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miércoles, 10 de febrero de 2016

* Disidencia y poder en la edad media: la historia de los Cátaros-parte 6 *

***Bella noche de Miércoles para todos.

Vamos a continuar con el excelente estudio del Dr. Abel Ignacio López sobre los Cátaros;

El pueblo llano

Se dejó seducir con facilidad por la predicación de los Cátaros. En el Languedoc, ante el desencanto del catolicismo, el pueblo optó por la herejía. La sencillez del mensaje y de sus predicadores hace resaltar la distancia que la élite eclesiástica católica mantenía con sus fieles. Sin el apoyo del pueblo, el catarismo hubiera quedado relegado a un simple esnobismo, a ser una religión de privilegiados. Opinión similar es la de Anne Brenon. Sostiene que el catarismo no fue un fenómeno puramente elitista. Si lo hubiera sido, no se explicaría que la Iglesia católica organizara una cruzada, ni tampoco la tenaz resistencia después de un siglo de persecución. Más aún, el catarismo fue en burgos y aldeas del sur de Francia *el cristianismo ordinario y compartido por los distintos sectores sociales*.

Estas consideraciones deben asumirse con cautela, habida cuenta de las dificultades con que se encuentran los historiadores para determinar el alcance de las predicación herética en los sectores populares. Tal como lo planteó P. Wolf en el Coloquio *Herejías y Sociedades*, que tuvo lugar en Royaumont, en 1962, al lado de los perfectos que se comprometieron a fondo con la herejía, hubo una franja que, aunque seducida por las virtudes de los predicadores heréticos, no llegó a romper con sus prácticas católicas y seguramente no estaban al tanto de las controversias doctrinales.



Además, el haber hecho causa común con los herejes en las guerra de cruzada no significa haber abandonado la piedad ortodoxa. Las coincidencias en estos casos se explican por razones culturales y políticas: defender la libertad del condado frente a los intentos de ocupación por parte del rey capeto. *Toma de conciencia, no sé si decir nacional, de una comunidad de lengua, de civilización, de concepciones, sin duda de actitud frente a los herejes, pero no de religión*. Paul Labal es más escéptico aún. Reconoce que esta herejía penetró en los más diversos medios sociales: grandes señores, pequeña nobleza, gentes del pueblo, mercaderes. Pero se trató de *adhesiones negativas*. Era gente que se unía contra la Iglesia católica, misógina, rica, empecinada en imponerse en términos de poder. Las adhesiones estuvieron lejos de conquistar el pueblo languedociano. 

Por lo que se deduce de los testimonios inquisitoriales, los creyentes mostraban vacilación doctrinal y desconocimiento de los principios religiosos del catarismo. De las predicaciones sólo retenían migajas, retazos. Y seguramente había un gran franja de indecisos que asistían por igual a los sermones Cátaros y a los Cátaros y a los católicos.
Por lo que ha progresado la investigación, no se puede afirmar nada concluyente en cuanto al alcance de la influencia de la herejía en los sectores pobres del campo y la ciudad. Nada hay, concluye R. Moore, que permita una evaluación bien sustentada del impacto de la herejía en la mayor parte de la población.



Los cataros: ¿subversivos?

Al hablar de la influencia de la herejía, hay que remitirse a otro tema: la relación entre discurso Cátaro y crítica social. Según Brenon, no tienen razón los escritores que quisieron ver en el catarismo una especie de bolchevismo medieval. No había en el discurso de los buenos hombres una esperanza milenarista. Ellos condenaban este mundo en beneficio de la patria celestial. No obstante esta advertencia, la historiadora francesa encuentra en la actitud y en la doctrina elementos que amenazan el orden social. La oposición cátara a toda violencia, su rechazo al juramento, son valores opuestos a la sociedad feudal. 

La vida austera de los predicadores, su invitación a la modestia y la moderación parecen haber influido entre la pequeña nobleza, a la que puso freno sus excesos. No hay duda de que, como toda herejía, los Cátaros, al desconocer la autoridad espiritual de la Iglesia católica, rozaban la subversión.
Para entender el alcance de la amenaza cátara, conviene distinguir, por una parte, su doctrina social, que nos parece menos radical de lo que sugiere Mestre y, por otra, su impacto en el terreno del poder, pues es ahí donde radicaba su verdadero peligro. Es esto lo que ha demostrado R. Moore, cuya ventaja frente a los estudios de Mestre y Brenon está en que se detiene en el examen de las relaciones entre el poder y lo espiritual en la Edad Media.



La batalla final entre ortodoxos y herejes se libra por el acceso al poder espiritual. Es esta la premisa de la que parte Moore. Veamos cómo la desarrolla. Entre los siglos XI y XII, la Iglesia católica había venido impulsando reformas internas, la más conocida de las cuales fue la Reforma gregoriana. Como parte de este programa, se había ido modificando la noción de lo sagrado. Antes de esa reforma, lo sagrado no residía en los hombres, sino en los lugares: el monasterio, las reliquias de los santos, el altar. Las cualidades morales del sacerdote no eran entonces fundamentales para el desempeño de sus funciones. A mediados del XI, se acrecentaron las críticas a la Iglesia, al comportamiento de sus clérigos. 

Desde distintos grupos, unos heréticos, otros no, se fue cambiando de perspectiva: lo sagrado depende del comportamiento moral de los individuos. 
La Iglesia incorporó en la Reforma gregoriana la nueva noción de lo sagrado. 
Sin mayor éxito, al principio. 
El espacio fue cubierto por los herejes, pero también por los ermitaños, los monjes vagabundos y, más tarde, ya en el siglo XIII, por nuevas órdenes religiosas. 
Se desató entonces lo que Moore denomina una competencia por el poder espiritual que utilizaba las armas del carisma individual.



Los herejes, que negaban a la Iglesia cualquier legitimidad, precisamente con el argumento de que era corrupta, suscitaron el entusiasmo de seguidores en diferentes grupos sociales. Pero la identificación entre autoridad espiritual y merecimientos personales que otorgaba gran poder a los herejes podía convertirse en un serio obstáculo para su consolidación. En efecto, al considerar que todo lo terrenal era obra del demonio, se negaron a establecer una organización que diera respuesta a los males que ellos condenaban. Los Cátaros fueron, sin embargo, una excepción. Ellos no se negaron a administrar sacramentos, materializaron sus rituales, no abandonaron el recurso a la organización religiosa. Se convirtieron, entonces, en una alternativa más peligrosa para la Iglesia católica. 

Podríamos agregar que ello fue así porque se hicieron Iglesia, aunque Moore no utilice este término.
Ahora bien, la batalla entre ortodoxia y herejía era también una lucha por la representatividad en las comunidades locales. 
La Iglesia católica, con el fin de hacerse más efectiva, perfeccionó sus instrumentos de control: 
dejó de depender tan sólo de la autoridad carismática para confiar en la autoridad burocrática.



Centralizó sus instituciones, afianzó el poder del Papa, en el mismo momento en que las monarquías hacían lo propio. El desafío que planteaba la disidencia consistía en otorgar poder a quienes carecían de él. *Poder*, en este caso, quería decir ser aceptado como defensor de una comunidad, por lo tanto, capacidad de administrar justicia y garantizar la acción colectiva. De ahí que cuando los cronistas medievales describían a los seguidores de los herejes con el término latino pauperes =pobres= no se estaban refiriendo a quienes carecían de riqueza, sino a quienes carecían de poder. El contraste no era con los divites =ricos= sino con los potentes =poderosos=, es decir a aquellos a quienes había que servir a cambio de protección. 

La herejía, al otorgar derechos de liderazgo a aquellos que podían ganar su confianza, constituía una amenaza para los poderes laicos y eclesiásticos. 
Estos últimos se reservaban el derecho de predicar. 
Por eso el peligro no consistía tan sólo predicar doctrinas contrarias a las de la Iglesia. 
También lo era hacerlo sin el debido permiso. 
*Predicar sin permiso era una declaración de rebelión*.

Este análisis de Moore tiene otra ventaja: ayuda a explicar la relación entre poder monárquico y herejía en los siglos XII y primera mitad del XIII. La herejía, escribe, aparecía a veces entre los pobres, a veces entre los ricos, a veces en las regiones más atrasadas, aunque con mayor frecuencia en las de mayor progreso, pero siempre floreció allí donde la autoridad política era difusa y nunca apareció donde era grande la concentración del poder. Ello fue así porque la monarquía había logrado desarrollar instrumentos de coerción eficaces, más eficaces incluso que los de la Iglesia. Los sistemas legales y administrativos creados por los reyes facilitaron una jurisdicción universal. 

En este contexto, la religión también jugó su papel, porque al ser ella la más poderosa expresión de solidaridad de grupo, la lucha que se suscitó entre poderes locales y poder central =monarquía= con frecuencia se desarrolló en términos religiosos. 
La Iglesia, por su parte, se opuso también a las tendencias descentralizadoras. 
La sociedad, concluye Moore, no podía abandonar el ideal de uniformidad religiosa, por lo menos hasta el momento en que se tuviese la seguridad de que sus instituciones podían preservar su tejido por otros medios.



De otro lado, ¿qué tan revolucionaria fue la doctrina social de los Cátaros?. No proponían un reino milenarista de igualdad social, como bien lo advierte Brenon. A pesar de las declaraciones de los Cátaros en contra de la violencia, que no siempre cumplieron, y de su oposición al juramento, no suscitaron un gran conflicto social, ni sus seguidores estaban interesados en alterar las relaciones sociales en el campo o en la ciudad. Su mayor eco lo encontraron en aquellos sectores sociales insatisfechos con los efectos de los cambios económicos de la época. En términos espirituales, por quienes se oponían a los nuevos valores de amor al dinero. Socialmente, por quienes resultaron perjudicados en su propio status a causa de los prestamistas. 

Su fuerza social y su fervor religioso fueron menores que los de la otra herejía contemporánea: los valdenses. Estos últimos propusieron una doctrina social inspirada en la pobreza evangélica. 
El catarismo insistía en que sus perfectos, es decir, sus jerarquías, debían alcanzar la pureza total; sin embargo, la ruta que proponían hacia la salvación no era la búsqueda interior y personal de lo divino, ni el esfuerzo solitario. Lo que se buscaba era la observancia exacta e impersonal del ritual prescrito. A pesar de su radicalismo teológico, el catarismo, agrega Moore, no fue, en términos sociales, la alternativa más radical que la Iglesia católica hubo de enfrentar entonces.



Gilgamesh***

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lunes, 1 de febrero de 2016

* Disidencia y poder en la edad media: la historia de los cataros-parte 5 *

***Hermosa primera noche de Febrero 2016 para todos.
Continuamos con ésta quinta parte del importantísimo estudio del Profesor Abel Ignacio López sobre los Cátaros y al final les dejo un audio que podrán escuchar si es que logran ver el reproductor, aclaro ésto porque dependerá siempre del tipo de navegador que tengan, incluso de los complementos y demás yerbas que tienen que ver con internet. 
El audio pertenece al colega Marcelo Quiroga, quien tiene su programa; *Otras Alternativas*, que se emite los Domingos a la medianoche por Radio2 de Rosario, AM 1230 Khz. Se los comparto porque lo considero muy didáctico para quienes ven en la re-encarnación, la oportunidad de evolucionar, de tomar siempre lo mejor, aún cuando interpreten que la están pasando mal. 
Espero sea de vuestro agrado.

1. La nobleza

Los grandes dignatarios, de una u otra forma, simpatizaron con los Cátaros: Raimundo VI de Tolosa, Raimundo Roger de Trancavel y Ramón Roger, conde de Foix. Lo mismo se puede decir de la pequeña nobleza asentada en fortalezas y castillos. Esta pequeña nobleza sufrió los efectos del fraccionamiento de las propiedades como consecuencia de que en Languedoc, a diferencia del norte de Francia, no se extendió la práctica de la primogenitura. El efecto fue un mayor número de nobles empobrecidos. Su apoyo a la herejía tiene menos que ver con la aceptación de la doctrina que con intereses materiales: estaban poco dispuestos a doblegarse ante la exigencias de la Iglesia católica que exigía diezmos. 

Es esta una hipótesis que otros historiadores han desarrollado atendiendo con mayor detalle a las circunstancias económicas y demográficas del Languedoc. 
Según el análisis de Labal, la fortuna de la pequeña nobleza no provenía de la explotación directa de los campesinos. Dependía de colonos que pagaban rentas fijas en dinero, las cuales, al aumentar el costo de vida, como en efecto ocurrió hacia 1150, perdían su valor inicial. Eran rentistas en apuros. Al atravesar por tantas dificultades, su enfrentamiento con los clérigos se hizo más fuerte.



El antagonismo giraba alrededor de los diezmos parroquiales, que por mucho tiempo estuvieron en poder de los señores en virtud del derecho de protección que éstos ejercían sobre las parroquias. Como patronos, protegían a las iglesias, nombraban los párrocos, e incluso daban en herencia o en donación sus derechos sobre las iglesias. Estas prácticas fueron severamente condenadas por la Reforma Gregoriana de finales del XI y comienzos del XII. 

Su efecto fue la restitución de los diezmos a la Iglesia. Las tensiones se agravaron hacia los años 1150-1175 como consecuencia de la presión demográfica. En algunas diócesis, las cesiones se interrumpieron hacia la mitad del siglo. El alza de precios con rentas fijas empobrecía a la nobleza, mientras el clero se enriquecía. No es de extrañarse, pues, que el discurso Cátaro que habla de la Iglesia del diablo, que fustiga la codicia de los obispos haya tenido eco y haya habido nobles que defendieron a los herejes contra los cruzados católicos.

2. Las ciudades

Los habitantes de las ciudades fueron también puntos de apoyo. Las élites burguesas fueron las primeras en permitir la práctica y devociones de la herejía. Los comerciantes y prestamistas encontraron un respaldo espiritual, debido a que los Cátaros no se oponían al préstamo con interés. 
Más aún, los mismos *buenos hombres* se dedicaron con éxito a esta actividad. Tisserands, tejedores, era un término usual para designar a los Cátaros y ello era así por el gran número de obreros que seguían a los buenos hombres. 

*En su mayoría la burguesía occitana estuvo del lado de los Cátaros*. El asunto, sin embargo, parece más complejo. Lo aconsejable es la prudencia antes de formular conclusiones tan contundentes, como las propuestas por Mestre. 

Veamos por qué.
Primero, porque, en principio, la herejía podía encontrar mejores condiciones de apoyo en las ciudades que en el campo. En aquéllas, los contactos son más complejos. Se observa allí una ruptura con los marcos tradicionales; a las ciudades llegaban quienes habían sido expulsados de sus diócesis y podían hallar protección, apoyo y audiencia. Había pues mayores posibilidades que en el campo de atraer seguidores, de reunirse.



En este sentido, las herejías y la expansión de las ciudades fueron fenómenos concomitantes. Sin embargo, todo parece indicar que es preferible hablar, como lo sugiere, C. Thouzeillier, de fluctuación en los apoyos. En efecto, en ciertos momentos, algunas ciudades y sus gobiernos respaldaron la herejía y en otros momentos estuvieron en contra. 
Hubo ciudades como Narbona que contuvieron la herejía y otras, como Cahors, que la redujeron a casi nada. 
La conclusión de Paul Labal es que las ciudades más grandes, esto es, las sedes episcopales, no desempeñaron el papel que era de esperar, o por lo menos el papel que los escritores católicos del siglo XIII les atribuyeron como soporte de los Cátaros.

Segundo: es apresurado concluir que como la Iglesia catara no se oponía a los préstamos con interés y la católica sí lo hacía, entonces los prestamistas y comerciantes le habrían brindado apoyo a la primera de ellas, como se deduce de lo escrito por Mestre. 
Cosa distinta ocurrió en la ciudad de Tolosa, según lo muestra Robert Moore. 
Allí, si bien es cierto que un buen número de personas pertenecientes al patriciado urbano se hicieron herejes, también entre esa misma clase se reclutaron los miembros que conformaron la confraternidad blanca organizada por el obispo Foulque contra la herejía después de 1206.



Las familias que apoyaron a los herejes fueron aquellas cuya posición económica se vio amenazada por la desvalorización de sus tierras arrendadas y que culpaban de su situación a los acumuladores de la nueva riqueza: los grandes mercaderes y prestamistas. Estos prefirieron mantenerse católicos y hacerse más bien benefactores de la Iglesia, de los hospitales e instituciones de caridad, que en buen número se fundaron por aquellos tiempos. 

De manera que los principios doctrinales, por lo menos en este caso, no incidieron de forma inmediata sobre los grupos sociales que aparentemente podrían sacar ventaja de esas doctrinas y que, por lo tanto, no todos los comerciantes y habitantes de las ciudades eran potenciales herejes. 
Lo que muestra el caso de Tolosa es que los cambios económicos =el desarrollo del préstamo, y de la economía monetaria= no afectaron de la misma manera a los distintos habitantes de la ciudad, e incluso a los miembros de una misma clase =comerciantes= o una misma familia.
Tercero: En 1209, cuando tuvo lugar el saqueo de Beziers, el mando cruzado elaboró una lista de posibles herejes de la ciudad.



Constaba de 220 nombres, de los cuales 200 eran comerciantes y artesanos. Con base en esto, Mestre deduce que en la época de la cruzada en la ciudad había 200 perfectos de origen burgués, cifra que él considera muy importante para una ciudad con quince mil habitantes. Labal advierte, sin embargo, que se trata apenas de una relación de sospechosos, muchos de los cuales eran simples creyentes o simpatizantes. 

De varias personas se dice que *se les ha visto en dos ocasiones en las predicaciones de los herejes*. 
A continuación de algunos nombres, se encuentra la palabra *val*, por lo que es de presumir que eran *valdenses*, es decir, seguidores de Pedro Valdo y por lo tanto no eran Cátaros. No es fácil, pues, establecer el número de perfectos de origen burgués.




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jueves, 28 de enero de 2016

* Disidencia y poder en la edad media: la historia de los cataros-parte 4 *

***Bella noche de Viernes para todos.

Voy a continuar compartiéndoles el gran estudio del Profesor Honoris Causa, Don Abel Ignacio López sobre los Cátaros.

Sin duda que uno de los efectos del ayuno podía ser apresurar la muerte. Pero ello es distinto a pensar que se trataba de un programa destinado a amenazar al género humano. No se debiera olvidar una vez más que las acusaciones provienen de textos inquisitoriales, interesados en exagerar y a veces deformar comportamientos considerados inmorales. 
De lo generalizado de esta costumbre poco se sabe. 
El mismo Le Roy Ladurie no ofrece evidencias empíricas para sustentar la afirmación arriba citada sobre el uso generalizado de la endura en Montaillou. 
Lo que se ha podido averiguar hace pensar, más bien, que se trató de una práctica poco extendida, nada frecuente, un rasgo esporádico. Brenon tiene razón: 
no es cierto que el catarismo condenara la humanidad a la extinción.



En conclusión, no hay pruebas que apoyen la existencia de un suicidio ritual; se trata, en opinión de Robert Moore, de un mito que aún persiste entre historiadores modernos. Ocurre lo mismo con la acusación de extrema piedad que pudo ser interpretada como una señal de depravación o con la negativa a la procreación que para los detractores se convirtió aceptación de cualquier tipo de relación sexual. Son creencias típicas acerca de los Cátaros que han persistido a lo largo de los siglos a pesar de que carecen por completo de evidencias que las apoyen.

¿Por qué en occitania?

La Iglesia catara tuvo acogida especial en la Occitania, región del sur de Francia y que aún no estaba incorporada a los dominios de la monarquía capeta. Comprendía el moderno Languedoc en el Occidente, y Provenza en el Este. Se le conoce más comúnmente con el nombre de *Midi francés*. Allí se compartía una tradición lingüística común: la lengua de Oc. El mayor éxito cátaro se alcanzó en el Languedoc, del cual formaban parte, en términos políticos, los condados de Tolosa y de Foix, los vizcondados de Albi, Carcasona y Beziers en poder de la familia Trencael, y el vizcondado de Narbona.

El apoyo brindado por la nobleza y el débil desarrollo de los lazos feudales fueron factores determinantes en el éxito del catarismo. A diferencia del norte de Francia, en el sur las relaciones entre vasallo y señor fueron menos rígidas, menos obligantes y abundaron los alodios en detrimento de los feudos. Las instituciones feudales penetraron mal y hubo mayor resistencia a los juramentos de fidelidad. 
El efecto de tal situación fue, en opinión de Brenon, una nobleza jerarquizada con menor solidez que la del norte francés y una mayor autonomía de opción socioreligiosa que *habría sido inimaginable en un sistema centralizado a la flamenca o a la borgoñona*.



El conde no estaba en condiciones de imponer su autoridad a sus vasallos. La débil autoridad condal propició el desorden político, las continuas guerras y la amenaza de invasión por parte de otros poderes más fuertes con intereses en la región: la monarquía francesa y la inglesa. La primera de ellas, porque el conde de Tolosa era su vasallo, la segunda porque el rey de Inglaterra era duque de Aquitania y no había renunciado a ejercer el señorío en Tolosa. Eran frecuentes las rivalidades entre los condes y vizcondes; 
su resultado más notable fue convertir la región en territorio de violencia. La organización de la Iglesia católica en el Languedoc era igualmente difusa, lo que facilitó la presencia de grupos religiosos heréticos, los cuales, por otra parte, estaban presentes en esta región por lo menos desde las primeras décadas del siglo XI. Un régimen particular de habitat conocido como el incastillamento facilitó aún más la acción de los Cátaros. En el interior de una misma muralla residían señores y campesinos, artesanos y burgueses.



No hay mayor discrepancia sobre esta explicación. Sin embargo, se echa de menos un mayor examen de las condiciones materiales propias del Languedoc, porque ayudarían a entender la acogida de la predicación catara. A este propósito, vale la pena traer a cuento la hipótesis de Pierre Chaunu formulada en su famosa obra Le temps des Reformes =1975= según él, se puede establecer una relación entre catarismo y *mundo pleno*. No es una mera coincidencia el que la predicación de los *buenos hombres*, de la segunda mitad del siglo XII, hubiese tenido lugar en un momento de abundancia de población.

La condena que los Cátaros hacen del matrimonio, su modelo de vida cristiana basada en la castidad e incluso su condena a la procreación tuvieron acogida en regiones fuertemente pobladas; allí la superpoblación era percibida como sobrecarga y obstáculo. Paul Labal ha mostrado que esta hipótesis está bien justificada. En las aldeas del sur de Francia, los hombres se hacinaban. Según se deduce de excavaciones arqueológicas, el habitat sufrió modificaciones en el siglo XII, la población no siempre encontró ocupación en su propio territorio, y no hubo comida para todos.



A diferencia del norte del Loira, en el sur el arado pesado, el caballo dedicado a la agricultura y la rotación trienal fueron innovaciones tardías. Hubo poca cría de ganado y los rendimientos agrícolas fueron bajos. La solución fue la emigración hacia zonas incultas, la fundación de nuevas aldeas; lo que Labal llama un nuevo país que fue casi indemne al catarismo. Y esto con toda probabilidad no es casual. Esta expansión se detuvo a mediados del XII. Las ciudades entonces, en especial Tolosa, tuvieron que soportar la población excedente proveniente de las aldeas vecinas. 

Como más adelante explicaremos, las lealtades y apoyos que recibió la herejía dependieron en buena parte de los efectos de la situación demográfica y social.
Al interior del occidente europeo, fue en la Occitania donde se llevó a cabo el primer intento de la separación de los poderes espiritual y temporal. El clero se sometió al poder señorial; el conde de Tolosa apartó de su consejo a los eclesiásticos. El resultado fue un progresivo distanciamiento institucional entre señores e Iglesia. Sin duda, esta circunstancia explica, en buena medida, el apoyo, o por lo menos la tolerancia, de los poderes laicos con la herejía.



A su implantación contribuyó también la escasez de medios de acción de los que disponía la diócesis de Tolosa. Así se deduce del estudio de Labal. Hacían falta prelados activos y clérigos dinámicos. Los monasterios, por su parte, no pudieron suplir esa carencia, pues tampoco había grandes abadías, una situación que contrastaba con la vivida en el norte de Francia. De suerte que la enseñanza de la religión quedaba en manos de los capellanes rurales, de escasa instrucción, algunos de ellos siervos nombrados como clérigos por sus señores. No se estaba, pues, en capacidad de responder a los predicaciones de los Cátaros . 

Estos más bien colmaron un vacío en el proceso mismo de cristianización. Según investigaciones arqueológicas, hacia el siglo XII aún había creencias paganas: en los subterráneos de construcciones se han encontrado huellas del culto a la *dama blanca*. 
Las sepulturas de Albi muestran persistencias de gestos, como la ofrenda de la tierra, las fracturas de cerámicas y los fuegos rituales. 
De manera que los Cátaros, en estos casos, no tuvieron que combatir con un catolicismo muy arraigado.



Herejía y sociedad, el catarismo: ¿iglesia popular?

De la lectura de los dos libros objeto de este comentario se deduce que, con excepción del clero católico, el catarismo, tuvo amplia acogida y apoyo en los diferentes grupos sociales del Languedoc, en la Occitania, desde la alta nobleza hasta el pueblo llano. *Acogida* significa que no se les perseguía, que en una misma familia había cataros y católicos, y, en fin, que incluso se les defendió de los ataques militares promovidos por el papado. 
Esta situación podía producir contradicciones entre las creencias religiosas y las convicciones vitales. Era precisamente este el drama que vivía Raimundo VI, conde de Tolosa y, agrega Mestre, *será a un tiempo el gran drama de su país, que comulgaba punto por punto en los mismos sentimientos de su conde*.



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martes, 26 de enero de 2016

* Disidencia y poder en la edad media: la historia de los Cátaros-parte 3 *

***Bella noche de Martes para todos.

Voy a continuar compartiéndoles sobre la zaga de los Cátaros, a cargo del magistral Profesor Don Abel Ignacio López.
Antes, agradecer a Don Ágora Libre por tomarse el tiempo necesario para responder mi interrogante sobre su publicación, y decirle/s que en el comentario que él dejara en mi blog, está también mi respuesta.

-Los Cátaros creían en la transmigración de las almas. ¿Cuál era la naturaleza de esta creencia? ¿Se trata acaso de una transposición del lejano brahmanismo o budismo? Definitivamente no, responde Brenon. En el caso Cátaro, se trata de un desarrollo del tema bíblico del éxodo de Israel. La historia cósmica es la siguiente. Satanás, el príncipe del mal, lanzó con sus legiones un asalto al cielo como resultado de lo cual el maligno logra hacerse a un tercio de las criaturas de Dios. Una vez en la tierra, las almas así robadas son aprisionadas en cuerpos en los cuales duermen en el olvido de la patria celeste. 

Las almas viven en el exilio, a la manera del los Israelitas. Estas almas son transmitidas de un cuerpo a otro hasta que finalmente son devueltas al cielo. El perfecto, al morir su alma, iba directamente al cielo. Esa transmigración no tiene el carácter de *karma* ni de purificación y por lo tanto no tiene nada que ver con el brahamanismo o el budismo.
Que esa creencia no es legado de las religiones hindúes, es bien cierto. No se puede desconocer, empero, toda similitud. La transmigración Cátara sí tenía sentido de
purificación.



En este sentido, Steven Runciman y Jesús Mestre tienen la razón. Prueba de ello es, en primer lugar, que el alma de un no perfecto debe transmigrar antes y cumplir la penitencia para llegar a ser perfecto. Con acierto lo ha establecido el historiador norteamericano Malcom Lambert: la transmigración de los albigenses tenía una función similar a la del purgatorio católico. Había que hacer penitencia, pero aún existe una esperanza final de salvación.
Ni anarquistas morales, ni suicidio colectivo
Los Cátaros, al igual que otros herejes de la Edad Media, fueron acusados de diversos delitos. Historiadores del siglo XX aún hacen eco de esas acusaciones. 

La verdadera historia de los cataros demuestra que son imputaciones sin fundamento. Según sus detractores, los albigenses habrían promovido la anarquía moral al considerar que, no obstante los pecados que se hubiesen cometido, el consolamentum recibido ad portas de la muerte garantizaba sin más la salvación. 
Esta concepción significaba una invitación a delinquir mientras se tuviera salud.



Sin embargo, responde Brenon, sería esta una acusación que se podría hacer a los católicos y su práctica de la confesión in extremis. Además, según la misma doctrina de los buenos hombres, el consolamentum no bastaba: debía ir acompañado de las buenas obras.
La permisividad sexual, las orgías, el libertinaje nocturno eran acusaciones frecuentes por parte de los perseguidores. Aún se repiten. García Navarro Villoslada considera que, para los cataros, el matrimonio era más pecaminoso que el adulterio o cualquier otro acto de lujuria o de incesto. Con ello destruían la familia y se dejaban llevar por graves desórdenes sexuales, al estar seguros de la indulgencia de los perfectos.

Runciman piensa que debe haber algo de cierto y que la regularidad de los cargos hacen necesaria cierta investigación. Y agrega que la desaprobación de los católicos se justificaba, pues los Cátaros preferían el desenfreno casual al matrimonio. Incluso no sólo preferían las relaciones heterosexuales ocasionales, sino que era preferible la relación sexual *antinatural* al suprimir todo riesgo de procreación. Las autoridades de la Iglesia Cátara no desaprobaban tales conductas.




En épocas festivas se llegaba a niveles de orgía. Más aún, estima que la actitud relajada hacia la moral sexual explica el éxito que alcanzaron en la patria de los trovadores.
Brenon demuestra que los perfectos alentaban a sus fieles a contraer uniones estables. La imagen que proyectan los documentos es la de un clero casto y continente y de fieles que viven en parejas y procreando. La descendencia era numerosa, lo que prueba que la Iglesia catara de hecho no prohibía la reproducción de los cuerpos. Se puede saber que la proporción de vírgenes consagradas era claramente inferior a la de los católicos; un fuerte contingente de los castos clérigos eran personas relativamente ancianas, viudas que habían tenido ya varios hijos antes de hacerse perfectas. 

Ahora bien, no prohibían la reproducción de los cuerpos, pero a la vez proponían la abstención sexual como modelo para alcanzar la perfección. 
Como se verá más adelante, tal predicación se puede relacionar con las condiciones demográficas de la región, aspecto que Brenon no tiene en cuenta.


No sobra reiterar que las mejores pruebas en contra de las falsas acusaciones provienen de hallazgos documentales en los que se describen comportamientos de los herejes procesados por el tribunal de la Inquisición. Según estos testimonios, los Cátaros en su vida diaria no diferían en gran manera de lo que se sabe era la conducta de los católicos. Me refiero en especial al registro inquisitorial de Jacques Fournier, publicado por Jean Duvernoy en 1965, que sirvió de base documental para una famosa obra de gran éxito editorial: Montaillou. 

En el registro mencionado se recogen los resultados de 98 expedientes mediante los cuales se encausó a 114 personas, de las cuales 94 comparecieron ante el obispo Jacques Fournier para responder por sospechas de catarismo. Los historiadores admiran en este documento la información minuciosa que proporciona sobre los aspectos diversos de la vida privada e íntima de los aldeanos occitanos.
Que inducían al suicido es la otra acusación. Se dice que se hacían cortar las venas, tomaban bebidas con veneno y acudían a una práctica singular conocida con el nombre de endura. 



Este ritual consistía en la administración del consolamentum a los creyentes moribundos o en peligro de muerte, acompañado de la obligación de ayuno y penitencia severos, independientemente del estado de salud y de la edad. Ha sido interpretada como consecuencia lógica del desprecio que los Cátaros sentían por todo lo material,una forma deliberada de suicidio por hambre. Se habla de perfectos que fueron sospechosos de apresurar la muerte de inválidos que daban señales de recuperación: de esta manera se evitaba que volviesen a pecar. 
La endura era pues, en opinión de algunos historiadores, una costumbre suicida. 

Ayuno total y suicida que permitía perder el cuerpo pero salvar el alma, puesto que no se podía comer hasta que sobreviniera la muerte, rápida y con seguridad, por agonía o por el suicidio endura. 

Es un suicidio por hambre, la prueba suprema, hazaña última y mortal del creyente como expresión del rechazo radical al mundo carnal. En los anteriores términos la interpreta el historiador Emmanuel Le Roy Ladurie. Agrega, además, que en la región de Montaillou era moneda corriente. 
Otra y contraria es la valoración que hace Anne Brenon.



Reconoce que la endura existió, pero niega que se tratara de huelga de hambre con intenciones suicidas y que mucho menos se amenazara a la humanidad por incitación al suicidio. Afirma que los equívocos provienen de insuficiente información histórica. Es cierto, agrega, que en algunos registros inquisitoriales de comienzos del siglo XIV se describen prácticas de ayuno absoluto de enfermos luego de un consolamentum y que los mismos tribunales interpretan como prácticas suicidas. Pero recuerda que antes del siglo XIV no hay mención alguna de esta práctica. Su aparición fue resultado de la persecución, la cual produjo la disminución del número de perfectos. 

Recuérdese que estos últimos tenían el privilegio de administrar el consolamentum y que este sacramento era indispensable para no perder el beneficio de la salvación, como lo era también actuar conforme a estrictas reglas de penitencia, ayuno y castidad. Al quebrantarlas y no poder recibir el sacramento por falta de un clérigo, se corría el riesgo de no tener un buen fin. 
La endura, pues, no era algo distinto a observar en el lecho de muerte las normas de los buenos cristianos en circunstancias de excepción, cuando ya eran escasos los clérigos Cátaros.



Cuando la Iglesia catara aún era vigorosa, y numerosos sus perfectos, no parece haberse conocido esta práctica. En cualquier caso, concluye Brenon, no había una especial vocación por la muerte. Se pretendía vivir para difundir el evangelio; no podían concebir que el camino de la salvación, abierto por Cristo, pudiera cerrarse por la violencia de los hombres. 
*Ni mucho menos desearlo, tal como suponía aún una corriente historiográfica de mediados del siglo XX*.

Gilgamesh***

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viernes, 22 de enero de 2016

* Disidencia y poder en la edad media: la historia de los Cátaros-parte 1*

***Bella noche de Viernes para todos.

Fines de Enero, mucha gente de vacaciones, y una buena ocasión para aquellos amantes de la lectura investigativa.
Les propongo ahondar sobre los Cátaros, entrega que dividiré en varios posts.
Gran trabajo de Abel Ignacio López, Profesor =Honoris Causa= de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, para la Revista Historia Crítica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes-Bogotá, D.C., Colombia.



Las disidencias religiosas han sido tema preferido de la historiografía. Las persecuciones de que fueron víctimas los herejes por parte de la Iglesia oficial han sido interpretadas de diversas y contradictorias maneras. Para un buen número de pensadores e historiadores de la Ilustración, así como para escritores liberales de los siglos XIX y XX, el que la Iglesia católica recurriera con tanta frecuencia a la violencia para eliminar a quienes se atrevían a predicar doctrinas que ella explícitamente condenaba, es apenas la muestra más sobresaliente del barbarismo y superstición propios de la época medieval. De esta interpretación no fueron ajenas las pasiones políticas, el espíritu anticlerical y la lucha entre Iglesia y Estado. 

En el otro extremo, se encuentra la reacción católica que va desde la mera apología a la abierta propaganda. En opinión de varios historiadores católicos, las herejías constituían, por sus errores y su fanatismo, una real amenaza para la civilización cristiana, pues los herejes eran perturbadores del orden público, de suerte que la Iglesia estaba actuando en defensa del pueblo cristiano oprimido. El rigor de las políticas papales no se debía a prejuicios dogmáticos sino *al peligro social de aquellos instantes y más de una vez contra sus propios sentimientos*.



Este punto de vista católico ha encontrado apoyo en investigaciones recientes, con base en presupuestos diferentes y valiéndose de puntos de vista sociológicos modernos. Me refiero a los escritos, entre otros, de R. W Southern y B. Hamilton. Estos dos historiadores coinciden en disculpar las acciones de los perseguidores. Southern, por ejemplo, considera que las autoridades eclesiásticas de la Edad Media no eran agentes libres y que aunque pudieron ser responsables de violencia y crueldad, en conjunto fueron menos violentos de lo que eran otros grupos sociales. El supuesto de esta interpretación consiste en imaginar la sociedad medieval como violenta por esencia. No habría entonces por qué sorprenderse de la actitud de los papas y obispos. 

Hamilton piensa que en la medida en que desviarse del orden religioso podía amenazar a la sociedad, los perseguidores actuaban en defensa de toda la sociedad y se habrían limitado a seguir los sentimientos de la mayoría. Supone con esto que la violencia contra los herejes habría tenido acogida popular y más aún se habría hecho siguiendo clamores de las masas. Los herejes despertaron *intensos sentimientos de temor y odio en la masa del pueblo porque se disociaban por completo de todos los valores en que se basaba la sociedad*.



Los libros del historiador catalán Jesús Mestre y la historiadora francesa Anne Brenon están escritos en perspectivas diferentes a las que acabo de describir. Ambos se aproximan a la explicación propuesta por Robert Moore. Según este historiador, la persecución contra los herejes, y los Cátaros en particular, fue resultado de la mente de los perseguidores. No hay evidencias contundentes de que los sectores populares presionasen a la Iglesia para que prescindiera de los disidentes. Por otra parte, la formación de una sociedad represora estuvo asociada a los orígenes del Estado moderno y, por lo tanto, no es cierto que la persecución fuese un hecho normal durante toda la Edad Media. 

La cruzada contra los herejes y el tribunal de la Inquisición, una y otro organizados y creados precisamente contra los Cátaros, fueron el resultado de la progresiva centralización y monopolio de la violencia por parte del Estado y del papado. Precisamente, el hecho de que la herejía pudiese otorgar autoridad espiritual y política constituía la mayor amenaza para el poder papal y el monárquico en un momento en que ambos se esforzaban por concentrar la autoridad hasta entonces muy dispersa. En esta última apreciación coinciden Mestre Godes y Brenon.



Problema religioso, pretexto político, subtitulo del libro Los Cátaros, subraya la circunstancia de que la cruzada contra estos herejes tuviese por resultado el control territorial del Languedoc por parte de la monarquía capeta. Brenon considera que la persecución tuvo éxito gracias a la alianza entre papado y monarquía.
Esta historiadora, en contravía a la opinión de escritores de la Ilustración y de liberales decimonónicos, ve en el establecimiento de la Inquisición, como lo hace el mismo Moore, un signo de progreso jurídico si se la compara con la práctica hasta entonces generalizada de las arbitrarias ordalías o juicios de Dios. 

Estos consistían en determinar mediante pruebas, como la resistencia al hierro ardiente o la inmersión en agua, la culpabilidad o inocencia de un acusado. No se trata en este caso de disculpar los horrores del Santo Tribunal; 
se pretende indicar que a pesar de los abusos, el nuevo sistema de juicio otorgaba ciertas garantías a los acusados, establecía procedimientos escritos y precisos, lo que no era el caso en la prácticas de las ordalías.



Una de las cuestiones que aún hoy se discute a propósito de los Cátaros tiene que ver con la responsabilidad que le compete a la Iglesia católica medieval. Como lo anota Brenon, *por todas partes leemos que acusar a la Iglesia romana medieval de intolerancia es un falso proceso. Que la noción de tolerancia nada tiene de medieval*. Si bien, responde la historiadora francesa, podría aceptarse que aplicar la noción moderna de tolerancia es una anacronismo, sin embargo, *la tolerancia no estaba excluida del todo de cualquier contexto medieval*. En efecto, ella concluye que en la época de los Cátaros, se puede hablar de dos modelos de Iglesia: uno que acepta la violencia y otro que la rechaza. 

Este último fue eliminado. Y agrega que se acepte o no la noción de tolerancia como medieval, el catarismo estuvo en contra de cualquier violencia e interpretó el evangelio de tal manera que incluso los más violentos enemigos de los Cátaros algún día se podrían salvar, sin que para ello se tuviese que recurrir a la violencia. 
Y esta fue la mayor contribución del catarismo: 
*una piedra depositada por manos torturadas que nunca torturaron*.



Tanto Los Cátaros como La verdadera historia de los Cátaros son libros escritos para un público no especialista. Su estilo es ameno, sencillo; los autores buscan ordenar y divulgar lo que hasta la fecha se conoce sobre estos herejes. Mestre Godes, quien no se reconoce especialista en el tema, pretende que sus lectores alcancen un especial afecto por los buenos hombres, como se denominaban así mismos aquellos a quienes un escritor del siglo XII denominó Cátaros. La obra de Brenon consiste en la respuesta a veinticinco preguntas claves en la comprensión del catarismo, preguntas que fueron surgiendo en conferencias universitarias a su cargo durante varios años. 

Ella es especialista en el tema. Ha escrito varias obras reconocidas y citadas por estudiosos del asunto. Su investigación constituye precisamente uno de los apoyos bibliográficos básicos del libro de Mestre Godes. Esto explica por qué son mayores las coincidencias que las divergencias entre los dos autores.
Por supuesto, hay diferencias de énfasis. Jesús Mestre Godes dedica varios capítulos a explicar el contexto geográfico y político del Languedoc, región del sur de Francia en la que tuvo mayor acogida la herejía catara; presenta la situación económica general de Europa de finales del siglo XII y primera mitad del XIII; examina las corrientes religiosas, espirituales y heréticas de la época.



Se incluye una somera presentación de las doctrinas y de la organización de los Cátaros. 
Siete de los trece capítulos están dedicados a la guerra de cruzada. Brenon, en cambio, se concentra en la discusión de temas doctrinales y de organización. Uno y otro texto ofrecen una abundante y actualizada bibliografía y se apoyan en documentos medievales entre los cuales se tienen en cuenta escritos de los mismos Cátaros y no tan sólo de sus perseguidores. 
En el libro de Brenon se pueden leer documentos completos de origen católico, Cátaro y del tribunal de la Inquisición. 

De esta manera, estos dos historiadores construyen sus análisis con base en hallazgos documentales recientes que han ido modificando la imagen que se tenía de los Cátaros, cuya representación, por mucho tiempo, dependió fundamentalmente, por no decir que exclusivamente, de escritores católicos medievales. Brenon ofrece información precisa acerca de sus fuentes bibliográficas. No ocurre lo mismo con el libro de Mestre; autores que él menciona en el texto, luego no figuran en la bibliografía general, lo que no deja de desconcertar al lector que quiera ampliar sus conocimientos sobre el particular o verificar la información.

Gilgamesh***
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