***Gran jornada de Sábado para todxs.
Tiempos de elecciones...
Curiosamente el 28 de Abril vamos a coincidir quienes vivimos en la Provincia de Santa Fé, con los hermanxs de España.
Aquí elecciones *primarias*, las que definen las internas de los partidos políticos, de los que posteriormente saldrán los candidatos definitivos allá por el 16 de Junio cuando elijamos Gobernador y Vice, Diputados, Senadores, Intendentes y Concejales.
En España elecciones generales, donde lamentablemente la arquitectura electoral es bastante rebuscada ya que la gente no elije directamente a su Presidente, sino a través de Senadores y Diputados, y finalmente éstos entre *roscas*, *acuerdos*, *contuvernios* y *alianzas* deciden quién preside el país.
Generalmente en España el que gana pierde o el que pierde gana...
Pero bueno...después se preguntan porqué la gente descree de la política, le da todo igual, y al final nada cambia.
¿Cómo evalúa cada persona o ciudadano a la hora de votar?
¿Se informa?
¿Estudia?
¿Piensa en sí mismo y sus conveniencias o en el bien general?
¿Vota con el corazón partidaria e ideológicamente o con la razón?
¿Vota *en contra de*, o *a favor de*?
¿Se deja llevar por el odio al otro o el amor al propio?
Cuando se abstienen o votan en blanco
¿creen que castigan a tal, a cual, o a todos?
Excelente nota a cargo de la española Ana Carrasco-Conde, para pensar y reflexionar filosóficamente.
Ya lo decía Heráclito:
*Erudición no enseña sensatez.
Ni la formación, la cultura y el refinamiento enseñan a saber estar con los demás y a practicar el buen juicio*.
El conocimiento no da sentido común.
Si así fuera bastaría con tener información relevante sobre un tema de nuestro interés y que nos afecta para sopesar y obrar del modo más juicioso o, al menos, para cuestionarse que lo que se pensaba que era de un modo es quizá de otro.
Pero lo cierto es que, muchas veces, aunque conozcamos esta información seguimos actuando del mismo modo, aunque nos perjudique.
Tampoco somos muy conscientes.
O no queremos serlo.
Al fin y al cabo, tener noticia de algo, conocer el pasado de un político, por ejemplo, en el fondo no significa pensarlo.
Ni mucho menos reflexionar sobre ello.
Ya lo decía Heráclito: erudición no enseña sensatez. Ni la formación, la cultura y el refinamiento =de ahí, por cierto, erudito que procede de *erudiri*, estar modelado y fuera de lo *tosco*=, enseñan a saber estar con los demás y a practicar el buen juicio.
Tampoco el saber garantiza el entendimiento, al menos si recuperamos la noción del mismo como la capacidad del ser humano para comprender el mundo con nociones y conceptos que nos permitan articularlo de forma coherente.
Eso es lo que hacemos al entender algo:
ver cómo se articula.
De ahí que, por ejemplo, por mucho que se sepa qué propuestas defiende un grupo o un partido político esto no significa que veamos con perspectiva la dimensión de su propuesta ni cómo se articula.
Así que no:
conocer el pasado lupino y ahújo de algunos políticos apenas le restará votos y saber que, si de algunos partidos políticos dependiera, las personas homosexuales deberían volver a los armarios, las mujeres a la cocina y los inmigrantes a sus países =o las tres cosas al mismo tiempo= tampoco se verá afectada la intención de voto de muchos ciudadanos y ciudadanas.
*¡No saben lo que hacen!*, exclamamos entonces y, con las manos en la cabeza, entre la incredulidad, la sorpresa e incluso la risa de la incomprensión =o, peor aún por condescendiente, la de la ridiculización=, caemos sin saberlo en la ingenuidad más peligrosa de todas:
que si supieran, si de verdad supieran, votarían otra cosa, que si conocieran lo que rodea a algunos políticos, si lo conocieran, todo sería distinto.
Si supieran los otros =nunca nosotros= qué piensan realmente algunos candidatos y conociéramos sus actos y su pasado, se cuidarían mucho de votarles.
Y justificamos.
Buscamos razones que expliquen este divorcio entre el conocimiento y =nuestro= sentido común, entre el saber y el entendimiento.
Y, al hacerlo, nosotros mismos caemos en la falta de sentido común y de entendimiento.
Justificar no permite comprender.
Ridiculizar tampoco.
Infravalorar mucho menos.
Y esto es lo que hay que pensar:
que no solo se puede obrar con conocimiento y sin sentido común, sino también, lo que es más inquietante, puede actuarse sabiendo lo que se hace pero sin entender realmente qué implica lo hecho.
Y todo esto, como si, los que tienen estudios y formación =eruditos=, estuvieran libres de la insensatez, que se adscribiría, equivocadamente, a los toscos.
El peligro, como bien viera Sócrates, suele venir de los que =creen que= saben y conocen y no practican algo mucho más necesario:
la reflexión sobre aquello que saben y conocen.
Pero ¿saben lo que pasa?
Que pensar cansa.
Es más fácil la inercia.
Conocer y saber no son lo mismo.
Su diferencia radica en la distancia:
si podemos conocer a alguien pero no saberlo todo de él es porque tenemos la distancia suficiente como para verlo y reconocerlo:
vemos su imagen y, aunque lo sabemos identificar, no nos identificamos con él.
Es algo distinto de nosotros.
Conocer en este sentido es discernir, es decir, separar algo para diferenciarlo.
Por ello es precisa la distancia para distinguir los distintos árboles que conforman un bosque.
Sin embargo, el conocimiento a veces solo refuerza la visión que tenemos del mundo =nuestro árbol, nuestra parcela= porque escuchamos lo que queremos, desoímos lo que nos conviene y deformamos o distorsionamos la información recibida para adecuarla a nuestra arboleda.
Quien sabe algo, sin embargo, no ve el árbol:
se ha tragado el bosque, lo ha asimilado.
No se olvide que de la misma raíz de saber, *sapere*, procede sabor.
El saber es sin distancia:
nos identificamos con lo sabido.
Saber de verdad algo es hacerlo nuestro, saborearlo.
Y saber lo que se hace significa que nos identificamos con aquello que hacemos, que nuestro obrar refleja nuestra forma de pensar.
Saber lo que defiende un partido político, por muy intolerante que sea, y votarlo implica, lamentablemente, identificarse con aquello que se afirma y, por tanto, aunque se sepa lo que se hace, no se entienda la dimensión de las consecuencias.
Lo que se traga a veces tiene malas digestiones.
Lo que ha de llamarnos la atención de partidos que apoyan abiertamente propuestas intolerantes es que, para ellos, en realidad están haciendo algo bueno:
porque velan por el *bien común* y con *sentido común*.
Nadie quiere tragar veneno, ni por supuesto ser un malvado intencionadamente, aunque acabe envenenándose o generando daño por sus actos.
El sentido común no es la facultad compartida por todos, de ahí lo *común*, que consiste en pensar en lo mejor para cada uno, es decir, lo propio, lo que me beneficia a mí, aunque haga daño a los demás.
La cuestión es que si daña a la comunidad me acabará haciendo daño a mi.
No somos islas ni archipiélagos.
De ser algo somos puertos conectados por el mar cuya marea nos afecta por igual aunque en distintos tiempos.
Cuidado entonces con lo que se entienda o se quiera hacer pasar por *lo común* del *sensus communis*:
a veces el miedo a perder lo que uno tiene es quien genera los mayores fantasmas.
O aún peor, quien los conjura o permite que se encarnen.
Y otras veces es el tedio, la dejadez, la inconsciencia o el afán de castigar =¿a quién? ¿a los políticos?= quien abre la puerta a los mayores monstruos, pero no se olvide que en realidad ni votar es premiar a un partido ni abstenerse es castigarlo.
A quien se premia o castiga en unas elecciones es a la sociedad en su conjunto, pero quien recibe el golpe más duro y la pena más severa son los colectivos de posición más débil.
La condición necesaria del sentido común no es conocer o saber, sino reflexionar, es decir, saber distanciarnos de nosotros mismos y ver qué es lo más adecuado para una vida que se da siempre en comunidad.
No es por tanto *común* porque todos lo tengamos, es común porque es lo que nos une con los otros en un modo de habitar, de estar en el mundo y construir realidad.
Lo que quiere decir que allí donde una propuesta perjudica la dignidad de cada uno de los miembros de una comunidad, donde se viva imponiendo un modo de estar que no deje espacio a la diferencia, eso, no es común, sino imposición de un colectivo que coarta el modo de vida de los demás.
De ahí que el sentido común no es sentido porque con él percibamos el mundo como lo hacemos a través de la vista, el tacto o el oído, sino que es sentido porque a través de él tomamos contacto con la realidad en su conjunto.
Nos permite orientarnos y tomar una dirección meditada tras recabar una información sobre la que hemos reflexionado.
Ni ligados al mundo abstracto de los deberes y los prejuicios interiorizados, ni al fantasioso mundo de los deseos y las apetencias, el sentido común es el contacto con una tierra que compartimos con otros.
Puede que el conocimiento no dé sentido común ni el saber entendimiento, pero reflexionar sobre aquello que una conoce o sabe es un comienzo.
Digámoslo como lo haría Heráclito:
la reflexión en profundidad enseña sensatez.
Continúo con una también excelente reflexión de Alberto Carbone, quien plantea lo que muchos argentinos llamamos *la tragedia nacional*, que muy bien podría compartirse con muchos otros países a la hora de ver porqué nos va como nos va..
-La tragedia nacional fue y sigue siendo la misma, pero los descendientes de aquellos inmigrantes pobres, consolidados en la mentalidad de clase media, hoy votan a los descendientes de los patrones que explotaron a sus antecesores.
¿Un trabalenguas le parece?
Todo es herencia de aquella masa informe de inmigrantes pobres de principios del siglo pasado.
Hasta el bandoneón que nombra el título de esta nota.
La Argentina es un país habitado por el 10 % de la población que potencialmente podría alimentar.
Donde casi el 80 % de su gente se define como miembro de la Clase Media.
Cuando votan, eligen candidatos referenciados con el 10 % más adinerado, asumiendo como propia la ideología de quienes en el Poder atentan contra sus propios votantes.
Esta controversia es más que una paradoja, es una tragedia alimentada en una convicción, hija de un deseo inmaduro y caprichoso, basado en apoyar a la *gente bien* contra el impulso avasallante de los sectores bajos que se creen con derecho a subsistir del esfuerzo de quienes viven del trabajo y sostienen la Patria.
La Clase Media argentina vota a los vagos ricos, a los nenes de mamá que jamás han trabajado, para que los pobres, o no puedan trabajar o se resignen a no conseguir un trabajo digno.
Esta ecuación, que limita la conciencia del electorado e impide que los sectores medios se identifiquen consigo mismos, enluta el presente y el futuro de un país siempre adolescente, que permanece lejos de identificarse con el concepto de Nación.
Hace mucho que lo veo venir.
Somos varios quienes lo intuimos.
Claro, hay algunos, demasiados para mi insatisfacción, que viven toda esta situación política y social, como si estuvieran al margen de los acontecimientos.
Como si se tratara de la historia de cualquier otro país.
O como si las peripecias de su propio país les fueran ajenas.
Por ello quiero contarle esta vez la historia de la defraudación.
No, no.
Quédese tranquilo.
No me refiero al accionar del gobierno.
A la caída de la industria, a la implosión del mercado interno, a la debacle sanitaria, a la hecatombe de los salarios, a la explosión de los precios, al escándalo de las tarifas.
No, no.
Le comento que esta vez el tema es respecto de una defraudación, no de una estafa.
Porque a mí, como a tantos otros que piensan como yo, que razonan literalmente, nos ha defraudado el escaso nivel de conciencia política que posee la Clase Media argentina.
Usted estará pensando:
¿Pero que creía este hombre?
Tiene razón.
La Clase Media representa a ese sector social que continúa navegando a dos aguas.
Surge de la matriz del sector más humilde del proletariado incipiente nacional, de las primeras fábricas de los primeros años del Siglo pasado.
Herederos de los europeos más pobres que tuvieron que emigrar a América para subsistir, que aquí obtuvieron descendencia.
Hombres y mujeres recibidos por el país con escasa dignidad durante el primer tercio del Siglo XX, pero que con esfuerzo, muy lentamente y una minoría, lograron que sus hijos avanzaran dentro de la escala social, hasta acceder a formalizar la novedosa Clase Media escalando desde un sector paupérrimo.
Gracias al esfuerzo de la inmigración, por imperio de su explotación, la Argentina del Centenario fue uno de los cinco o diez países más importantes del mundo de acuerdo con su PBI y contabilizando la distribución de su ingreso.
Cuantiosas ganancias ingresaron a la Argentina de la primera década del Siglo XX, pero la riqueza se concentró en muy pocas manos.
Los que trabajaban vivían pauperizados y los dueños de la tierra como magnates.
Debe ser muy complicado de entender, porque de otra manera no se explicaría racionalmente el proceder de una importante porción del electorado.
La cultura que recibimos de nuestros mayores, las costumbres, la valiente filosofía de salir adelante a través del esfuerzo personal.
¿Pero existe algún valor que a través del tiempo hayamos aportado nosotros para enriquecer lo aprendido?.
Creo que sí.
La estrategia del *sálvese quien pueda* es toda nuestra.
¿Sabe por qué se lo digo?
Porque hace cien años, el europeo llegaba a nuestras tierras tentado por las noticias de algún pariente o amigo que ya se había radicado, el que recién llegaba vivía al principio de la hospitalidad del que se había instalado primero, el concepto de solidaridad estaba vivo, acompañaba la subsistencia del otro, del nuevo.
En el primer Censo Nacional del año 1868, época de Sarmiento, se contabilizaron un millón ochocientos mil habitantes.
Para el Censo de Sáenz Peña en 1910 había más de cuatro millones, la mitad eran europeos y de ellos, el 70 % italianos.
La cultura del trabajo y la de la solidaridad estaban al orden del día, pero los descendientes de aquellos sufridos pioneros creímos en otra cosa.
Aceptamos que quien vive mejor es porque se lo merece, porque se esforzó más que el otro.
La solidaridad se convirtió en un concepto vacío.
Los descendientes de aquellos abnegados copiamos el modelo de los jefes de los pioneros.
El que tiene más es porque tiene más.
¡Qué tanto!.
El que tiene menos y quiere más tendrá que esforzarse, sin ayuda, sin contención, sin ambages.
¿Y si no tiene ayuda alguna?.
¡Dios proveerá!
Hablo de la época en la cual la Argentina era un territorio dispensador de producción agrícola y ganadera para el mercado externo y los dueños del capital tierra, los únicos *hacedores*.
A través de una política de inclusión y a través del esfuerzo de sus padres, los hijos de los pobres de principio de Siglo XX que bajaron de los barcos, constituyeron la Clase Media y hoy, esos descendientes votan en contra de la política de inclusión.
¿Es paradójico verdad?
¿Se puso a pensar acaso que al eliminar la inclusión se consolida la miseria de los pobres de hoy y que esa pobreza es madre de la marginalidad, de la inseguridad y de la violencia?.
¿A que no lo pensó?
Mientras tanto, los otros descendientes, el grupo de herederos de la riqueza, se perpetúan y extienden su conducta discriminatoria hacia la Clase Media como si su postulado se tratara de una *tribuna de doctrina*.
Entre tanto sigue naciendo gente *bien* que justifica, por ejemplo, que cambiar el celular todos los años es oprobioso para la Clase Media.
¡Porque no sé si lo advirtió pero;
hoy vienen por usted!
¡Hoy existen algunos miembros de ese sector social más encumbrado que se candidatean a Presidentes y ganan por los votos de la Clase Media!
¿Y la excusa cuál es?, ¿que el país no es de los pobres?.
¿Y de quién es?.
¿De usted o de los que usted vota en contra de los pobres?.
¿Vota en contra de los pobres o de usted mismo?.
¿A favor de quién?.
¿De ese grupo social que todo lo tiene?.
¡Porque el voto de usted no parece suyo!.
¿O en realidad al votar usted así como vota, está hablando de usted?
Los herederos del sector concentrado no han trabajado jamás.
Tienen *todo pago* y todo *justificado*.
¿Pensó quien los justifica?
Este es un país generado a través de la cultura del trabajo, del esfuerzo mancomunado, del afán de realización de la Clase Media después de que sus ancestros fueran explotados en beneficio de los dueños de la riqueza.
Si votamos a los mismos siempre seremos lo mismo.
Quienes trabajan merecen un estándar de vida mejor y quienes no trabajan merecen trabajo para incorporarse a un sistema prolífico, a un círculo virtuoso que los incluya dentro del espectro social.
Si aislamos a los pobres a su miseria, obtendremos un país dividido en tres compartimentos estancos.
El de arriba muy pequeño y muy rico, el de abajo mucho más amplio y paupérrimo, el del centro cuantioso, prolífico, individualista y único pagador impositivo que mantiene a los otros dos.
¿Está seguro que elije este camino?
El *niño bien* hijo de la alta sociedad cree en la cultura del trabajo para que lo realicen quienes trabajan para su propia comodidad, para que él no tenga que hacerlo.
¿Sabía usted que las Naciones Unidas establecen hoy cuatro estándares de países en todo el mundo?:
Primero el grupo muy industrializado, segundo el medio industrializado, tercero el poco industrializado y cuarto el no industrializado.
¿Sabe en qué grupo estamos nosotros?.
¡En el primero!.
Entre los cincuenta y ocho países de la primera camada, la Argentina figura en la posición cuarenta y siete.
Esto se basa en su promedio salarial, en su evolución del PBI, en el desarrollo de su educación y nivel sanitario.
Sin embargo en la Argentina, la tercera parte de su población es pobre.
¿Sabe por qué?.
Porque no existe un correcto sistema de redistribución de la riqueza y por consiguiente muy pocos ricos conviven con una mayoría de pobres y en el medio, por supuesto estamos nosotros, padeciendo en el esfuerzo de que no decaiga nuestro nivel de vida, sobre todo cuando nos surge el terror a la cercanía de la pobreza.
Sin embargo, paralelamente, a nivel ideológico aplaudimos las políticas impuestas por los gobiernos de élite que destrozan a los sectores bajos mientras fustigan al nuestro.
Piense por favor en esta contradicción.
No soportamos los *Planes* para la pobreza, porque decimos que es dinero para que los vagos no trabajen, pero toleramos que los ricos gobiernen y sigan engrosando sus arcas sin haber trabajado jamás.
Parece que el aroma del Fin de Ciclo viene asomando, se permite otear, se hace intuición.
Esperemos que por el bien de todos, por la sana costumbre de vivir y dejar vivir, también se constituya en un aroma que nos deja respirar.
Quiero cerrar con las palabras del queridísimo Leonardo Boff, teólogo, ex-sacerdote franciscano, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño, quien en cierta forma describe la realidad de una sociedad brasileña errante que hoy es víctima de su propia falta de brújula, situación muy similar a lo ocurrido en Argentina, a diferencia de que en Argentina el yerro triunfó apenas por escaso márgen, y si tanto en Argentina como en España no se dan cuenta a tiempo de que van hacia un mismo camino, mucha gente va a sufrir de obscuridad; la del alma.
Todo lo que está sano puede enfermar.
La enfermedad remite siempre a la salud.
Esta es la referencia principal, y constituye la dimensión esencial de la vida en su normalidad.
Los desgarros sociales, las andanadas de odio, ofensas, insultos, palabras groseras que están predominando en los medios sociales o digitales e incluso en los discursos públicos, revelan que el alma brasilera está enferma.
Las más altas instancias del poder se comunican con la población usando noticias falsas, mentiras directas e imágenes que se inscriben en el marco de la pornografía y de la escatología.
Esta actitud revela la falta de decencia y de sentido de la dignidad y respetabilidad, inherentes a los más altos cargos de una nación.
En el fondo se ha perdido un valor esencial, el respeto a sí mismo y a los otros, marca imprescindible de una sociedad civilizada.
La razón de este desvío se debe a que la dimensión de lo Numinoso ha quedado oscurecida.
Lo *Numinoso* =numen en latín es el lado sagrado de las cosas= se revela a través de experiencias que nos envuelven totalmente y que confieren densidad a la vida aún en medio de los mayores padecimientos.
Posee un inmenso poder transformador.
La experiencia entre dos personas que se aman y la pasión que las vuelve fascinantes configuran una experiencia de lo Numinoso.
El encuentro profundo con una persona que en medio de una grave crisis existencial nos encendió una luz, representa una experiencia de lo Numinoso.
El choque existencial ante una persona portadora de carisma por su palabra convincente o por sus acciones valientes, nos evoca la dimensión de lo Numinoso.
La Presencia inefable que se deja sentir ante la grandeur del universo o de una noche estrellada, suscita en nosotros lo Numinoso.
Igualmente los ojos brillantes y profundos de una criaturita.
Lo Numinoso no es una cosa, sino la resonancia de las cosas que tocan lo profundo de nuestro ser y que por eso se vuelven preciosas.
Se transforman en símbolos que nos remiten a Algo más allá de ellas mismas.
Las cosas, además de ser lo que son, se transfiguran en realidades simbólicas, repletas de significados.
Por un lado, nos fascinan y atraen, y por otro nos llenan de respeto y de veneración.
Producen en nosotros un nuevo estado de conciencia y perfeccionan nuestros comportamientos.
Ese Numinoso, en el lenguaje de los místicos, como en el mayor de ellos, Mestre Eckhart, o en Teresa de Ávila, así como en el de la psicología de lo profundo de C.G. Jung, está representado por el Sol interior o por nuestro Centro irradiador.
El Sol tiene la función de un arquetipo central.
Como el Sol atrae a su órbita a todos los planetas, así el arquetipo-Sol satelitiza a su alrededor nuestras significaciones más profundas.
Él constituye el Centro vivo e irradiante de nuestra interioridad.
El Centro es un dato-síntesis de la totalidad de nuestra vida que se impone por sí mismo.
Habla dentro de nosotros, nos advierte, nos apoya y, como el Gran Anciano o la Gran Anciana, nos aconseja para seguir los mejores caminos.
Y entonces nunca seremos defraudados.
El ser humano puede cerrarse a este Centro o a este Sol.
Hasta puede negarlos, pero nunca puede aniquilarlos.
Ellos están ahí como una realidad inmanente al alma.
Este Centro o su arquetipo, el Sol, nos dan equilibrio, armonía personal y social y la convivencia de los contrarios sin exacerbarse por la intolerancia ni por los comportamientos de exclusión.
Pues bien, este Centro se ha perdido en el alma brasilera.
Hemos ensombrecido el Sol interior, a pesar de que él está ahí continuamente presente, como el Cristo del Corcovado.
Aunque escondido tras las nubes, él sigue allí con los brazos abiertos.
Así nuestro Sol interior.
Al perder nuestro Centro y al oscurecer la irradiación del Sol interior, perdemos el equilibrio y la justa medida, bases de cualquier ética, de la sociedad y de toda convivencia.
Desequilibrados, andamos errantes, pronunciando palabras desconectadas de toda civilidad y compostura.
Nos empequeñecemos y abandonamos la ley áurea de toda ética:
*Trata humanamente a todos y a cada uno de los seres humanos*.
En este momento en Brasil, muchos y muchas no tratan humanamente a sus semejantes.
De eventuales adversarios en el campo de las ideas y de las opciones políticas o sexuales se hacen enemigos a quienes cabe combatir y eventualmente eliminar.
Tenemos, urgentemente, que curar nuestra alma herida, recuperar nuestro Centro y nuestro Sol interior, acogiendo las diferencias sin permitir que se tornen desigualdades, a través del diálogo abierto y de la empatía con los que más sufren.
Como decía el perfil de una mujer inteligente en twitter:
*al colocarnos en el lugar del otro, hacemos del mundo =de la sociedad= un lugar para todos*.
Esta es nuestra urgencia, si no queremos conocer la barbarie.
Fuerte abrazo.
Gilgamesh***
Fuentes;
-lamarea
-elortiba
-nuestrasvoces
Plus One.
ResponderEliminar.....la reflexión en profundidad enseña sensatez....., "y los palos que te da la Vida".
Gracias por la reflexion.
Fuerte abrazo "KUI".
Fernando Fernandez Colilla____ ++1.....En Spceweather hay una informacion de como sera el ciclo solar 25 y dicen que sera igual que el actual ciclo 24, pero creo que que sera mas bajo.....
ResponderEliminarFernando Fernandez Colilla___ ++1.
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ResponderEliminarLEHAIM; gracias Bro, abrazo.
Fernando Fernandez Colilla; gracias Fer, efectivamente, si la teoría se consuma con la práctica, el Ciclo nuevo debería ser mucho más bajo aún. Abrazo.