jueves, 29 de noviembre de 2018

* El Arte del Buen Vivir *

***Muy buen día Jueves para todxs.

Continuando con mucho de lo que estamos aprovechando de los audios con Domi sobre Hernández, quiero regalarles hoy, un escrito que considero *imprescindible* =al menos para quienes deseen invertir su tiempo gratuitamente= a la hora, no sólo de analizar qué significa nuestra existencia, sino además =y mucho más importante= cómo enriquecer nuestra concepción del *vivir bien* con herramientas que ayudan y mucho en lo práctico de nuestro día a día.

Es decir que, de la cruenta radiografía que nos espanta cuando vemos qué es el mundo..., a la receta práctica que al menos nos ayude a *transitar* éste camino plagado de trampas y depredadores.

Bien podría llamarle irónicamente a éste escrito *Cómo sobrevivir sin ir al Psicólogo*...jeje..pero considero que incluso el Psicólogo es útilísimo aunque muchos optemos por la Gnosis y la Filosofía, lo cual no invalida a nada sino que intenta *sumar*.

Héctor Ceballos Garibay, que tiene un currículum vitae realmente notable, mexicano, de nuestra generación =los que nacimos entre los 50/70= de quién sólo citaré a manera de presentación que es Maestro en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM aprobado con *Mención Honorífica*, y además Doctor en Sociología por la misma prestigiosa Universidad mexicana, también aprobado con probado con *Mención Honorífica*, y siendo imposible citar sus más de cien tesis, escritos, y otros formatos, hace en éste escrito que presento para ustedes, una excelente radiografía del mundo actual, y lo acompaña con un raconto perfectamente comprensible y amigable, especialmente para quienes han sabido huir y mucho jeje..de la aburrida Filosofía y sus términos complicados.



Pero Héctor no se queda decía, en la dura radiografía ni en el repaso sobre las viejas concepciones, sino que además *propone* qué rescatar de aquello, cómo aplicarlo a éste tiempo, y en definitiva, cómo el *buen vivir* deja de ser una utopía si logramos llegar hasta la médula del asunto.

Tal como he expresado muchas veces, gambetear y eludir es la premisa, a todo aquello que viene hacia nosotros para meternos en problemas o amargarnos la vida, pero sabiendo también que en algún momento algo de todo eso =o mucho a veces en muchos casos=, nos va a impactar pese a nuestra habilidad *maradoniana*, y habrá entonces que *aprender* a *amortiguar*, aguantar =porque en muchos casos es inevitable= hasta que como siempre, todo pase, con o sin nuestra intervención para mermar o extirpar el efecto del dardo que se clava en la carne y en la mente.

Sin más, les dejo un fuerte abrazo y recomiendo ésta lectura, que no merecía ser entregada en cuotas sino así, completa a pesar de su extensión.

LA ÉTICA HEDONISTA O EL ARTE DEL BUEN VIVIR
Por: Héctor Ceballos Garibay

Si ya en la Antigüedad resultaba problemático desentrañar el concepto de felicidad, más ahora, en estos tiempos trepidantes del nuevo siglo y milenio, cualquier disertación sobre ella adquiere la dimensión de una tarea intelectual saturada de riesgos. 
¿Cómo, por ejemplo, evitar la cursilería o huir del lugar común que trae aparejado esta noción tan manida en los manuales de superación personal, en las utopías políticas ya periclitadas y en las infaltables prédicas religiosas que prometen el paraíso
celestial?

Y no obstante las dificultades sociológicas propias del término, bien vale la pena hacer ahora =como reacción vital frente al desánimo posmoderno= un esfuerzo teórico que lleve a la reivindicación de la felicidad mediante una perspectiva laica y sobre la base de un hedonismo crítico y humanista.
La mayor dificultad para concebir una ética sustentada en el placer estriba, sin duda, en la asociación mecánica y unívoca que los ideólogos de la sociedad capitalista han establecido entre la felicidad y la capacidad de consumo, entre el bienestar individual y la posesión de objetos materiales, entre la realización personal y el arribismo social. 

En efecto, desde la invención del periodismo escrito, pasando por la proliferación de la radio, el cine y la televisión, hasta llegar a la actual utilización de la
Internet, los medios de comunicación de masas han cumplido cabal y eficientemente con la función de servir a la reproducción del sistema en su conjunto: 
manipular la conciencia y la autoestima de la gente, domesticar su sentido del gusto =para volverlo más dócil a los caprichos de las modas y a los ideales occidentales de salud y belleza=, y dictar las maneras de cómo deben los individuos emplear su tiempo libre =un concepto de ocio asociado primordialmente con la compra de mercancías y con el uso y abuso de drogas, alcohol y sexo=.

Las consecuencias de este diario ejercicio de lobotomía social no podrían haber sido más funestas, baste mencionar cuestiones intrínsecas a la condición posmoderna tales como: el imperio de lo efímero, la homogenización de la cultura mediante el *pensamiento único*, la multiplicación del alma mediocre y sumisa, la producción incesante de productos chatarra y de billones de toneladas de basura, el despilfarro inmisericorde de recursos naturales y humanos, el sometimiento político de las masas a las élites tecnocráticas, y la conformación de un mundo voraz en donde la antropofagia resulta ser el mejor camino hacia el éxito. 

Y tener éxito, según este paradigma mercadotécnico y fetichista, no significa otra cosa que conseguir a cualquier precio y por cualquier medio esa anhelada tríada constituida por el dinero, la fama y el poder. 
Así entonces, ya se trate del sentido último y más profundo de la existencia humana o de las nociones de goce y diversión, descanso y entretenimiento, todos estos conceptos se encuentran indisolublemente ligados a la lógica de procurar el máximo consumo de mercancías, a la búsqueda insaciable del mayor lucro posible, y a la explotación irracional e intensiva del hábitat mundial.

De seguir así las cosas, es decir, si no se fomenta un cambio radical que lleve a la construcción de otro paradigma socioeconómico y cultural de vida que sea alternativo al actual, no sería exagerado vislumbrar un futuro en donde el paulatino ecocidio del planeta se convertirá en una de las causas de una probable autoaniquilación de la especie humana.
A primera vista, la sociedad mediática contemporánea parecería ser un ámbito bullicioso y festivo en donde se le rinde culto al placer y en el cual reina la alegría que suscita el acceso libre al inmenso arsenal de productos que ofrece el mercado capitalista. 
Una fotografía de alguna calle atestada de consumidores en una noche navideña de cualquier ciudad industrializada reforzaría, sin duda, esa impresión inicial.

Pero la parafernalia de afanosos y obsesivos compradores de regalos, de alimentos, de bebidas y de felicidad etiquetada y fugaz, constituye únicamente el escenario fastuoso que esconde el entramado de explotación y miseria que prevalece entre individuos, clases y naciones; un mundo desigual e inicuo en donde las grandes mayorías se encuentran marginadas de los bienes más elementales. 
Ese mismo tinglado de oropeles, mediante el cual se manipula el gasto disponible para adquirir los satisfactores básicos y la manera como la gente disfruta del tiempo de ocio, también sirve a manera de cortina de humo para encubrir la anomia social que carcome y corroe a este modelo civilizatorio. 

Fenómenos prototípicos de nuestra era como el inevitable estrés citadino, la expansión de la violencia delictiva, el aumento de la drogadicción y el narcotráfico, la corrupción generalizada, el incremento de los suicidios, la proliferación de las enfermedades mentales, etcétera, revelan el rostro de una sociedad que bien analizada resulta ser más autodestructiva que hedonista, más tanática que erótica.



Ciertamente, lo que prevalece como dato hegemónico en el modo de vida presente no es la presencia de un hedonismo creativo y lúdico, sino la impronta de un sensualismo fetichista: la mistificación ideológica del Dios-dinero capaz de comprar todo lo existente concebido como fundamento de la felicidad humana. 
De esta forma, las mercancías y las relaciones interpersonales dejan de funcionar como medios para la satisfacción de necesidades esenciales y se transmutan en fines, en fetiches: objetos todopoderosos y enajenantes que cautivan temporalmente los sentidos primarios de los individuos. 

Baste, por ejemplo, observar aspectos como la comercialización incesante de pornografía, el auge de la prostitución infantil y la creciente deserotización de la sexualidad contemporánea, para arribar a la conclusión de que en lugar de vivir en una cultura alegre y festiva, más bien formamos parte de una sociedad hipócrita cuyo pansexualismo desaforado representa la faz contraria pero al mismo tiempo complementaria de su acendrada mojigatería y autorrepresión sexuales.

De manera semejante al fumador contumaz que goza mientras fuma uno más de sus incontables cigarrillos y desemboca así en una lenta autodestrucción, asimismo sucede con la sociedad contemporánea que, en una ilusoria búsqueda de felicidad, recurre en exceso a la adquisición de artículos y servicios =la mayoría de ellos suntuarios, adulterados y de pésima calidad=, generándose de esta forma una civilización anómica y patológica en donde impera el despilfarro de recursos materiales y humanos y en la cual las cosas adquieren más valor que las personas. 

Esta lógica mercantilista no sólo no proporciona un placer genuino y duradero a las personas, sino que, para colmo, tarde o temprano este ritmo devorador y sin freno pasa la factura a la salud de los consumidores: ataques al corazón, proliferación de la obesidad, infecciones virales de nuevo cuño, cánceres a temprana edad, cuadros sicóticos, estrés permanente, envejecimiento prematuro, demencia senil y vacío existencial, entre otras muchas de las secuelas que asechan cada vez con mayor fuerza al homo faber posmoderno.

Luego de haber expuesto esta radiografía crítica de la sociedad mediática y cosificada de nuestro tiempo, cabe preguntarse: 
¿qué hacer entonces, en dónde buscar las fuentes de inspiración filosóficas y artísticas de una nueva ética humanista que pueda servirnos como paradigma sociocultural alternativo frente al actual desasosiego civilizatorio? 
Una respuesta posible a tal interrogante, como en tantos otros casos, se halla en la Hélade y consiste en reivindicar el hedonismo que profesaron los sabios griegos de la Antigüedad.

Evidentemente no me refiero a la escuela platónica, cuyo esquema ontológico dualista =mundo inteligible-mundo sensible= desemboca en un rechazo radical de todo lo concerniente al placer corporal y perceptual del ser humano, sino que aludo al abanico teórico-intelectual que se inicia con Aristipo de Cirene =435-355 a C.=, pasa a través del atomismo de Demócrito =460-370 a C.= y llega a su mayor esplendor con las disertaciones y enseñanzas éticas de Epicuro =341- 270 a C.=.

Desde la perspectiva radical de estos tres pensadores, la felicidad no depende de la virtud =identificada por los socráticos con la justicia=, sino que más bien se relaciona con el placer =edoné= concebido como un fin en sí mismo. 
Dos elementos más aparecen como pilares del hedonismo heleno:

a) El goce no se consigue a partir del disfrute de los bienes externos sino gracias a las satisfacciones profundas del alma.

b) La verdadera sabiduría radica en la prudencia con la cual el hombre evita los excesos pasionales a fin de alcanzar un equilibrio interno que sustente la propia felicidad individual.

El epicureísmo y el estoicismo =hijos antagónicos de la misma sociedad helenista= constituyen la respuesta filosófica a la nueva civilización que surge luego de la muerte del conquistador Alejandro Magno en el 323 a.C.. Se trata de una gigantesca transformación sociocultural derivada de la fructífera interrelación de Oriente y Occidente =fusión de diversas religiones, idiosincrasias, etnias y culturas= a raíz de la expansión militar del imperio macedónico. 
Entre las múltiples secuelas dejadas por dicho acontecimiento cabe mencionar:

1) El debilitamiento del concepto griego de ciudad y la propagación de la noción de imperio como el mejor modelo político a seguir.

2) La liquidación de la visión peyorativa en contra de los *bárbaros* =todo individuo no nacido en Grecia= y la adopción de una imagen cosmopolita del mundo.

3) El surgimiento de un arte cuyo dinamismo y exuberancia refleja con nitidez el pathos propio de la época: la turbulencia, la desazón, la angustia, el drama de una vida carente de certezas y saturada de enigmas. Frente a este talante convulso del universo helenístico, muy similar al ánimo posmoderno de la sociedad contemporánea, emerge un discurso filosófico obsesionado con encontrar el mejor camino hacia la felicidad.



La tradición estoica, fundada por Zenón de Citio-336-264 a.C., sustenta su ética en la búsqueda afanosa de la impasibilidad, es decir, en el objetivo primordial de renunciar a los placeres sensuales, a los bienes materiales y a las tribulaciones pasionales o sentimentales =incluidas la piedad y la misericordia=. 
En oposición radical a los epicureistas, los estoicos predican la apatía como la esencia de la virtud: permanecer indiferentes y hasta reacios frente a las vicisitudes que atormentan a los individuos.
Y el corolario no podía ser otro que proponer el mayor aislamiento de éstos de cara al acontecer mundano. 
Sólo así, mediante la férrea vigilancia y autodisciplina de sí mismo, puede garantizarse que el hombre no sucumbirá ante cualquier tentación o enfermedad del alma.

El epicureísmo, por el contrario, aduce que el placer es el fin supremo de la existencia humana, la clave de la felicidad de los individuos. 
No se trata =hay que precisarlo= de un goce puramente sensualista, sino de lograr la aponía =ausencia de dolor en el cuerpo= y la ataraxia =carencia de perturbaciones en el alma=. 
Epicuro desprecia los placeres efímeros, vanos y egocéntricos: 
la acumulación y ostentación de riqueza, poder y gloria. Pero, a diferencia de los estoicos, jamás renuncia a la vida ni desconoce la presencia imperiosa de los instintos en la naturaleza humana. 

Por eso, más que reprimir o evadir las pasiones, la meta del epicureísmo consiste en aprender a dominar esos sentimientos indómitos que afloran de manera natural y a la menor provocación.
Desde esta perspectiva, la verdadera sabiduría reside en la capacidad de discernimiento de las personas a la hora de elegir libremente entre los placeres necesarios y los superfluos, los esenciales y los prescindibles.

Dicho en términos actuales, el hedonismo requiere de un análisis racional de costo-beneficios: evitar un regocijo inmediato =producto de una ingesta excesiva de alimentos o de alcohol, por ejemplo= a fin de no afrontar las consecuencias nocivas mediatas de esa acción =la sensación de pesadez gástrica o la intoxicación etílica=. Asimismo, multitud de alegres y fugaces borracheras no valen el precio de una cirrosis hepática duradera y mortal. 

Y viceversa: preferir un sacrificio o un displacer momentáneo =el dolor de una intervención quirúrgica, pongamos por caso= se justifica por sí mismo en aras de conseguir la salud y el bienestar permanentes. 
La necesidad y pertinencia de hacer cotidianamente este tipo de balances racionales entre los pros y los contras de cada acto individual, sea para asuntos nimios o trascendentes, explica por qué los seguidores de esta filosofía asocian la virtud ética con la prudencia y la templanza.

El epicureísmo, al evitar los excesos y los vicios, promueve una vida sosegada y apacible, austera y sencilla, en la cual debe prevalecer lo más posible el apaciguamiento de las angustias y la serenidad del alma. Por esta razón, jamás existirá la felicidad si el hombre vive apesadumbrado con el miedo a los dioses y demonios, y si, para colmo, se atormenta ante el inexorable y natural arribo de la muerte. 
Basta ya de falsos temores, advierte el filósofo: 
en primer lugar, porque no hay vida ulterior y ultraterrena; y, en segundo, porque resulta absurdo temerle a la extinción física y espiritual de las personas, olvidándose que la muerte presupone un estado final: 
la no sensación, la nada eterna. 

Así entonces, el hombre sabio es aquél que disfruta la vida en el aquí y el ahora, aquél que muestra las menos preocupaciones físicas y metafísicas, aquél que satisface sus necesidades esenciales y goza de los bienes con mesura y lucidez, aquél que alcanza el placer corporal e intelectual mediante el control de sí mismo y, en lo posible, de su propio destino.



Mostrar que puede existir un placer reposado, duradero y profundamente espiritual es el motivo axial de Epicuro cuando, a sus 35 años, se establece en Atenas y funda la escuela el Jardín. 
A esta venerable institución de sabiduría asisten, de manera regular y voluntaria, niños, ancianos, mujeres e incluso esclavos. 
Debido a esta extraordinaria apertura, la práctica pedagógica del epicureísmo se distingue enormemente =además de por sus diferencias filosóficas= de las célebres escuelas que la preceden: 
la Academia platónica y el Liceo aristotélico. 
La asidua y agradable convivencia de maestro y alumnos facilita la transmisión de los conocimientos esenciales: fortalecer el carácter ecuánime, eliminar los prejuicios religiosos, no tenerle miedo a la muerte y cultivar la amistad en tanto que factor consustancial y privilegiado de la felicidad humana. 

De esta propedéutica hacia el *buen vivir*, ninguna lección aparece tan estimada y anhelada como aprender el arte de la amistad: dar, recibir, compartir.
A este respecto, el filósofo advierte que es más satisfactorio conceder un beneficio que recibirlo; en otras palabras: ser amables y bondadosos produce un bienestar espiritual que supera en mucho a la generosidad inducida a partir de esperar recompensas ulteriores o aquélla suscitada por las convenciones sociales y la vanidad personal. 
Quizá por ello, por esta manera como él mismo se prodiga con sus discípulos, Epicuro es considerado como uno de los maestros más queridos e influyentes de su tiempo.

Injusta y falsamente, sus enemigos lo acusan de profesar una filosofía fomentadora del egoísmo y el libertinaje. 
La verdad muestra lo contrario: a pesar de ser un hombre enfermizo y jorobado, el sabio griego no sólo es consecuente en su vida cotidiana a la hora de practicar sus principios éticos hedonistas, sino que también posee cabal conciencia de la relación dialéctica entre la justicia, la honradez, la serenidad y la vida grata. 
Su lección moral resulta valedera para todo tiempo y lugar: 
es más placentero vivir en el seno de una sociedad en la que impera la ley y los derechos de todos son respetados, que en una donde reina el caos y la injusticia.

Vistas así las cosas, en vez de promover el egoísmo, Epicuro postula que la felicidad individual tiene que extenderse al mayor número de sujetos a fin de corresponderse y complementarse con el bienestar de la colectividad.

Es un dato interesante observar que si bien el arte helenístico elige el camino de las formas tempestuosas y grandilocuentes =véase, a manera de ejemplo, el majestuoso altar a Zeus esculpido en Pérgamo= como reacción creativa frente a la turbulenta sociedad que lo prohijó, el epicureísmo, por el contrario, prefiere responder a su época a través de la reivindicación filosófica de la prudencia y la serenidad =la anhelada ataraxia= en tanto que conductas éticas capaces de preparar mejor a los individuos para arrostrar las venturas y desventuras de la vida. 

Unos cuantos siglos más tarde, en tiempos de la hegemonía romana sobre el mundo, el arte y la filosofía coinciden al ofrecer una misma respuesta a las circunstancias históricas del momento. 
Así entonces, a la estética que florece en el siglo de oro latino, basada en la mesura y la armonía postuladas por el canon clásico griego, le corresponde un discurso intelectual de altos vuelos representado por la obra *De la naturaleza de las cosas*, de Lucrecio-95-51 a.C., quien retoma y difunde con gran fidelidad la ética hedonista a través de su insigne poema filosófico.

Y a tal grado este autor es consecuente con su acendrado epicureísmo, que precisamente por no tenerle miedo a la muerte, a sus 44 años, elige suicidarse.
A contracorriente del hedonismo greco-latino, los siguientes siglos están dominados filosóficamente por el estoicismo tardío y por la escolástica cristiana, sobre todo durante la decadencia del Imperio romano y en el transcurso de la Edad Media europea. 
Frente al paganismo y el politeísmo de antaño, la sociedad medieval cristiana favorece el pensamiento místico y propicia la represión de las pasiones sensuales y sexuales de la gente. 
La búsqueda del placer se convierte en tema tabú en virtud de la nueva prédica religiosa que no sólo induce la vida monástica, sino que además privilegia el papel del alma y subestima la función del cuerpo.



El catecismo católico se impone como ideología oficial e instituye el matrimonio monogámico-patriarcal. 
La Santa Inquisición, por su parte, no ceja en su lucha contra la lujuria, el ateísmo y la brujería. 
El nuevo orden jerárquico y estamental del feudalismo se expande con mayor facilidad en toda la cristiandad una vez que, gracias al poderío económico y militar de la Iglesia y el papado, se castigan los pecados de la carne y se combate cualquier forma de herejía.
El control político-ideológico sobre la conciencia de la gente alcanza su triunfo definitivo cuando arraiga en el imaginario social la creencia de que no importa la inclemente explotación de los campesinos en los inmensos latifundios si, al fin y al cabo, todo feligrés piadoso será redimido de sus sufrimientos terrenales después de la muerte y en el mundo celestial.

Al sobrevenir la modernidad, se expande por Occidente una cosmovisión humanista, empirista y racionalista. Durante el Renacimiento son reivindicadas la estética y la filosofía clásicas del mundo greco-latino. 
Las pasiones humanas, antes acalladas y clandestinas, salen de sus guaridas y florecen gracias a la libertad que fluye en la literatura y las artes plásticas; lo mismo ocurre con la transgresión de las normas sociales y religiosas durante el desfogue libidinal en los carnavales.

El proceso de secularización =separación Iglesia-Estado= que vive la sociedad europea durante la Edad Moderna redunda en un pausado fortalecimiento de la cultura laica, el hedonismo y el antropocentrismo. 
A pesar de las rémoras que muestran la sociedad aristocrática y las monarquías absolutistas, durante el siglo de las Luces se propaga la divisa *atrévete a saber*, y con ello se expande por doquier el pensamiento crítico y la lucha de los filósofos de la Ilustración en contra de los dogmas y los prejuicios religiosos.

Las revoluciones burguesas, a sangre y fuego, liquidan de raíz las cadenas absolutistas y así emergen una tras otra las constituciones democráticas. 
La progresiva erradicación del oscurantismo medieval conduce hacia una paulatina reivindicación del placer y el saber en todas sus modalidades. 
Las teorías científicas de los siglos XIX y XX desvelan mitos y misterios, combaten el miedo y la ignorancia, y demuestran que la mente y el cuerpo constituyen una entidad biopsíquica indisoluble e interdependiente. 
La ciencia explica paso a paso el origen del hombre y del universo. 

Una conclusión más radical aún, heredada de los conocimientos y la experiencia de la pasada centuria, derriba la mojigatería victoriana y socava los esquemas de la moral judeocristiana: 
la sexualidad humana se manifiesta desde la más tierna infancia, se expresa de manera consciente e inconsciente, es polimorfa, está moldeada por patrones culturales cambiantes, y no sólo sirve para la reproducción de la especie:
también cumple un papel primordial como fuente de placer erótico y en tanto que base primordial de relaciones amorosas gozosas e imaginativas.

Y no obstante los inconmensurables avances civilizatorios =el respeto a los derechos humanos, la igualdad jurídica, el liberalismo, el confort, la tolerancia, la higiene, la privacidad, la democracia y los logros tecno-científicos recientes: la cibernética, la ingeniería genética, la nanotecnología, la información satelital, la fertilización in vitro, el mapa del genoma humano, etcétera= legados por la era moderna y posmoderna, resulta evidente que la sociedad del siglo XXI todavía se encuentra confundida y manipulada sobre lo que es o debe ser el arte del *buen vivir*. 

Por un lado, aparece la nociva respuesta tecnoburocrática: 
la homogenización del pensamiento, la estandarización de los patrones de conducta, la sacralización de la ciencia, la robotización del alma, todos ellos fenómenos impuestos por las élites del poder a una comunidad mundial masificada y globalizada, la cual, por desgracia, continúa siendo víctima del adoctrinamiento ideológico consumista y aún no aprende a defender su mayor riqueza: 
la vasta diversidad cultural de la especie.

Por el otro, prolifera por doquier esa ancestral ilusión inventada por los hombres para darse seguridad y consuelo: 
la mentalidad mítica y religiosa, ya sea que se exprese a través del sectarismo y el dogmatismo de los monoteísmos tradicionales =musulmán, cristiano, budista=, o bajo la forma del misticismo contemporáneo: el new age y sus múltiples variables de esoterismo ramplón que se venden a manera de recetas infalibles para la superación personal o bien como técnicas de adivinación de una felicidad predestinada.



Así pues, ninguna de estas dos respuestas ofrece una perspectiva racional y tolerante que, ya sea en el plano individual o social, ayude a aliviar el malestar civilizatorio de una comunidad mundial sumida en el círculo vicioso sadomasoquista de poseer, consumir, despilfarrar y destruir todo lo existente.
Ante este patético escenario, donde la noción de felicidad se confunde con la voracidad consumista y cuando el fetichismo sensualista aparece como la principal ocupación de los individuos, resulta muy provechoso retomar algunos principios morales planteados por el hedonismo griego. 
Se trata, exclusivamente, de buscar ciertas líneas maestras o fuentes de inspiración, pues sería quimérico intentar, con miras a la solución de los ingentes problemas contemporáneos, reproducir y aplicar en forma mecánica y ortodoxa cualquier sistema filosófico o pedagógico correspondiente a las sociedades ya fenecidas.

Además, cada persona, de acuerdo con su experiencia, debe construir su propio paradigma moral del buen vivir, ya sea de cara al actual desasosiego posmoderno o frente a sus muy particulares encrucijadas existenciales. En mi caso y de acuerdo con mi peculiar concepción del mundo y de la vida, he subrayado mi entusiasmo por las tesis de Epicuro, pero igual hubiera podido citar las contribuciones de pensadores como Montaigne, Voltaire, Stuart Mill, Nietzsche, Marx y Bertrand Russell, quienes también me resultan imprescindibles para cualquier pretensión de formular una teoría hedonista amplia y consistente que, sobre la base de planteamientos críticos, laicos y humanistas, pudiera eventualmente funcionar como un modelo de conducta social y moral aplicable a la realidad de nuestro tiempo.

De todas suertes, ya sea que sirvan como eslabones para la ulterior construcción de un complejo paradigma social-cultural hedonista que sea alternativo al modelo fetichista actual, o bien que funcionen como simples sugerencias para que los individuos practiquen libremente una ética gozosa de la existencia, a continuación apunto tres breves reflexiones que podrían constituirse, aunadas y retroalimentadas con la sabiduría del epicureísmo, en fundamentos del arte del buen vivir.

1) Si bien lograr la serenidad del alma =la ataraxia= constituye un elemento indisociable de la felicidad, no se debe olvidar el papel fundamental que desempeñan los conflictos en la maduración personal de cada individuo. Y no sólo por el hecho de que resulta imposible reconocer la alegría y la dicha si no hemos padecido sus contrarios: la tristeza y la desdicha, sino porque las contradicciones, los obstáculos, los desafíos y los vaivenes propios del acontecer humano son el medio idóneo para formar el carácter y templar la personalidad de cada sujeto. 
Desde esta perspectiva, el mejor hedonismo no es ese que logra evadir el sufrimiento, sino aquel que consigue =gracias a la experiencia que dan los golpes de la vida= lidiar con la presencia recurrente de la infelicidad y, sobre todo, se muestra capaz de remontarla.

Atajar y superar los tentáculos siempre fortuitos y enigmáticos del infortunio es la gran prueba de la sabiduría hedonista. 
Y una vez que se ha reconquistado la serenidad perdida momentáneamente debe emerger, de manera cotidiana y duradera, la alegría de vivir. 
Así entonces, la intrínseca conflictividad del individuo y de la sociedad más que ser una fuente de preocupación o displacer, tiene que convertirse en el fundamento de cualquier proyecto de vida que busque una realización personal sobre la base de trascender los obstáculos y las adversidades externas a fin de arribar a más altas y profundas satisfacciones espirituales.



2) Frente al sensualismo fetichista de la sociedad contemporánea, en donde la sexualidad se identifica tanto con la posesión insaciable y promiscua de cuerpos como con la búsqueda de una satisfacción orgásmica egoísta y centrada en la genitalidad, nada mejor que anteponer un paradigma sexual libertario que le confiera prioridad a la subjetividad amorosa y que explore las múltiples y variadas dimensiones de un erotismo verdaderamente hedonista. 

En todos los casos, sobre todo cuando se procura la calidez afectiva, vale más la calidad que la cantidad: apropiarse del placer con la fruición de quien disfruta reposada pero intensamente de cada uno de los instantes: prolongando el goce sensual, perceptual y sexual lo más posible. 
Sean cuales fueren los placeres mundanos, lo óptimo consiste en evitar los dos extremos: 
por un lado, el camino de la castidad estoica o de la frugalidad y austeridad espartanas recomendadas por Epicuro; 
y, por el otro, el sendero que conduce a la voracidad consumista y fetichista practicada en la sociedad actual.

Emerge, entonces, la opción del justo medio elegido inteligentemente por el sibarita educado, quien jamás renuncia a los goces que suscitan el sápido licor, las exquisitas viandas y la propia sensualidad sexual, pero el cual se apropia de tales experiencias con una actitud serena y madura que sabe que ésta es, en efecto, la mejor forma de dilatar al máximo y por muchos años el disfrute alegre y asiduo de los preciados bienes terrenales y de las gratificantes relaciones eróticas y afectivas entre las personas.

3) El arte del *buen vivir* también debe postular, como proyecto ético y político, la necesidad y urgencia de crear una sociedad más justa y más libre en todos los órdenes. Ampliar, fortalecer y extender la justicia social, los derechos democráticos y las bondades del desarrollo tecnológico al mayor número de seres humanos constituye, sin duda, un presupuesto esencial de cualquier paradigma hedonista que no desee circunscribirse al ámbito limitado del yo-egoísta. 

En este sentido, puede afirmarse que mientras mayor sea el compromiso cívico y la vocación de servicio de los individuos con la comunidad local y mundial, menor será el grado de utopismo en el que incurramos a la hora de plantear la probabilidad de construir esa futura sociedad igualitaria y libertaria.



Por fortuna, el homo ludens, ese sujeto hedonista que sabe jugar, reír y gozar con mesura de los placeres materiales y espirituales, no tiene por qué estar reñido con la persona responsable y virtuosa que se preocupa por la marcha de los asuntos públicos de la comunidad. 

Al contrario, él reconoce mejor que nadie que ya es hora de cambiar los paradigmas conductuales de la sociedad fetichista actual si de verdad se quiere mejorar la calidad de vida de los pueblos y cultivar de manera racional el hábitat planetario, única forma, por lo demás, de hacer que tenga sentido la preocupación acerca de cómo conseguir la felicidad individual.

Gilgamesh***

Fuentes;
-hectorceballos
-hectorceballos-obra

miércoles, 28 de noviembre de 2018

* Ex-Machina-73 *

***Bella noche de Miércoles para todxs.



Cuando nuestra existencia es construída por otros, cuando somos programados administrativamente por lo externo, estamos viviendo en una sociedad de riesgo, o sociedad líquida. 
Nada es estable, todo es variable.



Pureza de niñxs...,nunca olvidar de grandes.. que alguna vez fuimos puros...y amalgamar el pasado con el presente, para irnos como vinimos..





Fuerte Abrazo.

Gilgamesh***

-podcastgilga

* Tedio existencial *

***Feliz último Martes de Noviembre para todxs.

Se nos viene encima el fin de un año que ya está viejo en el cual solemos hacer *pausas* en la alienante vida moderna para pensar un poquito en cosas profundas que nos mantengan en pie, mientras el planeta gira vertiginosamente.

Un gran y destacado Pensador, Psicoanalista, Psicólogo Social, Filósofo Humanista y Escritor fué sin dudas Erich Fromm.
Éste capo se dedicó a pensar y analizar tantísimas cosas de esas que hacen a la existencia humana, a nuestra forma de concebir lo que nos pasa, nuestras conductas, nuestros interrogantes.

Quiero compartir con ustedes en éste mediodía de Martes un extracto de la Tesis presentada para la obtención del grado de Doctor, por la Universidad Complutense de Madrid de Emilio Montoya Velarde quien ha tomado el trabajo de Fromm y lo ha titulado;



*El tedio y la banalidad del mal.
Un malestar del hombre contemporáneo, en el pensamiento de Erich Fromm*.

El amor, nuestras inseguridades, la felicidad, el tedio, entre otros conceptos, es lo que se aborda en éste apartado que seguramente, a algunxs de ustedes les habrá de ser positivo para sumar nociones que ayudan a reflexionar sobre muchas cosas que siempre van estar dando vueltas =en algún momento de nuestra vida= en nuestra mente.


Para Fromm, *el más popular de los conceptos modernos con que cuenta el arsenal de fórmulas psiquiátricas quizá sea el de seguridad. En los últimos tiempos se ha destacado cada vez más este concepto como finalidad suprema de la vida y como la esencia de la salud mental*.
No obstante, cada vez, vemos cómo más personas piensan que no deberían arriesgarse en nada y sí sentirse más cómodamente seguras. Lo que hoy en día se conoce como *zona de confort*. 
Para Fromm, la psiquiatría en general y algunas escuelas de psicología dinámica como el psicoanálisis han reforzado esta actitud.

Así, por ejemplo, los padres vacunan al niño contra bastantes enfermedades e intentan protegerlo de cualquier virus, creen que pueden acabar con la inseguridad.
El resultado es frecuentemente una higiene tan desafortunada como exagerada: si se presenta la infección, el sujeto se halla más desprotegido e indefenso contra ella.

¿Podría, acaso, un ser viviente , ya sea animal u hombre sentirse seguro eternamente?
Debido a nuestras condiciones vitales nunca podremos sentirnos totalmente seguros.
Nuestra vida y nuestra salud están expuestas a accidentes que escapan a nuestro control. 
Si tomamos una decisión, nunca podemos estar ciertos de sus consecuencias, pues toda decisión implica el riesgo del fracaso, y si no la implica, no es una decisión en el verdadero sentido de la palabra. 
Lo mismo que una persona sensible y viviente no puede evitar el estar triste, tampoco puede evitar el sentirse insegura. 
La tarea psíquica que una persona puede hacer en favor suyo no es sentirse segura, sino
ser capaz de tolerar la inseguridad sin pánico ni miedo indebido.

Por tanto, según Fromm:

*La vida, en sus aspectos mental y espiritual, es por necesidad insegura e incierta. 
Hay certeza solo acerca del hecho de que hemos nacido y de que moriremos.
Hay seguridad completa sólo cuando hay también una sumisión completa a otros poderes que se suponen fuertes y duraderos, y los cuales liberan al hombre de la necesidad de tomar decisiones, correr riesgos y tener responsabilidades. 
El hombre libre es por necesidad inseguro; el hombre que piensa es por necesidad indeciso*.

¿Cómo puede, entonces, el individuo soportar esa inseguridad intrínseca a la vida? 
De acuerdo al pensamiento de Fromm, el hombre está fundamentalmente solo. 
La única forma de conseguir una cierta sensación de confianza o seguridad se basa en desarrollarse de un modo activo, sintiéndose unido al mundo externo y a sus semejantes a través del desarrollo de sus capacidades.
Así, sentirá cómo su propio yo crece y está en constante evolución. 
Este resultado solo es posible si es capaz de desarrollar sus potencialidades activamente, en tal forma que pueda relacionarse con el mundo sin tener que sumergirse en él. Sin embargo, el hombre enajenado intenta solucionar el problema de otro modo, a través de la conformidad. Se siente seguro cuando es lo más parecido posible los demás.

Su mayor anhelo consiste en ser aceptado por las otras personas y también ser aprobado por ellos. 
Su peor pesadilla, ser rechazado por éstos. 
Este asunto ya fue estudiado profundamente por nuestro autor en *El miedo a la libertad*, así que añadiremos algunas pequeñas pinceladas más sobre como el hombre alienado intenta evitar la sensación de inseguridad que le embarga.
*Ser diferente, =dice Fromm= encontrarse en una minoría, son los peligros que amenazan su sensación de seguridad, y de ahí el ansia de ilimitada conformidad. 
Es evidente que ese anhelo de conformidad produce a su vez una sensación de inseguridad que actúa constantemente, aunque de manera oculta*. 

La persona, pues, para nuestro autor, necesita de la aprobación de los otros tanto como un toxicómano podría necesitar su dosis de droga. 
Y mientras, a la par, la confianza en sí mismo y el sentimiento de autoafirmación va menguando y debilitándose progresivamente.

Otra de las metas esenciales de la salud mental, a saber, el amor, ha tomado un rumbo diferente en nuestra cultura enajenada. 
En la actualidad, *puede uno descubrir la connotación mercantil del amor en las discusiones sobre el amor marital y sobre la necesidad que sienten los niños de amor y de afecto. En numerosos artículos, en consejos, en conferencias, se describe el amor marital como un estado de equidad y manipulación recíprocas, a lo que se llama entendimiento mutuo*.

Fromm aboga en su obra por un amor que él denomina productivo. 
En El arte de amar, el amor productivo o maduro es definido; este amor *significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el hombre, un poder que atraviesa las barreras que lo separa de sus semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separación, y, no obstante, le permite ser él mismo y mantener su integridad. 
En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante,siguen siendo dos*.



Algunas características básicas que deben encontrarse en todo amor productivo son: el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento. 
El cuidado y la responsabilidad señalan que el amor es una actividad y no una pasión que puede invadirnos.
El cuidado puede encontrarse sobre todo en el amor materno: la madre nunca descuida al hijo, le alimenta, le baña, le proporciona bienestar. 
Este tipo de amor es incondicional, no depende de ninguna condición particular que deba reunir el niño para ser amado. 
El cuidado implica otra cualidad del amor, la responsabilidad. Ser responsable significa estar preparado y predispuesto para responder. 
Es un acto voluntario y constituye la respuesta a las necesidades, manifestadas o no, de otra persona.

La responsabilidad, para Fromm, podría convertirse en sometimiento y posesión sino fuera por otra característica intrínseca al amor, el respeto. 
No podemos definir respeto como miedo o como obediencia, sino como la capacidad humana de conocer a una persona esencialmente, es decir, tal y como es. 
El respeto implica la preocupación por el otro y por su pleno desarrollo humano. 
Sin embargo, respetar a otro ser sin tener conocimiento de él es absurdo.

*El anhelo de conocernos a nosotros mismos y de conocer a nuestros semejantes fue expresado en el lema délfico conócete a ti mismo. 
Tal es la fuente primordial de toda psicología. 
Pero puesto que deseamos conocer todo el hombre, su más profundo secreto, el conocimiento corriente, el que procede solo del pensamiento nunca puede satisfacer dicho deseo*.

Esto sucede cuando se es capaz de trascender el desvelo y el egoísmo propios y se descubre al otro de una manera más espiritual, por así decirlo.

*La única forma de alcanzar el conocimiento total consiste en el acto de amar: ese acto trasciende el pensamiento, trasciende las palabras. 
Es una zambullida temeraria en la experiencia de la unión. 
Sin embargo, el conocimiento del pensamiento, es decir, el conocimiento psicológico, es una condición necesaria para el pleno conocimiento en el acto de amar*.

Otro de los conceptos fundamentales que influye en el correcto desarrollo de la salud psíquica es la felicidad. 
Ya lo avisaba Huxley con su famoso eslogan de *Un mundo feliz*.
¿Qué entendemos por la palabra felicidad? Fromm cree que la mayoría de individuos respondería afirmando que la felicidad consiste en el divertimento o en pasar un rato entretenido.

Pero, *¿en qué consiste esa diversión? 
En ir al cine, a los eventos sociales, a los partidos de fútbol, en escuchar la radio y ver la televisión, en dar los domingos un paseo en automóvil, en hacer el amor, en dormir hasta tarde las mañanas de los domingos, y en viajar para quienes pueden permitírselo*. 
Si usamos una palabra más seria, en lugar de *diversión* y de *pasar un buen rato*, podríamos afirmar que el ideal de felicidad contemporáneo se identifica, en el mejor de los casos, con el de placer. 
Teniendo en cuenta el análisis del problema del consumo, es posible definir este concepto de manera un poco más exacta, como el placer y la excitación que produce el consumo ilimitado, o como la capacidad para pulsar un botón y el ideal de la pereza absoluta.

*Desde este punto de vista =dice Fromm= podría definirse la felicidad como lo contrario de la tristeza o de la pena, y en realidad las personas corrientes definen la felicidad como un estado espiritual libre de tristeza o de pena*. 

Sin embargo, esta definición muestra implícitamente que hay algo equivocado en esta idea de la felicidad. 
Es decir, una persona vitalista y activa siente aflicción o tristeza a lo largo de su vida como algo natural. 
Esto es así, debido a la peculiar naturaleza de la existencia del hombre. 
En opinión de Fromm es algo utópico no reaccionar ante las vicisitudes de la vida con sentimientos tales como la pena, la tristeza o la amargura. 
Tristemente, debemos caer en la cuenta, como seres vivos que somos, de que hay un inmenso abismo que separa las metas y propósitos que nos proponemos alcanzar y lo que podemos lograr en nuestra breve e intrincada existencia. 
No obstante, pagaremos un alto precio si intentamos evitar el dolor y la aflicción inherentes a la existencia humana.



*El esfuerzo para evitarlo =el dolor y la pena= sólo es posible si reducimos nuestra sensibilidad, nuestra simpatía y nuestro amor, si endurecemos nuestros
corazones y apartamos de los demás y de nosotros mismos nuestra y nuestros sentimientos*.

El pesar y la tristeza son aspectos tan fundamentales de la vida como la felicidad, de tal forma que la felicidad no es lo opuesto a la tristeza, sino a otra enfermedad de carácter psíquico muy actual en nuestros días; nos estamos refiriendo a la depresión, que en palabras de Fromm es:

*La incapacidad de sentir. 
La depresión es una sensación de estar muerto aunque el cuerpo esté vivo. 
La depresión no es de ningún modo lo mismo: ni siquiera tiene relación con el dolor y la tristeza. 
Es una incapacidad de sentir alegría, tanto como de sentir tristeza. 
Es la falta de todo sentimiento. 
Es una sensación de embotamiento, insoportable para el deprimido. 
Y por eso es totalmente insoportable, por la misma incapacidad de sentimiento*.

Tal y como lo define Spinoza, es similar a la alegría de vivir. 
En el otro extremo está la depresión, que como hemos visto, consiste en la ausencia de sentimiento. 
Para nuestro autor, pues, siguiendo la definición de Spinoza: la felicidad resulta de la experiencia de una vida productiva y del uso de las potencias de amor y de razón que nos unen con el mundo. 
La felicidad consiste en nuestro contacto con lo más hondo de la realidad, en el descubrimiento de nuestro yo y de nuestra identidad con los demás, así como de nuestras diferencias con ellos. 
La felicidad es un estado de intensa actividad interior y la sensación del aumento de energía vital que tiene lugar en la relación productiva con el mundo y con nosotros mismos.

En este sentido, del pensamiento de Fromm se puede inferir que no es posible una auténtica felicidad en un estado de vacuidad interna ni en el consumismo exagerado que impregna la vida del hombre alienado. 

*El hombre corriente de hoy puede tener una buena cantidad de diversión y de placer, pero, a pesar de eso, está fundamentalmente deprimido. Quizás se aclare la cuestión si en vez de usar la palabra deprimido usamos la palabra aburrido*. 

Verdaderamente, no hay mucha diferencia entre ambas, porque *el aburrimiento o tedio no es más que la sensación de la parálisis de nuestras potencias productoras y de la falta de vida*. 
Como vimos al principio de este trabajo existen pocas dimensiones antropológicas tan duras y difíciles de soportar como el tedio y por este motivo, se hace lo que sea por intentar evitarlo.
Para Fromm, se puede evitar de dos maneras: la primera ser, fundamentalmente, un carácter productivo, lo cual conlleva un estado de felicidad. 
La segunda, intentando evitar sus efectos. 
Esta última opción parece justificar el excesivo interés del hombre contemporáneo en el placer y el divertimento.

Éste se siente deprimido y aburrido cuando se halla en una situación introspectiva en la que está obligado a estar a solas consigo mismo o con personas cercanas a él. 
Nuestro autor insiste en que todas nuestras diversiones y entretenimiento sirven para lograr el propósito de facilitarle una vía de escape de sí mismo y del amenazante tedio, amparándose en las innumerables formas de evasión que nuestra cultura le ofrece; sin embargo, el hecho de ocultar un síntoma no acaba con las causas que lo producen.

*Al lado del temor a la enfermedad física o de verse humillado por la pérdida de categoría y prestigio, el miedo al aburrimiento tiene un lugar preeminente entre los miedos del hombre moderno. 
En un mundo de diversión y distracciones, tiene miedo al aburrimiento y se siente contento cuando ha pasado un día más sin percances, cuando ha matado otra hora sin haber sentido el aburrimiento que acecha*.

Resulta de todo punto necesario alcanzar una idea diferente del concepto de salud mental que tenemos hoy día. 
Resulta paradójico que la persona que es considerada sana psíquicamente en una cultura alienada, desde una perspectiva humanística parece completamente enferma. La causa de esta enfermedad sería un fenómeno que Fromm denomina *defecto socialmente modelado* o lo que hoy día conocemos más precisamente por el nombre de condicionamiento social. 

*La finalidad de la vida es vivirla intensamente, nacer plenamente, estar plenamente despierto. 
Liberarse de las ideas de grandiosidad infantil, para adquirir el convencimiento de nuestras verdaderas aunque limitadas fuerzas; ser capaz de admitir la paradoja de que cada uno de nosotros es la cosa más importante del universo, y al mismo tiempo no más importante que una mosca o una hoja de hierba*.



La persona sana psíquicamente, por tanto, para Fromm *es la que vive por el amor, la razón y la fe, y que respeta la vida, la suya propia y la de su semejante*.
Sin embargo, *el hombre enajenado, es desgraciado. 
El consumo de diversiones sirve para que no se dé cuenta de su infelicidad. 
Se esfuerza en ahorrar tiempo, y, sin embargo, está ansioso de matar el tiempo que ha ahorrado. 
Se siente alegre de haber acabado otro día sin ningún fracaso ni ninguna humillación, y no saluda el nuevo día con el entusiasmo que únicamente puede dar el sentimiento del yo soy yo. 
Carece del fluir constante de energía que nace de la relación productiva con el mundo*.

Fuerte abrazo.

Gilgamesh***

Fuente;

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martes, 27 de noviembre de 2018

* Ex-Machina-72 *

***Preciosa última noche de un Martes *Novembrino* 2018, para todxs.



Audio correspondiente a Hernández, quien explica cómo hemos llegado a éste proceso mezquino de individualización y cómo nuestros proyectos de vida se han tristemente *estandarizado*.



Y como yapa, al haber neologizado a Noviembre como *Novembrino*, me permito compartirles el porqué, gracias a una hermosa y poética referencia de José Miguel Domínguez Leal, a quien recomiendo leer en su blog; *memoriametrica*, que viene de perillas para tipos/as como yo, en momentos como éste;

-*Novembrino* es un adjetivo que no aparece en el diccionario de la RAE, pero sí en un poema de Miguel Labordeta, *Momento Novembrino*.

Me hallo en un estado de espíritu similar al que deja traslucir Labordeta en su poema, atado a su *zaragozana gusanera*.

En noviembre descubro una clase especial de melancolía, difusa en la tierra de nadie del calendario.
No tan lejos de las delicias estivales, que se te antojan el reino de la infancia en su breve ilimitud, el ritmo de trabajo se acrecienta y rutinaliza, sin que haya llegado el alborozado diciembre a introducirte en la Epifanía, calurosa de luces, recuerdos y ensoñaciones compartidas, que te induce a aceptar de buena gana el invierno prolongado, encarnado en frío y trabajo vasodilatador.

Sientes, pues, que puede haber aún una marcha atrás, una posibilidad de retroceder a terrenos vírgenes de la memoria, que te aseguren al menos una existencia a la que poder sustraerse cuando se quiera.

La melancolía te sorprende entonces en cualquier parte; en el trabajo, donde descubres tus propios límites, por honrosos que parezcan, y lo importante que ha sido la fuerza de voluntad en tu vida para salir adelante, y seguir teniendo hambre de aprender; en casa, cuando piensas cuántos años podrás continuar con este ritmo vital, del que te quedan, al menos, veinte años por delante, y la evidencia de cómo las rutinas y las fruslerías cotidianas llenan tu vida hasta casi el borde, de las que procuras huir buscando *agujeros en el tiempo*, hechos de lectura, reflexión y, en ocasiones contadas, de poesía.

En fin, un asco noviembre, cuando deja de ser octiembre, y aún no es otra promesa perdida en el recuerdo.

Muy fuerte Abrazo.

Gracias a José Miguel por ese puñado de perlas y a Patxi, por su pregunta sin respuesta para él, aunque sí para muchos de nosotros, allende su bella existencia, ...y la nuestra.



Gilgamesh***

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