viernes, 22 de enero de 2016

* Disidencia y poder en la edad media: la historia de los Cátaros-parte 1*

***Bella noche de Viernes para todos.

Fines de Enero, mucha gente de vacaciones, y una buena ocasión para aquellos amantes de la lectura investigativa.
Les propongo ahondar sobre los Cátaros, entrega que dividiré en varios posts.
Gran trabajo de Abel Ignacio López, Profesor =Honoris Causa= de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, para la Revista Historia Crítica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes-Bogotá, D.C., Colombia.



Las disidencias religiosas han sido tema preferido de la historiografía. Las persecuciones de que fueron víctimas los herejes por parte de la Iglesia oficial han sido interpretadas de diversas y contradictorias maneras. Para un buen número de pensadores e historiadores de la Ilustración, así como para escritores liberales de los siglos XIX y XX, el que la Iglesia católica recurriera con tanta frecuencia a la violencia para eliminar a quienes se atrevían a predicar doctrinas que ella explícitamente condenaba, es apenas la muestra más sobresaliente del barbarismo y superstición propios de la época medieval. De esta interpretación no fueron ajenas las pasiones políticas, el espíritu anticlerical y la lucha entre Iglesia y Estado. 

En el otro extremo, se encuentra la reacción católica que va desde la mera apología a la abierta propaganda. En opinión de varios historiadores católicos, las herejías constituían, por sus errores y su fanatismo, una real amenaza para la civilización cristiana, pues los herejes eran perturbadores del orden público, de suerte que la Iglesia estaba actuando en defensa del pueblo cristiano oprimido. El rigor de las políticas papales no se debía a prejuicios dogmáticos sino *al peligro social de aquellos instantes y más de una vez contra sus propios sentimientos*.



Este punto de vista católico ha encontrado apoyo en investigaciones recientes, con base en presupuestos diferentes y valiéndose de puntos de vista sociológicos modernos. Me refiero a los escritos, entre otros, de R. W Southern y B. Hamilton. Estos dos historiadores coinciden en disculpar las acciones de los perseguidores. Southern, por ejemplo, considera que las autoridades eclesiásticas de la Edad Media no eran agentes libres y que aunque pudieron ser responsables de violencia y crueldad, en conjunto fueron menos violentos de lo que eran otros grupos sociales. El supuesto de esta interpretación consiste en imaginar la sociedad medieval como violenta por esencia. No habría entonces por qué sorprenderse de la actitud de los papas y obispos. 

Hamilton piensa que en la medida en que desviarse del orden religioso podía amenazar a la sociedad, los perseguidores actuaban en defensa de toda la sociedad y se habrían limitado a seguir los sentimientos de la mayoría. Supone con esto que la violencia contra los herejes habría tenido acogida popular y más aún se habría hecho siguiendo clamores de las masas. Los herejes despertaron *intensos sentimientos de temor y odio en la masa del pueblo porque se disociaban por completo de todos los valores en que se basaba la sociedad*.



Los libros del historiador catalán Jesús Mestre y la historiadora francesa Anne Brenon están escritos en perspectivas diferentes a las que acabo de describir. Ambos se aproximan a la explicación propuesta por Robert Moore. Según este historiador, la persecución contra los herejes, y los Cátaros en particular, fue resultado de la mente de los perseguidores. No hay evidencias contundentes de que los sectores populares presionasen a la Iglesia para que prescindiera de los disidentes. Por otra parte, la formación de una sociedad represora estuvo asociada a los orígenes del Estado moderno y, por lo tanto, no es cierto que la persecución fuese un hecho normal durante toda la Edad Media. 

La cruzada contra los herejes y el tribunal de la Inquisición, una y otro organizados y creados precisamente contra los Cátaros, fueron el resultado de la progresiva centralización y monopolio de la violencia por parte del Estado y del papado. Precisamente, el hecho de que la herejía pudiese otorgar autoridad espiritual y política constituía la mayor amenaza para el poder papal y el monárquico en un momento en que ambos se esforzaban por concentrar la autoridad hasta entonces muy dispersa. En esta última apreciación coinciden Mestre Godes y Brenon.



Problema religioso, pretexto político, subtitulo del libro Los Cátaros, subraya la circunstancia de que la cruzada contra estos herejes tuviese por resultado el control territorial del Languedoc por parte de la monarquía capeta. Brenon considera que la persecución tuvo éxito gracias a la alianza entre papado y monarquía.
Esta historiadora, en contravía a la opinión de escritores de la Ilustración y de liberales decimonónicos, ve en el establecimiento de la Inquisición, como lo hace el mismo Moore, un signo de progreso jurídico si se la compara con la práctica hasta entonces generalizada de las arbitrarias ordalías o juicios de Dios. 

Estos consistían en determinar mediante pruebas, como la resistencia al hierro ardiente o la inmersión en agua, la culpabilidad o inocencia de un acusado. No se trata en este caso de disculpar los horrores del Santo Tribunal; 
se pretende indicar que a pesar de los abusos, el nuevo sistema de juicio otorgaba ciertas garantías a los acusados, establecía procedimientos escritos y precisos, lo que no era el caso en la prácticas de las ordalías.



Una de las cuestiones que aún hoy se discute a propósito de los Cátaros tiene que ver con la responsabilidad que le compete a la Iglesia católica medieval. Como lo anota Brenon, *por todas partes leemos que acusar a la Iglesia romana medieval de intolerancia es un falso proceso. Que la noción de tolerancia nada tiene de medieval*. Si bien, responde la historiadora francesa, podría aceptarse que aplicar la noción moderna de tolerancia es una anacronismo, sin embargo, *la tolerancia no estaba excluida del todo de cualquier contexto medieval*. En efecto, ella concluye que en la época de los Cátaros, se puede hablar de dos modelos de Iglesia: uno que acepta la violencia y otro que la rechaza. 

Este último fue eliminado. Y agrega que se acepte o no la noción de tolerancia como medieval, el catarismo estuvo en contra de cualquier violencia e interpretó el evangelio de tal manera que incluso los más violentos enemigos de los Cátaros algún día se podrían salvar, sin que para ello se tuviese que recurrir a la violencia. 
Y esta fue la mayor contribución del catarismo: 
*una piedra depositada por manos torturadas que nunca torturaron*.



Tanto Los Cátaros como La verdadera historia de los Cátaros son libros escritos para un público no especialista. Su estilo es ameno, sencillo; los autores buscan ordenar y divulgar lo que hasta la fecha se conoce sobre estos herejes. Mestre Godes, quien no se reconoce especialista en el tema, pretende que sus lectores alcancen un especial afecto por los buenos hombres, como se denominaban así mismos aquellos a quienes un escritor del siglo XII denominó Cátaros. La obra de Brenon consiste en la respuesta a veinticinco preguntas claves en la comprensión del catarismo, preguntas que fueron surgiendo en conferencias universitarias a su cargo durante varios años. 

Ella es especialista en el tema. Ha escrito varias obras reconocidas y citadas por estudiosos del asunto. Su investigación constituye precisamente uno de los apoyos bibliográficos básicos del libro de Mestre Godes. Esto explica por qué son mayores las coincidencias que las divergencias entre los dos autores.
Por supuesto, hay diferencias de énfasis. Jesús Mestre Godes dedica varios capítulos a explicar el contexto geográfico y político del Languedoc, región del sur de Francia en la que tuvo mayor acogida la herejía catara; presenta la situación económica general de Europa de finales del siglo XII y primera mitad del XIII; examina las corrientes religiosas, espirituales y heréticas de la época.



Se incluye una somera presentación de las doctrinas y de la organización de los Cátaros. 
Siete de los trece capítulos están dedicados a la guerra de cruzada. Brenon, en cambio, se concentra en la discusión de temas doctrinales y de organización. Uno y otro texto ofrecen una abundante y actualizada bibliografía y se apoyan en documentos medievales entre los cuales se tienen en cuenta escritos de los mismos Cátaros y no tan sólo de sus perseguidores. 
En el libro de Brenon se pueden leer documentos completos de origen católico, Cátaro y del tribunal de la Inquisición. 

De esta manera, estos dos historiadores construyen sus análisis con base en hallazgos documentales recientes que han ido modificando la imagen que se tenía de los Cátaros, cuya representación, por mucho tiempo, dependió fundamentalmente, por no decir que exclusivamente, de escritores católicos medievales. Brenon ofrece información precisa acerca de sus fuentes bibliográficas. No ocurre lo mismo con el libro de Mestre; autores que él menciona en el texto, luego no figuran en la bibliografía general, lo que no deja de desconcertar al lector que quiera ampliar sus conocimientos sobre el particular o verificar la información.

Gilgamesh***
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