lunes, 27 de enero de 2020

* Cristo; el látigo y los mercaderes del templo-parte 1 *

***Hermosa noche de Lunes para todxs.

Anticipaba hoy al mediodía que daría inicio a ésta zaga luego de un intercambio sano de opiniones en la sección comentarios con Xala, Alquimista, LEHAIM, y yo.

Aquello de Cristo sacando a *latigazos* a los mercaderes del templo es quizás lo único que no me cerraba en la historia del Nazareno de acuerdo a su legajo, esa actitud no me cerraba o al menos desconfiaba de la verdadera traducción o interpretación de aquél relato, ésto se lo dije a éstos compañerxs y les sugerí que probablemente el hecho de que el Maestro anduviera con un látigo en mano de acuerdo al relato bíblico, no implicaba que de hecho se lo hubiera pegado en el lomo a todas esas personas.

Cerré mi comentario ese día diciéndole a los compañerxs que éste tema siempre me había quedado pendiente para hacer una investigación realmente más profunda y es lo que ha ocurrido.
Me tomé unas cuantas horas durante un par de días para investigar más a fondo y satisfactoriamente he hallado respuestas claras que me permiten ver que en mis apreciaciones preliminares no estaba mal rumbeado.

Así que entonces paso a compartirles los resultados que hallé esperando que les sea de suma utilidad.
Para tal fin estimo que nos llevará al menos unas 5 o 6 entregas que recomiendo seguir y no perder el hilo del asunto y en todo caso si les interesa dejar vuestra opinión saben que será un gusto poder intercambiar reflexiones o acotaciones al márgen.

Ahora la presentación y la primera parte de tres sobre un relato muy especial de aquél hecho que le agrega ciertos matices para tener una mirada más amena y comprensiva de aquellos hechos.

Evitaré acompañar con imágenes ya que de por sí ésta publicación me requiere un tiempo importante de edición y voy a preponderar entonces lo textual;

-El Templo designa un amplísimo recinto que dominaba por completo Jerusalén.
Comprendía el santuario =especie de capilla donde la religión judía localizaba la presencia de Dios=, el atrio de los sacerdotes y otros tres atrios o patios rodeados por amplios pórticos con columnas.
Los tres atrios donde podían entrar los laicos eran: 
el de los paganos =único lugar del templo al que podían pasar los extranjeros no judíos=, el de las mujeres =sólo podían llegar las mujeres hasta esta zona= y el de los israelitas =donde entraban los judíos varones=.

En el santuario sólo podían entrar los sacerdotes.
La estructura del templo, sus divisiones, eran un reflejo del sistema jerárquico y discriminatorio de la sociedad.
Desde cualquier punto de vista, religioso, político, social y económico, el Templo de Jerusalén era la institución más importante de Israel en tiempos de Jesús.
Lo era para las autoridades religiosas =sacerdotes, sanedritas, levitas, fariseos, escribas=.
Cada uno de estos grupos, a su modo, vivían del Templo y usaban su significación religiosa para su propio provecho.

Lo era para el pueblo, que vivía anonadado ante la magnificencia de aquel suntuoso y descomunal edificio.
La trascendencia de aquel lugar no pasó desapercibida para el imperio romano.
Tras difíciles negociaciones, los gobernadores romanos consiguieron que se ofreciera diariamente en el Templo un sacrificio por el emperador.
Con esto, los israelitas quedaban dispensados de cualquier otra forma de culto al soberano de Roma.
En el Templo se daba culto a Dios.

Un culto en forma de oraciones, cánticos, perfumes que se quemaban, procesiones de alabanza.
Y un culto en forma de sacrificios sangrientos de animales o de otros productos del campo =trigo, vino, panes, aceite=.
Los sacrificios son expresión de un profundo sentimiento religioso del ser humano.
En todas las culturas primitivas el hombre ofreció a Dios algo suyo destruyéndolo, matándolo, quemándolo como un símbolo de sumisión, como forma de pedir ayuda o perdón.

En tiempos de Jesús, la mayoría de los animales que se sacrificaban en el Templo se vendían allí mismo o en tiendas cercanas que pertenecían también al Templo.
Se entregaban después a los sacerdotes, que los quemaban totalmente o los degollaban dentro del santuario esparciendo sobre el altar la sangre como ofrenda agradable a Dios.
El resto del animal se lo solían comer los sacerdotes y el que lo había ofrecido.

Todos los días del año había sacrificios en el Templo, pero en la semana de Pascua se multiplicaban.
Cada día se sacrificaban dos toros, un carnero, siete corderos y un macho cabrío en nombre de todo el pueblo.

Además había multitud de otros sacrificios privados por las más variadas razones:
pecados, impurezas, promesas, votos.
Las víctimas pascuales propiamente dichas =corderos machos y jóvenes, según lo prescrito por la Ley= llegaban en los días de la fiesta de Pascua a decenas de miles. 
Algún historiador da la cifra de más de 250 mil corderos sacrificados en la Pascua.

El culto del Templo representaba la fuente de ingresos más importante de Jerusalén.
Del Templo vivía la aristocracia sacerdotal, los simples sacerdotes y multitud de empleados de distinta categoría =policías, músicos, albañiles, orfebres, pintores=.

Enormes cantidades de dinero afluían hacia el Templo.
Venían de donaciones de personas piadosas, del comercio de ganado, de los tributos que los israelitas habían de pagar, de promesas.
Administrar el fabuloso Tesoro del Templo era estar colocado en el puesto de máximo poder económico de todo el país.

La familia de los sumos sacerdotes ejercía este cargo a través de un cuerpo de tres tesoreros afines, a veces de su propia parentela.
En tiempos de Jesús, el negocio de los animales para los sacrificios pertenecía a Anás y a su familia.

A tan fabuloso poderío económico estaba ligado el poder político.
El Sanedrín, máximo órgano religioso-político-jurídico de Israel, tenía sus sesiones en el Templo y lo presidía el sumo sacerdote.
Ninguna institución de nuestro tiempo es comparable a lo que fue para Israel el Templo de Jerusalén ni ningún edificio-símbolo de poder actual puede ponerse en paralelo con esta institución.
En el año 70 después de Jesús, el Templo fue incendiado y arrasado por los romanos, que sofocaron así una revuelta nacionalista judía.

No quedó del Templo, una de las grandes maravillas del mundo antiguo, piedra sobre piedra.
Hoy sólo se conserva de él un trozo de uno de los muros que le servían de muralla:
el llamado *muro de las lamentaciones*.
Junto a este muro, los judíos lloran todavía por la destrucción del Templo, ocurrida hace casi dos mil años.
Allí celebran sus fiestas, rezan y alaban al Dios de sus antepasados.

El lugar que ocupaba aquel grandioso edificio es hoy una inmensa explanada =491 × 310 metros=, en el barrio árabe de Jerusalén.
En el centro de esta explanada se alza la bellísima mezquita de Omar o mezquita de la Roca.
Fue construida allí en el siglo VII por los árabes, cuando se hicieron dueños de Jerusalén.
En el interior de la mezquita hay una enorme roca que los judíos veneraron como el monte Moria en el que Abraham iba a sacrificar a Isaac, y en donde se realizaban los sacrificios de animales en el Templo.

El atrio de los gentiles =de los paganos=, el más exterior de los atrios del Templo de Jerusalén, era la llamada *explanada del Templo*.
Tenía siete puertas de entrada y allí se instalaba el mercado de animales para los sacrificios =toros, terneros, ovejas, cabras, palomas= y las mesas para el cambio de moneda.

El atrio tenía una superficie de 480 × 300 metros y estaba rodeado por columnatas y un muro de 5 metros de espesor, construido con piedras de 10 metros y de hasta 100 toneladas de peso.
El atrio de los gentiles terminaba en un muro bajo, en el que letreros en latín y griego advertían los no judíos que si lo traspasaban serían ejecutados.

Los cambistas de monedas, a los que Jesús volcó sus mesas en el Templo de Jerusalén, tenían como función cambiar el dinero extranjero =griego o romano=, que traían los peregrinos al Templo para pagar sus impuestos, por la moneda propia del santuario.
Las monedas extranjeras llevaban grabada la imagen del emperador, un hombre divinizado, y por lo tanto, eran para los judíos blasfemas e impuras.
Por eso, este dinero no podía entrar en lugar sagrado y era necesario cambiarlo.

Todos los israelitas estaban obligados a pagar anualmente al Templo varios tributos:
dos dracmas, las primicias de la cosecha o de los productos de su trabajo, y el llamado *segundo diezmo*.
Este último tributo no se entregaba en el Templo, pero todos estaban obligados a gastarlo en Jerusalén en comida, objetos u hospedaje.



Fuerte abrazo.

Gilgamesh***

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4 comentarios :

Alquimista dijo...

Hola a todos...con respecto al látigo...no defiendo esa teoría ni me hago cargo de una espiritualidad entera estando yo en materia...y hablo por mi no por el maestro jaja...muchas veces, se me escapo algun que otro golpe de mi mano por alguna injusticia ,no me justifico ni niego la violencia mía, tampoco diría que Jesús y
Cristo son las mismas personas...así como carne y el espíritu son cosas distintas...cuando mas pasa el tiempo de esta vida que me toca...mas reflexiono sobre estos temas...pero también me doy cuenta que mi mente queda corta a veces ante alguna lucidez espiritual.
Así que sobre si fue o no fue una historia agregada o inventada no lo se...y por mi..solo podría agregar que espiritualmente no podría usar la violencia de mi mente...ya que esos momentos de lucidez espiritual solo me hacen sentir mas liviano que una pluma (sin usar psicofarmacos aclaro jajaja)como no se de un balance de estas dos cosas cuerpo y espíritu...podría decir que la paz me la da el espíritu, sucursal de Cristo en cada uno...

לחיים dijo...

Plus One.

Águila Solitaria dijo...

Buen diaaaaaa FAMILIAAAA.GILGAHOLMS SACO SU LUPA Y ENCENDIO SU PIPA 😃👍y nuevos tesoros nos descubre para nutrir nuestro conocimiento.Eso sí a día de hoy hay muchos templos y más contubernios jaja SALUD Y AMOR FAMILIAAA

Gilgamesh dijo...


Alquimista;
hola amigo, gracias por compartir tu vivencia personal, abrazo.


LEHAIM;
gracias por la valoración amigo.


Águila Solitaria;
hola compañero, jeje...así es con los *neo-templos* y *neo-contubernios*...jeje, abrazo grande!!!.