***Feliz tarde de alfinViernes para todos.
Llega el finde, frenamos la máquina y nos disponemos a desintoxicarnos al menos un poco de la cáustica semana y sus típicos despelotes de la vida cotidiana.
Se nos casa Messi...jeje...y eligió hacerlo en ésta, su ciudad, mi ciudad.
Enorme movida, se imaginarán...especialmente porque sus *invitados* valen fortunas..., sus amigos de España y en especial de Barcelona.
El aeropuerto atestado de vuelos privados, helicópteros, y un gran pero gran operativo de seguridad y demás cuestiones.
Lio es un chico sano, conserva la humildad a pesar de ser un número uno en lo que hace, si hubiera tenido que invitar solamente a sus amigos de la infancia, que son todos de aquí, no habría ningún problema, el casamiento sería más de...del pueblo diría, pero en su etapa de jugador en España hizo amistades que de ninguna manera podrían andar por la calle como si nada.
Es el precio que deben pagar quienes son demasiado famosos, tanto, que sus huesos tienen precio, valuación, tasación, cotización.
Desde un Piqué que encima...viene con Shakira..hasta una larga lista de deportistas que valen fortunas.
Cuando una persona atesora varios millones de cualquier moneda, es peligroso codearse con el pueblo...se vive con el miedo a ser secuestrado, e incluso asesinado por algún energúmeno de esos que nunca falta.
Y bueno...el casamiento de Lio tuvo que hacerse en una fortaleza inexpugnable como es el Casino City Center, les aseguro que uno de los casinos más grandes y lujosos que hay en el planeta, y no exagero.
Una especie de burbuja de cristal, de ensueño, para quienes estarán celebrando el matrimonio de Lio y Antonella, pero por fuera un búnker de hormigón y rejas con un ejército de guardaespaldas, policías, agentes de seguridad y demás personal dedicado a que nadie que no esté invitado, si quiera sueñe...con acercarse al lugar.
Una pena, sé que no sería el deseo de Lio ni de Antonella, pero...reitero, la fama y la tasación de un ser humano, lo acercan mucho más al ostracismo que a la libertad.
En cierta forma, la elección de Lio de casarse aquí en su ciudad, vino a ser una piedra en el zapato para lo que significa el poder central, que como en todo país pasa por la Capital, en éste caso Buenos Aires.
Molesta que un astro mundial como Messi, no termine a los pies de la gran Buenos Aires, y que mucho menos permita a la abundante y rica prensa que domina los medios de comunicación de éste país, se inmiscuya en su fiesta tal como suelen hacer los medios de Baires, que a todo lo creen poder prostituir , comprar o vender.
El nombre de ésta ciudad, Rosario, además de ser muy conocida por otras virtudes y miserias, dará la vuelta al mundo ésta vez, de la mano de Messi.
La *gran ciudad del Río*, del Monumento a la Bandera, del Che Guevara, de Fito Páez, del loco Bielsa, de Libertad Lamarque, del Gato Barbieri, de Messi, de los leprosos y canallas, de los *comegatos*, entre muchos otros más.
Y el Lunes, todo volverá a la normal y dura cotidianidad que marca el ritmo de ésta jungla de cemento, los despidos, las protestas, los robos, el aumento del boleto, los candidatos para las elecciones de Agosto, y dale que va...
Entonces, pausa, reflexión y qué mejor que la de otros, en éste caso elegí a Carolina Vásquez Araya, Periodista chilena radicada en Guatemala, columnista del diario Prensa Libre, que a mi criterio escribe y reflexiona de manera brillante.
Cuando perdemos la capacidad de comprender al otro, hemos perdido también todo sentido de comunidad.
Vivo conectada a las redes sociales. Se ha transformado en un escenario paralelo que fluye simultáneo y cercano, pero a la vez inalcanzable. En esos espacios todo sucede: las frustraciones, las alegrías, sentimientos íntimos, acontecimientos importantes de personas desconocidas; y aquellas nimiedades… esas insignificancias absurdas que no merecen ser compartidas. Todo adquiere un tono de realismo imposible de comprobar, pero rebota y se multiplica inevitable y constante en la línea del tiempo.
Pertenezco a esa generación de las cosas concretas, reales, que se podían tocar y cuya existencia era innegable. El teléfono era un aparato para transmitir el sonido de la voz humana y estaba conectado por medio de cables y postes y centros de control, construidos de materiales tangibles. A quienes vienen conmigo en este viaje les ha tocado el inmenso privilegio de vivir el salto tecnológico y, con algunas excepciones, adaptarse a él. Poco a poco, hemos ido asumiendo estas nuevas formas de comunicación hasta fundirnos del todo en el nuevo modelo.
Esta reflexión, sin embargo, viene a colación para llamar la atención sobre la dicotomía entre los grandes avances de la tecnología y la ciencia con la creciente pobreza cultural convertida en un sello de las nuevas generaciones. Aun cuando el título alude al lenguaje, mi pensamiento se dirige a aquellas formas de comunicación no verbales, a los gestos y modos, a la progresiva pérdida de calidad humana de una sociedad cuyo objetivo principal está centrado en el bienestar individual, muchas veces =demasiadas, quizá= obtenido a costas del colectivo.
Lo veo en la calle, en los medios, en las redes sociales, aun cuando en estas últimas suele predominar un cierto protocolo de cortesía. Es esa caída vertiginosa hacia un estado de violencia como no se había visto antes; la rabia y la frustración transformadas en actos de agresión, en asesinatos a mansalva, en femicidio y en un incontenible y constante abuso contra la niñez. Es la pérdida de control sobre los impulsos más primarios del ser humano y una tolerancia general hacia estas manifestaciones de odio, manifestada por medio de la pérdida del más esencial sentido de comunidad, componente indispensable para la supervivencia.
El lenguaje social nos indica cuán bajo hemos caído en la preservación de nuestra integridad como entes conectados en un entramado de valores colectivos. Nos hemos aislado para no saber del otro, para ignorar cuán cerca tenemos la experiencia de la pérdida. Salimos de una larga etapa de oscurantismo pero nunca nos libramos de la venda sobre los ojos. De ese modo evitamos el compromiso de asumir el desafío de buscar caminos hacia la integración social, hacia la búsqueda de objetivos comunes y hacia la consolidación de una democracia débil y moribunda.
No solo toleramos el abuso, también intentamos justificarlo cuando afecta a seres más débiles y vulnerables. Para ello usamos un discurso delator de nuestra falta de empatía con los menos privilegiados, pero también de la profunda ignorancia sobre los motivos que han llevado a una parte de la sociedad a perder la ruta e internarse en el crimen para sobrevivir.
Nuestro lenguaje no ha perdido nada de su esencia racista, expresado de formas múltiples: desde la rudeza del insulto hasta la sutileza diplomática de la falsa generosidad. Nos creemos buenos por naturaleza y desde esa plataforma juzgamos y condenamos a otros, sin la menor idea de la distancia astral entre ambas realidades porque hemos perdido la capacidad de empatía, cualidad indispensable para vivir la sociedad y construirla cada día desde la nobleza de la comprensión.
Gilgamesh***
Fuentes;
-carolinavasquezaraya
-podcastgilga
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ResponderEliminarAlejandro Arrabal Díaz-eleritzo espaider-Gustavo Méndez y 6+; muchas gracias.