicidio por hambre. Se habla de perfectos que fueron sospechosos de apresurar la muerte de inválidos que daban señales de recuperación: de esta manera se evitaba que volviesen a pecar. 
La endura era pues, en opinión de algunos historiadores, una costumbre suicida. 

Ayuno total y suicida que permitía perder el cuerpo pero salvar el alma, puesto que no se podía comer hasta que sobreviniera la muerte, rápida y con seguridad, por agonía o por el suicidio endura. 

Es un suicidio por hambre, la prueba suprema, hazaña última y mortal del creyente como expresión del rechazo radical al mundo carnal. En los anteriores términos la interpreta el historiador Emmanuel Le Roy Ladurie. Agrega, además, que en la región de Montaillou era moneda corriente. 
Otra y contraria es la valoración que hace Anne Brenon.



Reconoce que la endura existió, pero niega que se tratara de huelga de hambre con intenciones suicidas y que mucho menos se amenazara a la humanidad por incitación al suicidio. Afirma que los equívocos provienen de insuficiente información histórica. Es cierto, agrega, que en algunos registros inquisitoriales de comienzos del siglo XIV se describen prácticas de ayuno absoluto de enfermos luego de un consolamentum y que los mismos tribunales interpretan como prácticas suicidas. Pero recuerda que antes del siglo XIV no hay mención alguna de esta práctica. Su aparición fue resultado de la persecución, la cual produjo la disminución del número de perfectos. 

Recuérdese que estos últimos tenían el privilegio de administrar el consolamentum y que este sacramento era indispensable para no perder el beneficio de la salvación, como lo era también actuar conforme a estrictas reglas de penitencia, ayuno y castidad. Al quebrantarlas y no poder recibir el sacramento por falta de un clérigo, se corría el riesgo de no tener un buen fin. 
La endura, pues, no era algo distinto a observar en el lecho de muerte las normas de los buenos cristianos en circunstancias de excepción, cuando ya eran escasos los clérigos Cátaros.



Cuando la Iglesia catara aún era vigorosa, y numerosos sus perfectos, no parece haberse conocido esta práctica. En cualquier caso, concluye Brenon, no había una especial vocación por la muerte. Se pretendía vivir para difundir el evangelio; no podían concebir que el camino de la salvación, abierto por Cristo, pudiera cerrarse por la violencia de los hombres. 
*Ni mucho menos desearlo, tal como suponía aún una corriente historiográfica de mediados del siglo XX*.

Gilgamesh***

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