viernes, 11 de enero de 2019

* Ir al futuro para comprender nuestro presente*

***Hermosa noche de alfinViernes para todxs.

Ruptura de los habituales audios por la noche como para auto-destruir mis propios esquemas ..de vez en cuando.
No es un momento grato el que me toca, diversas circunstancias de la vida que pertenecen a la órbita o esfera personal hacen que me resista a la tristeza, no porque ella sea innecesaria sino por que me invita a la reflexión y en especial..., a la práctica de poner a la teoría a dura prueba.

No sé cuántos años tenés..lectora..lector, a veces estimo que pintás las mismas canas que yo, pero ésto no implica que si sos jóven quedes excluído de leerme, ¿porqué? porque todo pasa, todo llega, y ..qué lindo sería imaginarnos en un futuro dentro del cual busquemos lo que de jóvenes no nos interesaba, y que alguien dedicara su tiempo a hablar de éstas cosas..justo cuando más las necesitábamos.

No tuve esa suerte, me crié brutalmente en la escuela de la calle donde la palabra de los más viejos era una enciclopedia, esos viejos que sin dudas...eran ignorados dentro de su propia familia y que en nosotros...los jóvenes, encontraban oídos prestos a aprender, porque en casa, nuestros padres no hablaban de éstas cosas.
Quizás..hoy mis palabras ignoradas en el seno familiar vengan a ser como la de aquellos viejos divinos que tanto me regalaron y que hicieron de mí ésta cosa extraña que cada vez encaja menos en un mundo que me sabe a ajenjo.

Mientras escribo y alguien me lee, nuestros jóvenes están en otra, nosotros éramos igual, por lo tanto nada que reprochar, nos toca hoy estar del otro lado del mostrador y punto, hay que asumirlo.
Si tenés hijos grandes, ya maduros, te darás cuenta cómo viven la vida, una aventura que está abierta de par en par, algo que para nosotros ya es un lindo recuerdo personal.

Se van a equivocar y lo notamos...amagan con sus teorías y nuestras palabras caen en saco roto, nos escuchan sí, nos respetan, pero creen que ellos van a encontrar el agujero del mate y se van a recibir de sabios. Es la juventud... la misma que nosotros experimentamos y que al cabo de un fugaz tiempo...nos encuentra hoy con poco pelo en la cabeza y con una realidad que nos ocupa a pensar en otras cosas.

Te lo contaba los otros días, 
¿cómo no perdonar?...
aquellos reclamos e irreverentes cuestionamientos a nuestros viejos...cuando se nos han ido...nos ponen en un tiempo del mismo lado del mostrador.

Y de cuestionadores...pasamos a ser *cuestionados*, el hecho de ser padres nos expone a los errores, y los errores a los reproches, y los reproches a una imposible concordancia entre padres e hijos, diferencias que se sanjan con rupturas, alejamientos, hasta que por fin un día los hijos se hacen viejos y no me cabe duda alguna que si siguen existiendo las redes y los blogs...terminarán escribiendo cosas similares a las que hoy puede escribir un tipo como yo o como vos.

Los hijos crecen, no nos pertenecen, son apenas un puñado de nuestros genes y otro puñado el fruto de cómo los educamos, y otro puñado el sino propio que les corresponde, son sus propias construcciones y deconstrucciones, son en definitiva un combo..lo mismo que nosotros.

Aterrizamos a la vida..nos educan como pueden, y educamos como podemos,a veces creemos estar haciendo lo correcto y sin embargo los hijos acumulan en una larga foja nuestros errores que ellos mismos se encargarán de endilgarnos el día en que precisamente nos vayamos quedando un poco más solos.
Y cuando tratás de entender todo ésto te mirás al espejo...y te das cuenta cuánta agua ha pasado bajo el puente.

Y si podés alcanzar a comprender o al menos dimensionar lo que todo ésto significa, vas a tener que desprenderte de esa progenie que alguna vez creíste...*te pertenecía*, y en ésto de ir alivianando la mochila de cosas vividas e ir pensando más bien en lo poco que te queda, vas a pensar indefectiblemente en que ahí estás...midiendo cuántos kilómetros te quedan, y te vas a dar cuenta que en el tanque...queda poca nafta.

Nos resistimos a pensar en eso, la vida nos parecía tan larga que nunca imaginábamos que en un determinado momento...ya no quedaría mucho combustible.
Entonces ¿Qué hacer? y...aunque te cueste, hay que ponerse a pensar, porque si nos quedamos atrapados en lo que ya no somos, nunca vamos a reconocernos en lo que realmente hoy somos.

El Maestro lo decía claramente, te alcanza con revisar sus dichos, creemos estar vivos cuando en realidad estamos muertos porque ésto que llamamos vida, no es más que un espejismo de lo que el Nazareno nos explicaba como *Verdadera Vida*, una vida en la cual todas éstas penurias materiales no existen, todos los efímeros y vanales objetivos no son absolutamente nada, y que no debíamos temer a la muerte porque la muerte era estar vivos en ésta copia de la verdadera existencia.

Obviamente que éstas reflexiones son inútiles para quienes están en la flor de la juventud, para ellos éstas palabras no son más que la oxidada retórica de los oxidados, pues...hay que dejarles experimentar, hasta que un día nos van a recordar con lágrimas en los ojos, tal como hoy muchos de nosotros volvemos la vista atrás y nos reconocemos en ese estado, que al parecer, nunca dejará de hacernos aprender tristemente...cuando el paso del tiempo nos eduque y nos enseñe, de un lado del mostrador y tarde o temprano..del otro.

El tiempo es veloz...,cuando menos lo esperamos miramos el almanaque y nos damos cuenta que todo fué muy breve.

Les dejo un fuerte abrazo y les comparto un escrito de Aurelio Arteta, un vasco querido que un día se puso a filosofar sobre todo ésto, y que intenta hacernos tomar consciencia de cosas que nos parecían muy lejanas pero que en algún momento de la vida...van a ser tan reales que...ojalá nos pillen con la Gnóstica madurez de comprender lo que ha significado *existir*.



Tener presente la muerte es la mejor forma de tomar en serio nuestra existencia.

A quienes ya somos viejos, y aún no hemos perdido del todo la cabeza ni las ilusiones, nos toca pensar a fondo la vejez. 
Eso significa no quedarnos en sus estereotipos o engañifas habituales, como tampoco en los parciales enfoques sociológicos, económicos o de autoayuda acostumbrados. 
Más todavía, tras examinar los rasgos de esta edad postrera, habremos de atrevernos a mirar de frente a lo que inmediata y definitivamente la sigue: la muerte. ¿Acaso no le tengo miedo? Imagino que como cualquiera. Pero uno supone que, antes de ser despojado de todo lo mío, deberé hacer el esfuerzo de recuperarme a mí mismo. En vísperas de que me vaya, tendré que aprender a despedirme.

Todo lo que empieza tiene que acabar, de acuerdo. 
Pero admitiremos que, una vez que todo ha comenzado para nosotros =la vida=, en cuanto alcanzamos alguna madurez el problema decisivo pasa a ser su final =la vejez y la muerte=. 
No fuimos sujetos de nuestro comienzo, pero sí podemos serlo de su término. 
Lejos de merecer tildarlo de enfermizo, será incluso un signo de buena salud. 
Por más que intentemos mirar para otro lado =o sea, di-vertirnos=, llegará un momento en que ya no será fácil hacerlo. 

Esta es la cuestión: si ese recordatorio nos amargará cada instante del último periodo o, por el contrario, le concederá todo su valor.
Sobre la edad tardía.

Seguramente el requisito adecuado para meditar y hablar de la vejez con cierta solvencia sea prestar atención al propio envejecimiento. 
Nadie ignora que cada día nos morimos un poco, aunque la convención reinante prefiere creer que sólo los mayores envejecen y mueren. 
Pero habrá que distinguir =lo que olvidó Epicuro en su famoso argumento= entre el proceso de morir y el momento de la muerte: mientras yo estoy, mi muerte no está presente, es verdad, pero me estoy muriendo. 

Ese envejecimiento puede llamarse *el otoño de la vida*, aunque sería más justo compararlo con su invierno, siempre que se acepte que esta vez no le seguirá ninguna radiante primavera.
Antes de dejar este valle de sonrisas y lágrimas, uno puede mantener que lo más decisivo se aprende al hacernos mayores.

Parece como si la vejez nos llegara sin advertencia previa, por más síntomas que nos hayan anunciado su acercamiento. 
Al final, brotará la sorpresa del ah, ¿pero la vida era esto? ¿Y quién discutirá que a la vejez le gusta ocultarse? Mientras le sea posible, el ya anciano tratará de esconder su vergüenza ante el propio deterioro, encubrir su condena y retrasar en lo posible su seguro cumplimiento. 

Por eso mismo es un tiempo de eufemismos y disimulos. En lugar de llamarle anciano o viejo, preferimos denominarle una persona de edad o de cierta edad, como si todas las demás no lo fueran también. 
Los entrenamientos del cuerpo =hoy tan en boga= invitan al *qué joven te veo*, pero nos ahorramos el masaje de las menos visibles arrugas del alma.

A poco que el anciano mire dentro de sí, no habrá dolor o tristeza de los otros que le sean ajenos. 
Para él sus compañeros de generación conforman esa gran comunidad de morituri, o sea, de los que van a morir y requieren su cuidado recíproco. 
Pero a esa misma añada pertenecen también los viejos amargados que optan por encerrarse en su rincón y desentenderse de todos y de todo. 

Hasta de los muertos que los precedieron, de quienes son sus deudores. 
Se diría que, ante la amenaza que los aguarda, el máximo riesgo de muchos mayores es el de convertir su vida restante en un periodo de espera desconsolada, en un tiempo vacío…
Una provechosa meditación.

Antes de abandonar este valle de sonrisas y lágrimas, uno está dispuesto a mantener que lo más decisivo en nuestra vida se aprende al hacernos mayores. 
Por eso no le asusta demasiado que, en mitad de una reunión de coetáneos, le cuelguen el sambenito de aguafiestas como se le ocurra introducir a la muerte en mitad de la charla. 
Replicará enseguida que siempre la llevamos con nosotros y nada hacemos sin contar con ella. 
Será una nueva ocasión de escapar de la mediocridad del montón, de la entrega a los prejuicios de la mayoría. 
Al fin y al cabo, bien sabemos que cada cual se muere solo y no en grupo…

La muerte relativiza todo cuanto se compare con ella o se contemple desde ella. 
El hombre mismo se ha definido como un ser relativo a la muerte, el ser que siempre vive en relación con ella. 
La muerte es su trasfondo y su horizonte; ella pone a cada uno en su sitio. 
La muerte nos hace pequeños y grandes a un tiempo. Pequeños, porque es la prueba incontestable de que nuestro destino inevitable es la nada. 

Sólo ante ella palpamos nuestra limitación esencial y la de nuestros proyectos más entusiastas. 
Pero también nos hace grandes al mismo tiempo. 
Y es que esta guerra perpetua acabará para cada cual en su propia derrota, pero tras unas cuantas victorias parciales que nos honran. 
Somos lo que llegamos a ser contra la muerte y por su mediación; a fin de cuentas, gracias a ella.

Hay que tomar nuestra existencia en serio precisamente porque acaba; no van a ofrecernos una nueva oportunidad de ser.
Así las cosas, ¿no será la reflexión sobre nuestra finitud =al contrario de lo que predica el tópico= un considerable estímulo de la vida? 
¿O no es su anticipación mental el acicate negativo de cuanto hacemos y aspiramos? 
La conciencia del límite que conlleva infunde urgencia a nuestros quehaceres y clasifica nuestros proyectos en más o menos importantes para mejor distribuir ese tiempo tan escaso que se nos ha otorgado. 
Sólo la previsión y meditación de nuestra fugacidad puede dotarla de su debido espesor; la muerte se encargará al final de encumbrar nuestra vida… o de certificar su pobreza. 

André Gide lo comprendió a fondo: 
*Por no pensar lo suficiente en la muerte, ni el más breve instante de tu vida ha sido lo suficientemente valioso*.

En definitiva, dar su justo valor al presente requiere vivir la vida desde ese futuro. 
Hay que tomar nuestra existencia en serio precisamente porque acaba, porque ya no podemos llegar a más ni van a ofrecernos otra nueva oportunidad de ser. 
Por eso mismo puede proclamarse con toda certeza que la muerte no está al final, sino en el centro mismo de la vida, según constata Ramón Andrés. 
Y repetir con Fernando Savater que *la evidencia de la muerte no sólo le deja a uno pensativo, sino que le vuelve a uno pensador*.








Gilgamesh***

Fuentes;
-filosofia

2 comentarios :

Mario dijo...

+1

Yo a lo que le temo de la muerte es al sufrimiento previo, a la convalecencia a la enfermedad previa a esta... al negocio que se activa desde que te enfermas hasta que te meten al hoyo o te hacen cenizas. Y de los que han acumulado cosas materiales no se diga, les continúa mas allá.


Abrazos

Gilgamesh dijo...


Alejandro Arrabal Diaz-Vandinha-eleritzo-Mario;
muchas gracias.


Mario;
así es Bro, todo muy triste, hoy por ejemplo una empresa publicita que va a domicilio y certifica la voluntad de cremación post-mortem, y alrededor de todo eso los múltiples negocitos de la muerte...Un asco..Abrazo.