miércoles, 13 de enero de 2016

* El pico del pato es un oso chiquito; buena memoria *

***Hermosa noche de Miércoles para todos.

Estamos en tiempos más que fascinantes en todo sentido, nos vaya bien o nos vaya mal, al menos a mí me parece que incluso ese *nos vaya mal* es una especie de *curso práctico* que muchos conocían solo en teoría y que ahora están aprendiendo in situ, como actores activos o pasivos de una gran enseñanza.
Es muy lamentable cuando se re-edita algo que fué nefasto, no debería ocurrir si en verdad el daño quedara grabado en la memoria de los pueblos, pero es así...el aprendizaje colectivo no es tan rápido como hacer el colegio secundario, es más bien repetir d egrado muchas veces hasta que la lección ya nunca más se olvida.

Será que nunca olvidaré decir; *el pico del pato es un oso chiquito* debido al tormento que me hiciera padecer haber reprobado la materia Química, meses y más meses de perder mis vacaciones de Verano estudiando en mi aburrida pieza aquellas combinaciones de ácidos con hidróxidos, un karma que parecía estar anclado a mis años de estudiante. Un año, dos, tres es posible padecer algo que no se aprende y cuando se lo aprende uno jamás lo olvida ¿no?, pero con la historia de los pueblos no es tan fácil como en un colegio secundario.

Unos se van muriendo, otros van naciendo, las generaciones se renuevan y con los muertos se suele morir la memoria viviente que te dice *ojo con ésto*..
Si yo no he vivido una guerra sólo podré interpretarla por lo que me cuenten otros, o los libros o las películas, y cuando el tiempo ha pasado y uno aterriza nuevito en una época que ya dejó atrás la memoria, uno va a depender si creer o no a los vivos que aún quedan y te vuelven a decir...*ojo con ésto*.
Aquello de *tropezar una y mil veces con la misma piedra* es muy real, mucho más cuando tantísimos engranajes arcónticos se ponen en movimiento para obstaculizar nuestro razonamiento independiente.

Quiero regalarles una editorial que considero educativa, que viene muy bien para entender lo que significan cosas que generalmente la gente que está cursando ésto de razonar en el ámbito de su diario vivir en sociedad, aún no comprende.
Pero antes, la pólvora que provocó la ignición;



El Señor que ven en la foto es el actual y flamante Ministro de Hacienda, no voy a redundar en su historial, sólo decir que aquí, cuando se dice de alguien que es un *ñoqui* se refiere a las personas que sólo se presentan a su trabajo para cobrar su sueldo el úlimo día del mes mientras que en todo el mes no han ido a trabajar ni un solo día.
El término *ñoqui* viene de una costumbre que supongo hemos heredado de los italianos, el día 29 de cada mes se estila comer ñoquis, dejando debajo del plato una moneda o un billete, a manera de cábala o rito esperando que nunca nos falte el dinero.

Decirle *ñoqui* a un empleado es estigmatizarlo como que es un vago que nunca trabaja y que solo se presenta en la empresa para cobrar el sueldo.
Decirle a alguien *grasa* es realmente despectivo ya que el término suele ser aplicado por la clase alta refinada =o la que se cree serlo= a las capas bajas de la sociedad, a los pobres que no han tenido posibilidades de nacer en un hogar con más chances de comer, educarse, vivir...
Esas palabras puestas en la boca de cualquier ciudadano pueden resultar ofensivas pero quedan sólo en la intimidad de un barrio, un café, o una reunión familiar, lo realmente grave es que salgan de la boca de un Ministro..

Hete aquí que la ignición la encontré en una editorial excelente de Marcelo Britos, quien aborda éste tema desde un razonamiento que generalmente ningún medio de comunicación elabora. 
Estigmatizar a un empleado público diciéndole ñoqui o grasa...es para la gilada, como decimos acá, para el ignorante que compra discursos sin meditar, y que le resulta más fácil y entretenido que ponerse a estudiar y razonar..., repetir como autómatas lo que a otros les conviene que piensen y digan;



-El protagonista de una novela vive encerrado en un sótano desde hace años =el lector nunca sabrá por qué=, con una radio como único contacto con el exterior. Por ese artefacto escucha diariamente el mismo mensaje, que es una advertencia de no salir de allí porque un holocausto nuclear ha destruido toda vida en la tierra. Sin embargo no es cierto, en la superficie la vida sigue con toda normalidad. El lector podrá esperar ansiosamente que alguna vez este hombre descubra la verdad, o reparará en la estupidez de no haber puesto en duda, al menos una vez, el origen de ese mensaje y su veracidad.

Los órganos legislativos, asediados muchas veces por la desconfianza de la gente, no sólo son lugares en donde se trabaja y mucho, sino que además suponen la existencia de una carrera de formación permanente en lo público, una especificidad imposible de hallar en ámbitos privados, y necesaria para llevar adelante los servicios que le corresponden al Estado. Es lógico que la génesis de esos empleos sea la militancia política, actividad que se intenta hoy deslegitimar desde el gobierno nacional para justificar una purga de trabajadores estatales que, como veremos, no sólo responde a una limpieza ideológica.

Es que los partidos políticos son el sostén del sistema republicano y democrático, es en donde se aprende para siempre un concepto fundamental, que por más que suene naif, no deja de ser esencial y cierto: la política es una actividad de servicio, es una herramienta para cambiarle la vida a la gente. De allí que las nuevas concepciones *empresariales* de la participación política, que la desideologizan y la llevan al campo del elitismo privado, y en el mejor de los casos de la *caridad*, renieguen del término *militante* o lo ridiculicen como algo vetusto o inservible.

En los espacios de la órbita estatal se ejerce la función pública con responsabilidades que pocas ocupaciones tienen. Es una de las razones por las cuales por derecho legítimo consagrado en la Constitución Nacional, el empleo público tiene cierta garantía de estabilidad contra lo que se denomina *sistema de despojos*, es decir, que en el cambio de gobiernos se remueva permanentemente a los trabajadores, librándolos a la incertidumbre cada cuatro años. No se trata de privilegios, sino de derechos constitucionales.

Mi cuñado entró a las cuadrillas de la Municipalidad con los Planes Trabajar de finales de los 90. Él y otros compañeros, a fuerza de lucha y paciencia, pasaron a planta unos años después. A veces pasamos por algún lugar y me dice con orgullo…*esto lo construimos nosotros*. Como la cancha de hockey donde juegan Las Leonas, o alguna rotonda, o algún cordón. También fue uno de los que estuvo removiendo escombros en calle Salta, junto a tantos otros trabajadores de Defensa Civil, bomberos, médicos, policías; todos empleados públicos.
A la tarde doy clases en el Liceo Avellaneda. 

Es un colegio céntrico, pero van chicos y chicas de la periferia, pibes que no han tenido suerte en otras escuelas, que han sido expulsados en otras, o que eligen deliberadamente ésta, y lo hacen porque es una institución que se caracteriza por su contención. Mis colegas son profesionales que muchas veces, con pocas herramientas y mucha voluntad, se enfrentan a situaciones difíciles en las que siempre se prioriza a los chicos. Todos ellos, empleados públicos.
La estigmatización de este tipo de empleo no es casual ni es espontánea. Esto se construye. Habría que ver cómo y a través de qué se van instalando este conjunto de creencias generalizadas.



A través del humor, a través de la persecución o de la mentira, se tergiversa, se desdibujan las cosas hasta lograr el efecto del rechazo. Todos tendremos que acordarnos del personaje de Gasalla y no de los bomberos, de los médicos, de un docente, y mucho menos de un asesor que ha investigado y escrito un proyecto que impactará directamente en la vida de alguien. Lo cierto es que detrás de ese prejuicio, azuzado por quienes ven con mucha simpatía esta ola de despidos masivos en el ámbito público, se esconden realidades completamente diferentes y formas de ver el fenómeno que ponen en abismo cualquier tipo de estereotipo.

En primer lugar, el porcentaje del empleo público en Argentina está por debajo de los países más desarrollados, incluso de países pequeños como los nórdicos. Esto indica que lo que debe tenerse en cuenta es el tamaño del Estado en relación a los servicios que brinda. La mayor concentración de estos empleos se encuentra en las provincias, que son las que brindan educación, seguridad y salud, justamente las áreas estratégicas que más empleos concentran =72% del total de todos los empleados públicos nacionales=.

Otro dato interesante es que el 44% de los empleados públicos tiene formación universitaria. Sumando a los que terminaron la secundaria o poseen estudios universitarios incompletos, el número se eleva a ocho de cada diez personas; estos porcentajes, como dice Matías Di Santi en su nota *¿Mucho o poco? El dilema del empleo público en Argentina*, corren el eje del debate hacia otro aspecto sustantivo: la calidad de los bienes y servicios públicos que brinda el Estado.
Se completa el panorama con otro dato: los empleados públicos tienen un promedio de catorce años de estudios, contra diez del sector privado, y ocho de este último sector en el plano informal. 

Estos datos, relevados por el Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata =Cedlas-UNLP=, echan por tierra el discurso falso y tendencioso del Presidente de la Nación, que intenta justificar los despidos con una dicotomía entre el empleo público y el privado, como si el segundo fuera de mayor calidad, y etiquetando de *ficticio* al primero. Pero esto no es más que una cortina de humo.

Tanto en las elecciones de gobernador de Santa Fe e intendente de Rosario, como en el ballotage de las presidenciales, se planteó un debate bien claro que trascendió nombres y partidos. Los santafecinos y después todos los argentinos tuvimos que elegir entre dos modelos de Estado. Alguien podrá decir que hubo otras motivaciones, que la gente votó con otras intenciones en cada uno de esos comicios, pero detrás del discurso estratégico, tanto de candidatos como de periodistas, fue una elección entre dos concepciones de cómo administrar desde el poder.

Una de ellas consideraba un Estado fuerte, presente, intermediando entre la sociedad civil y las fuerzas del mercado, y funcionando como una vía de acceso a derechos esenciales como la salud y la educación; y a servicios también fundamentales como la luz, el gas, el agua y la seguridad, entre otras cosas. El otro Estado en pugna era, paradójicamente, el no-Estado. 
La desarticulación de todo aparato estatal que pudiera interferir en el flujo libre del capital. 
Para este modelo todo gasto social es innecesario. Ya sea lo esencial, como lo superfluo =o lo que desde esa concepción se considera superfluo, como la cultura o el entretenimiento=.



Estigmatizar al empleado público no es más que una estratagema para llevar adelante uno de los requerimientos de ese modelo: achicar la órbita estatal lo más que se pueda, aun perjudicando a los contribuyentes que son beneficiados por las distintas políticas sociales que de allí provienen. Detrás de los despidos, que se muestran a través de los medios hegemónicos como una especie de *depuración* =valga la connotación fascista del término=, lo que se hace es un recorte de programas de impacto social, como el Plan de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios =FINES=, o el ENVION, un programa de responsabilidad social compartida para menores en situación de vulnerabilidad social.

Al terminar de escribir esta nota, puedo leer que fueron despedidos 350 científicos del ARSAT; uno de los logros más importantes en el campo de la ciencia y la tecnología, es retribuido dejando en la calle a quienes lo hicieron posible. Y por supuesto, a esto no escapa tampoco el revanchismo político y la persecución de los agentes del anterior gobierno, algo miserable y ominoso que pareciera suceder sin la indignación de nadie.

A quien quiera debatirlo, basta con decirle que Buenos Aires =13%= es una de las provincias con menos empleados públicos del país, superada por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires =17%=. 
¿Por qué entonces Rodríguez Larreta no hace lo mismo que el Intendente de La Plata o de Quilmes, o que la misma Vidal?
En definitiva, cuando el spot se achica a lo más fino, cada persona que queda en la calle es una familia, con hijos, con hogares, sin futuro. Este drama ya lo hemos vivido de la misma manera y por motivos muy parecidos, cuando se aplicaron en los 90 cada uno de los puntos del consenso de Washington. 

Hoy se intenta instalar un modelo de fuerte recesión económica, inflación y desempleo, para hacer posible una traslación de recursos al capital concentrado, a las minorías más poderosas del sector agroexportador, energético e industrial, y al capital foráneo. 
La redistribución inversa. 
Mientras tanto amplios sectores de la sociedad civil continúan escuchando la radio sin dudar, como aquél personaje. Esta historia trillada ya no habla sólo de la posible falsedad del mensaje, sino también de la irresponsabilidad del receptor.

Gracias Marcelo Britos por la didáctica forma de explicar cosas que uno intenta desde otro ángulo y que a veces no llega, a mí ésta clase de editoriales me llenan de felicidad al ver que muchos pensamos de la misma forma, pero que cada quien emite la opinión de diversas formas acordes a quienes las decodifican.
Yo nunca trabajé en el Estado, en mis años mozos fuí un simple empleado bajo contratos de esos...basura. 
Me despidieron de dos trabajos porque me tocó padecer sendas crisis económicas, en uno de ellos lo hicieron con dignidad y me fuí sin reclamar ni un peso dándole la mano a mi empleador porque entendía su situación, en el otro, quizás recuerden cuando les conté de aquél incidente cuando me echaron haciéndome firmar un papel sin validez jurídica, y mi reacción dura ante semejante afrenta, y en otro me negué a corromperme lo cual me costó décadas de condenas familiares...

Después gracias a la Gracia, me independicé y soy un trabajador autónomo, sin embargo jamás desdeñé a ningún trabajador, nunca cargué contra el empleado público, que , tal como dice la editorial de Marcelo, es un compañero en los padecimientos.



Hoy a poco más de un mes del nuevo Gobierno ya suman 18 mil las familias que se han quedado en la calle...y se están evaluando 60 mil más...en el ámbito estatal, imaginen lo que vendrá con éste ejemplo en el sector privado...

Nunca fuí ni seré de los que piensan que no vivo mejor por culpa de quienes tienen un trabajo estatal, por el contrario, que ellos tengan trabajo me gratifica como hermano que vive en sociedad con ellos, y como ciudadano que entiende que nadie puede ser feliz rodeado de miseria e injusticia, espero que algún día, otros comprendan ésto, de lo contrario seguiremos tratando de memorizar lo que hemos aprendido a través del error y el dolor, que para mí fué apenas perder mis vacaciones repitiendo como un loro *el pico del pato es un oso chiquito*...hasta que el Profe, el turco Saer, tuvo piedad de mí y me regaló ese 4 que me liberó de la maldita Química...

Gilgamesh***

Fuentes;
-infonews
-rosarioplus

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